EVANGELINE

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Me encuentro aquí, sentada en el asiento trasero de un auto con unas personas de las que apenas conozco su nombre y cuya apariencia no aparenta más que de personas que no tienen remedio y cuya vida ya tienen arruinada quizá sin necesidad alguna. Hasta el momento me mantengo aquí, cuestionándome realmente que carajos estoy haciendo en este auto y por qué accedí a esto. La vida me ha maltratado tanto desde que tengo uso de la razón, sin embargo. Siempre me he mantenido de pie trabajando duro para poder mantener mi frágil estado de seguridad personal y mi vida misma, aun si eso conlleva a hacer cosas que no me gusta hacer, sin sobrepasar ciertos límites.

Nunca me han gustado este tipo de cosas como robar a pesar de que viví en un hogar detestable y blasfemo, nunca me crie a mí misma esa mentalidad fría de quitarle a otro lo que le pertenece o tanto trabajo le costó tener; Yo sé lo que vale el trabajo... Mas a veces no hay opción, es muy difícil cuando la vida te flagela hasta que todo se vuelve un martirio. Odio estar aquí... Pero cuando eres joven y tu familia son quienes te flagelan y abusan las opciones son escapar o el suicidio y para conclusión, nunca tuve el coraje de hacer lo segundo.

― ¿Estás seguro de que sabes lo que haces? ―Clave las palabras en la nuca de Jonathan, quien estaba frente a mí en el asiento del piloto del auto.

― ¿Quieres dinero para comer o no? ―Respondió chocante en su entonación.

― Si, pero...―Contundente interrumpió mis palabras.

―Entonces cállate―Ordenó firmemente mientras manejaba el vehículo―A no ser que quieras que te busquen después y vayas a prisión como una idiota.

El antes de subir al auto él me había una especie de trapo negro para cubrir mi cara y una pequeña navaja por si la situación se agravaba y tendría que recurrir a la obvia violencia, realmente no sé si seré capaz de apuñalar a alguien con esto, pero no tengo otra opción.

―Y hacia dónde vamos Jon―Preguntó el chico sentado al lado de mí como si de un niño apunto de divertirse se tratase y cargaba con munición una pistola.

―Estuve viendo estos últimos días una interesante casa de empeños―Explicaba―La casa de empeños Pizzola, y se perfectamente que ahí guardan joyería y toda esa clase de cosas interesantes.

― ¿No es peligroso? ―Escupí la pregunta que claramente era estúpida―Digo... lugares así tienen mucha seguridad como para que con simples cuchillos y una pistola podamos hacer algo.

― ¿Crees que soy estúpido y no sé lo que hago? ―Dijo firmemente―Se lo que estoy haciendo, más vale por ti que te calles.

― Lo que digas...

Me di el tiempo de observar un poco por la ventanilla del auto para distraerme un poco mientras el vehículo se movía rumbo a la parte más céntrica de la ciudad, las calles eran en ciertos lugares oscuros por la falta de luz de los faros públicos cuyas bombillas seguro estaban quemadas, las casas y edificios eran tan horribles como mi propio departamento. Que más se podría decir de un sitio como este, ¿Qué es lindo y vive gente agradable? No lo creo.

Jonathan apagó los faros y acercó el auto lenta y cautelosamente parqueándolo en el callejón al costado del pequeño centro de comercio que alumbraba la calle con un enorme letrero de neón naranja que decía explícitamente ''Pizzola, casa de empeños''.

Mi corazón comenzó a latir fuertemente de los nervios una vez abrí la puerta del auto y salí a la fría intemperie semicubierta por la penumbra y las leves luces del exterior. Mi mano temblaba al empuñar el cuchillo. Me estaba arrepintiendo de lo que iba a hacer, pero ya a este punto no había vuelta atrás...

Bloom: La historia de la flor marchitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora