Prólogo

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Dicen que cuando pierdes a alguien, pierdes una parte de ti mismo; una parte que jamás volverá. Y estoy totalmente de acuerdo.

Hace tan solo tres días desde que Abril murió. Hace exactamente setenta y dos horas que sé que no volverá. Y cuatro mil trescientos veinte minutos que siento un vacío en mi pecho, uno tan grande que me está consumiendo.

El hecho de saber que jamás veré su sonrisa, sus enormes ojos o su ceño fruncido es lo más duro que me ha pasado en la vida. Y ni siquiera me planteo poder pasar página. En este poco tiempo en el que he tenido el inmenso privilegio de conocerla se había convertido en mi libro, en mi saga preferida, en todo lo que necesitaba para ser feliz. Por fin había encontrado lo que tanto tiempo busqué y se escapó como agua entre mis dedos porque no pude mantenerla a salvo.

La culpabilidad se estaba adueñando de mí, de mis noches en vela, de mis días alejado de todo y de todos por miedo a hacerle daño a cualquiera que se acercase a mí. Era incapaz de dejar de fustigarme a cada segundo del día porque sabía que era el responsable de su muerte. Aunque yo no fuera la persona que conducía, fui la razón por la que ella salió de casa, fui quién la hizo salir a buscarme porque era un maldito egoísta que necesitaba saber que me quería y no pude aguantar que quizás no fuera cierto. Fui un jodido imbécil por no quedarme a su lado como tantas veces le había prometido que haría, por no tener la paciencia que le juré que tendría y por simplemente ser yo.

Ella se merecía más de mí, se lo merecía todo y ahora jamás podré dárselo.

Con su muerte lo he perdido todo. Y ahora jamás volveré a recuperarlo.

Tras perderme en mis pensamientos por enésima vez en lo que va de día, volví a la realidad para encontrar un traje negro extendido con sumo cuidado sobre mi cama. Había llegado el día, por más que me negase a que fuera cierto, hoy era el día del funeral de Abril.

Intenté tranquilizarme, no entrar en pánico al siquiera pensarlo, y respiré hondo unas cuantas veces hasta que logré que las lagrimas que amenazaban con salir se quedaran en su sitio. Este iba a ser el día más duro de mi vida.

Los recuerdos parecían acribillarme el cerebro a cada paso que daba hacia el cuarto de baño, y tan solo se detuvieron en el momento en el que me encontré frente al espejo. En cuanto me vi reflejado en el, fui incapaz de reconocerme; Mi rostro tenía un color pálido, mis ojos estaban rojos y brillantes, tenía enormes ojeras a causa de falta de descanso y una descuidada barba que predominaba la gran parte de mi rostro pues no recordaba habérmela afeitado en días.

Me miré unos segundo más, sin pensar realmente en nada, y entonces me obligué a tomar una ducha. No fue complicado deshacerse de mi ropa y en cuanto sentí el agua acariciando mi piel, todo pareció desvanecerse. Los pensamientos me abandonaron por completo y por unos instantes temí olvidarme de todo, pero en cuanto el miedo se coló en mi sistema, el dolor volvió con él.

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