PARTE 1. El hijo de nadie

42 1 0
                                    

Muy adentro en la sierra de Hidalgo, entre enormes barrancas y montañas que se elevan hasta convertirse en parte del cielo azul. En un pueblo llamado Metztitlán: el lugar de la luna. Conocí la historia de este chamaco que tenía el diablo en su mirar y un corazón endurecido por la desgracia que cargaba una maldición que junto su fiel compañera Loreto, consumada nahual de San Juan Yolotepec, hicieron un camino de crimen, muerte y pecado que transformó el paisaje de la región que alguna vez fue fértil tierra de abundantes cosechas en un campo árido lleno de biznagas y nopaleras, trayendo consigo la calamidad a la noble gente de esta región.

Corría el año de 1929, la "bola" había establecido un orden nuevo en el cual algunos cuantos se habían logrado colocar en posiciones favorecidas. La revolución había sido un triunfo social para este prospero pueblo y su alcalde; el honorable Javier Santiago, quien había iniciado su periodo designado por el partido y ejercía con mano dura la ley del estado mexicano.

El crimen se convirtió en un mito después de que la convulsa sociedad mexicana recibiera el regalo de la democracia, aquellos que se atrevían a robar al noble y honesto campesino, recibían justicia en grandes dosis de plomo o machete y aquellos quienes vivían para contarlo, sufrían del ostracismo de una sociedad que los había abandonado por atentar contra sus iguales, pero, sobre todo, contra los principios de Dios nuestro señor.

Don Javier, nunca desatendió sus responsabilidades como hombre que era. Se hizo cargo de cada una de sus mujeres y de sus hijos. A cada uno les dio trabajo, alimento, ropa, techo y un apellido bajo el cual guarecerse en tiempos difíciles, sinónimo de respeto ante la gente del pueblo. Era el pequeño gran comienzo de una dinastía que gobernaría la cabecera municipal por siempre, o al menos eso parecía Los planes son del hombre, pero la palabra final la tiene el Señor.

Entre los hijos de Don Javier se encontraba Manuel, hijo de doña Inés Montiel, del segundo frente. Manuel tenía 11 años, era un niño travieso e inocente, pastoreaba desde muy temprano en la mañana las ovejas de su familia, juntaba jehuite para darle a los puercos e iba a la escuela cuando era posible. Había aprendido a leer, escribir y hacer cuentas, algo que disfrutaba mucho. Estaba en quinto año de primaria y aunque no muchos llegaban tan lejos por que en muchos casos el hambre y la necesidad truncaban las promesas educativas de las recién establecidas instituciones, el futuro era brillante para Manuel.

Don Javier le había prometido un poco de tierra para que la trabajara de manera honesta, su madre siempre había cuidado de él, Manuel era respetado y querido como todos los hijos de Don Javier...hasta que la desgracia ocurrió. El señor tiene caminos misteriosos para obrar pero lo cierto es que Manuel ese día se separó de los caminos del señor.

Era una noche tranquila en el pueblo, los hombres habían salido de trabajar el campo y algunos en su camino de regreso a casa pasaban por un trago y a buscar suerte jugando cartas en la cantina.

Lo normal, uno sale cansado de partirse el lomo todo el día bajo el sol y lo que uno más busca es un refrescante trago, aunque claro, desde antes de la revolución, de la independencia, o desde antes que nuestro señor Jesucristo compartiera el vino y el pan con los apóstoles, siempre ha habido personas que el demonio obra en sus mentes para hacerlos olvidar los límites que nos diferencian de los animales. Chucho Arriaga era uno de aquellos hombres, molesto por haber perdido una vez más en las cartas y achacándole su mala suerte a otros bajo la excusa de que le hacían trampa, cosa que igual y si pudo haber sido cierta.

– ¡La mula al trigo! – Exclamó alguien en la barra. – Ya estuvo con tus pendejadas de que siempre alguien te hace chanchullo ¡Baja la condenada pistola que te vas a pegar un tiro! – Gritó alguien a lo lejos.

– A mí me vale madre, me vuelven a decir Chucho y me los quiebro, bola de cabrones, ya se les acabó su pendejo. – Balbuceó y dio un paso hacia atrás tirando la silla.

Sangre, Pólvora y NahualesWhere stories live. Discover now