Capítulo 1: "¿Lo conoces?"

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—Sexo, alcohol, drogas. Lo típico, ¿no, Max? —me quejó. Max pone los ojos en blanco y sonríe de lado, dejándome apreciar su blanca dentadura por un momento.

—Vamos, Abi, no actúes como una anciana ésta noche. — rodea mis hombros con su brazo izquierdo y puedo sentir la textura de su chaqueta de cuero sobre mi descubierta piel.

—Solo estaremos lo justo y lo necesario. —le recuerdo. Lo último que necesito es una fiesta, y menos una de la fraternidad.

Nikki choca conmigo y volteo a verla. Mi compañera de cuarto tiene una expresión de espanto en el rostro. Se acomoda sus gafas y sonríe con timidez en modo de disculpa. Probablemente no debería haber venido con nosotros, pero por el momento no he entablado ningún tipo de relación con nadie, excepto con ella. Es bastante interesante, por lo general siempre tiene un tema del cual hablar. Hace dos semanas que comenzaron las clases y siento que la conozco de toda la vida. Por su parte, Max parece pensar como yo, porque ha tomado una confianza que incluso ella no le ha otorgado, pero se llevan bien.La agarro del brazo y nos abro paso entre la multitud. El calor es insoportable, también el olor a alcohol. Vamos hacia la cocina, tomo dos vasos limpios y nos sirvo un poco de Coca-Cola a cada una. De fondo logro identificar la canción "Genius" de LSD ft Sia, Diplo y Labrinth. No suele gustarme mucho la música de ese estilo, pero ésta en especial me encanta. Dejo el vaso vacío sobre la mesada y tironeo del brazo de Nikki, arrastrándola hacia el living, lo que vendría a ser la pista de baile del lugar.

—Solo sígueme. — le digo, asiente como forma de respuesta.

Hacía demasiado tiempo que no bailaba, y vaya que sí lo disfruto. Me muevo al ritmo de la música e improviso movimientos sencillos para que mi compañera pueda seguirme. Los primeros minutos la noto tensa, hasta que se relaja y da lo mejor de sí para olvidarse del espacio lleno de estudiantes universitarios totalmente drogados o alcoholizados. Cuando la canción termina, Nikki suelta una sonora carcajada.

— Si mi madre me viera ahora, no lo creería. —me dice. Coloca un mechón de su colorado cabello detrás de su oreja.

—Probablemente a esta hora este hablando con mi madre sobre nosotras.— le digo y se ríe.

Su madre y la mía son idénticas, igual de molestas. Se conocieron el primer día que llegué a la residencia, por un momento creí que mi madre y ella tendrían una pelea por la manera en la cual la madre de Nikki me observaba como un bicho raro, pero no, resulta ser que ambas mujeres piensa de la misma manera y desde ese día se han vuelto tan inseparables como Nikki y yo. Según mis recuerdos: Marisa, mi madre, no solía tener muchas amigas, por el hecho de ser demasiado arrogante y controladora, aún así es buena.
Otra canción del mismo estilo que la anterior comienza, no sé a que artista pertenece, pero es agradable. Quizás comience a cambiar mi opinión respecto a este estilo. Nuevamente empezamos a bailar, pero me detengo en seco cuando siento un cuerpo ajeno apoyarse contra el mío, me toma por las caderas y me acerca bruscamente, a través de la tela de nuestras ropas siento su miembro sobre mi trasero, se mueve sin disimular ni un poco lo que hace . Mi cuerpo se congela, dejo de moverme por al menos unos treinta segundos que se me hacen eternos, Nikki se da cuenta de la situación y deja de bailar, yo le sonrió, tratando de decirle que está todo bien. Es que sí, para otras personas esto es normal, pero no para mí.
Muevo otra vez mis caderas como si nada hubiera sucedido, y de forma lenta me doy vuelta, para encontrarme con un muchacho que me saca dos cabezas de altura, algunos mechones largos de su cabello rubio están pegados a su frente por el sudor. Aparenta ser el típico niño rico engreído, que hace lo que quiere. Me sonríe, supongo que el debe pensar que su sonrisa es atractiva, pero yo no. Le devuelvo la sonrisa; apoyo ambas manos en sus hombros como un sostén y con toda la fuerza que mi cuerpo posee, hundo mi rodilla derecha en su entrepierna. La respuesta que esperaba es inmediata: cae al suelo de rodillas y se queja de dolor. No le doy tiempo a llevarse ambas manos a la zona golpeada cuando le doy el segundo golpe: un rodillazo en el rostro. Cae desplomado en el suelo y me subo a horcajadas sobre él, y comienzo con los puñetazos. De fondo escucho los abucheos de la muchedumbre, que me alienta a darle más duro. No soy consciente del tiempo o la cantidad de puñetazos que llevo dandole a su rostro hasta que unos fuertes brazos me cogen por la cintura y me levantan, alejándome de mi víctima. Lucho por zafarme y poder seguir con mi justicia, pero tiene demasiada fuerza y me es imposible.

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