Un Día Perfecto Para El Pez Banana

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En el hotel había noventa y siete publicitarios neoyorquinos, y monopolizaban las líneas telefónicas de larga distancia de tal manera que la chica del 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediodía hasta las dos y media de la tarde. Pero no perdió el tiempo. En una revista femenina de bolsillo leyó una nota titulada "El sexo es Divertido... o infernal". Lavó su peine y su cepillo. Quitó una mancha de la falda de su traje beige. Corrió un poco el botón de la blusa de Saks. Se arrancó los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando, por fin, la operadora la llamó, estaba sentada al lado de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la mano izquierda.

Era una chica a la que una llamada telefónica no le hacía gran efecto. Daba la impresión de que el teléfono hubiera estado sonando constantemente desde que ella alcanzó la pubertad.

Mientras el teléfono llamaba, con el pincelito del esmalte se repasó la uña del dedo meñique, acentuando el borde de la luna. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del asiento junto a la ventana un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de luz, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya tendida y -ya era la cuarta o quinta llamada- levantó el tubo del teléfono.

-Hola -dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que tenía puesto, salvo las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño.

-Su llamada de Nueva York, señora Glass -dijo la operadora.

-Gracias -contestó la chica, e hizo lugar en la mesita de luz para el cenicero.

A través del auricular llegó una voz de mujer:

-¿Muriel? ¿Eres tú?

La chica alejó un poco el auricular del oído.

-Sí, mamá. ¿Cómo estás? -dijo.

-He estado preocupadísima por ti. ¿Por que no llamaste? ¿Estás bien?

-Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos acá han..

-Estás bien, Muriel?

La chica aumentó un poco más el ángulo entre el auricular y su oreja.

-Estoy perfectamente. Con calor. Este ess el día más caluroso que ha habido en la Florida desde...

-¿Por qué no llamaste? Estuve tan preocupada...

-Mamá, querida, no me grites. Puedo oírte perfectamente -dijo la chica-. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después...

-Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que... ¿Estás bien Muriel? Dime la verdad.

-Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo.

-¿Cuándo llegaron?

-No sé... el miércoles, a la madrugada.

-¿Quién manejó?

-El -dijo la chica-. Y no te asustes. Conndujo bien. Yo misma estaba asombrada.

-¿Manejó él? Muriel, me diste tu palabra de que...

-Mamá -interrumpió la chica, acabo de decírtelo. Condujo perfectamente. No pasamos de ochenta en todo el camino, esa es la verdad.

-¿No trató de hacerse el tonto otra vez con los árboles?

-Vuelvo a repetirte que manejó muy bien, mamá. Vamos, por favor. Le pedí que se mantuviera cerca de la línea blanca del centro, y todo lo demás, y entendió perfectamente, y lo hizo. Hasta se esforzaba por no mirar los árboles... podía notarse. Entre paréntesis, ¿papá hizo arreglar el auto?

Un Día Perfecto Para El Pez BananaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora