Burocracia

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BUROCRACIA

La mañana, que corría a la velocidad de un caracol lesionado, ya comenzaba a irritarme. Robert, uno de mis compañeros a quien no parecía afectarle en nada la espera, estaba inmóvil y con la vista fija al frente, símil de una estatua. Creo que intuyó mi impaciencia, porque me concedió una mirada de mascota desalojada y puso su gigantesco guantelete de acero sobre mi hombro, como si el mayor de los problemas me injuriara.

—Ya nos queda poco tiempo. —Mientras pronunciaba la frase cerró y abrió los ojos con la lentitud que lo caracterizaba en cualquier acción que no fuese la lucha.

Y como dando un poder divino a esas palabras:

—¡Siguiente! —voceó la joven recepcionista, sin despegar la mirada de la bola mágica frente a ella en la que se divisaba otra chica, que no paraba de hablar.

Jimmy, otro de mis amigos, se levantó del banco de espera donde nos encontrábamos. ¡Al fin era su turno! Antes de irse nos sonrió.

—Deséenme suerte —caminó en dirección al buró y saludó a la joven con un «hola, belleza». Apoyó con comodidad y descaro el brazo izquierdo encima de los papeles en el escritorio, dejando el cuerpo un poco inclinado en una postura que según él encantaba a las mujeres.

La recepcionista le regaló una mirada y, con una mueca que incluía la boca recta y una ceja más alta que la otra, señaló la bola de cristal.

—¡Esa, es mi novia! —Aunque no se podía saber a qué enfocaba la referencia, si al objeto o a la chica que conversaba. Fuese cual fuese, Jimmy no tenía la menor de las posibilidades de suplir sus gustos.

Una cristalina y redondeada sonrisa se asomó desde el fondo del cristal.

—Hola, guapetón... —Al parecer, esta otra joven no gozaba de las mismas limitaciones que su amiga.

Lo cierto es que sin explicación evidente y rompiendo todas las leyes por las que yo me guío en esas materias, mi compañero posee encanto para algunas chicas.

A gran velocidad la recepcionista cubrió la bola con un paño.

—¡¿Y bien, qué quiere?! —El tono exhortaba a mi camarada a no continuar en sus intentos.

—Hey, con suavidad, no seamos mal educados, se te va a estropear esa preciosa carita —le mostró la lengua—. Vengo a validar mis habilidades como arquero para entrar en un grupo. Ya sabes, medirme la vista, impresionar al jurado —y con una risita que parecía robada de una novela de la picaresca le lanzó un guiño.

—Uff, detrás de la cortina —señaló la recepcionista, haciendo caso omiso a las tentativas de mi compañero.

Y sin dar tiempo a nada:

—¡Siguiente!

Jimmy atravesó la entrada que la chica le había indicado y regresó mucho más rápido de lo que yo esperaba. Según él, la prueba resultó «demasiado fácil». Le habían puesto en la distancia a cuatro animales: tres liebres y un mono. Y la tarea radicaba en identificarlos. El resto fueron preguntas casuales en los trámites. Yo, como jefe de grupo, recibí el comprobante con el resultado unos quince minutos después.

Para nuestra sorpresa los animales presentados eran tres gallinas y un... ¿etíope? Por lo que se le recomendó llevar anteojos cuando utilizase el arco. Y dándole total seguridad a la idea de que aquellos espejuelos solucionarían el problema, se me proporcionó la licencia que acreditaba a mi compañero el ser apto para pertenecer a un grupo. Yo considero a Jimmy uno de los mejores arqueros que conozco. Y sin importar la lejanía siempre acierta. Con este nuevo artilugio de la óptica moderna no podía imaginar qué proezas lograría.

BurocraciaWhere stories live. Discover now