El día que no paró de llover
Por: Rafael A. Escotto
Ese día Esteban había decidido salir a caminar las llamativas calles de Madrid sin tomar en cuenta si llovía o hiciera sol. El clima era lo de menos. Sin embargo, la tarde lucia esplendorosa. El Sol descendía amarillento sobre el Cerro Pio Pío, ubicado en el barrio de Numancia, en el distrito de Puente de Vallecas, donde pretendía el astro acurrucarse después de una brillante jornada.
Desde una pequeña elevación Esteban alcanzó a ver distante el rio Manzanares con su tributario el Tajo. Aquel torrente discurría sereno y tremolante por el centro de la comunidad de Madrid, con sus expresiones de aire señorial y su presencia principesca que coqueteaba con la hermosura de una ciudad enclavada en un litoral de un verdemar y sugerente.
A pesar de aquel atardecer crepuscular, sobre la tierra de Madrid comenzó a caer una borrasca pertinaz que envolvió la urbe con una vestimenta grisácea que la hacía lucir apenada, no obstante desde la calle los transeúntes podían oír desde el interior de la taberna de Mister Pinkleton los rítmicos zapateos de Joaquín Cortés, el cordobés, bailando flamenco bajo una lluvia prolongada de aplausos y de ¡olé!
A pesar de la lluvia Madrid no dejaba de ser Madrid. Aun bajo el incontenible orvallo su efervescencia era obvia. El cadencioso andar de sus mujeres, la sensualidad de sus labios nacarados, su mirada seductora y su galanteo rivalizaban con la belleza y el perfume de la flor del clavel a cuyo requiebro recurrían los hombres a manera de afrodisiaco para poder contener la presión arterial ante tanta sublimidad desbordada por las humedecidas calles madrileñas.
La lluvia se hacía más vertiginosa imaginando gotas de lágrimas fuertes que caían por algún motivo desconocido. Esteban decidió guarecerme debajo de la cornisa de la taberna. En eso se le acerca una dama con su paragua de colores y su pollera humedecida que dejaba traslucir su cuerpo curvilíneo a través de su falda de fino lino blanco. El apuesto joven fijó su vista discretamente sobre aquella pollera incitadora empapada de agua lluvia.
Solamente acertó decirle a aquella dama «Ola, ¡qué aguacero más inoportuno! ¿Verdad?
--Inoportuno ¿por qué?, si las aguas permiten que florezcan más hermosas las flores y los valles reverdecen, las aves baten sus alas dejando entrever el plumaje que permanece oculto durante el estío y ustedes los hombre aprovechan nuestras humedecidas polleras para imaginar el disimulado mundo que hay debajo de ella, -dijo la mujer con un dejo de vanidad en sus ojos color turquesa.
Entretanto el agua caía en torrente desde el alero salpicándole los pies y la gente se amontonaba debajo de aquel reducido espacio buscando rehuir del temporal. Después de unos cuantos minutos Esteban le sugiere a la bella dama.
--¿No cree usted señorita que en vista a que el espacio se está haciendo cada vez más reducido debiéramos guarecernos dentro de la taberna?
--«Bueno, en vista de la situación y la verdad que usted acaba de plantear, no puedo negarme a su sugerencia en medio de un aguacero y, además, tratándose de que supongo que estoy hablando con un caballero que sabe razonar, acepto su propuesta«.
Madrid es un lugar de turistas, de personas emprendedoras, un punto geográfico de contacto de negocios, de disfrutar de un baile flamenco y de una gran riqueza musical de la que los españoles presumen.
Deciden entrar al lugar y se sientan en una de las mesas. Uno de los meseros se les acerca amablemente y dice: ¿Qué les sirvo? Y Esteban le responde: «no se que prefiere la señorita!« Y el mesero dirige la mirada a su compañera casual y espera unos instantes por una repuesta. En eso el mesero le pregunta ¿Es la primera vez que visitan la Taberna?
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EL DIA QUE NO PARÓ DE LLOVER
RomanceEse día Esteban había decidido salir a caminar las llamativas calles de Madrid sin tomar en cuenta si llovía o hiciera sol. El clima era lo de menos. Sin embargo, la tarde lucia esplendorosa. El Sol descendía amarillento sobre el Cerro Pio Pío, ubi...