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Trabajar en una plaza, no es tan malo como creí que sería.
Aunque el disfraz pesa demasiado y soy delgado como para lidiar con ello.
Pero la felicidad de los niños hace querer esforzarme.
Cuando me abrazan.
Cuando quieren tomarse una foto conmigo.
Bueno, no conmigo, con mi personaje.
Es mi trabajo de medio tiempo, donde puedo conseguir el dinero para pagar mis comidas y caprichos.
No siempre veo que es todo color rosa allí, últimamente cosas que nunca pasaron, ni desde mis 15 años.
Algo loco pasa.
Es una persona y estoy cien por ciento seguro de que piensa que soy una chica.
Pero no.
Él es un chico, algo rudo y reservado parece ser... o así le veo siempre.
Da tres vueltas manzana con su hermanita y luego se sacan fotos con mis compañeros, a mí me dejan de lado. Y está bien, no me molestaba que hicieran eso.
Sentí su mirada más de una vez.
Y apesar de estar oculto tras un disfraz, los nervios comenzaban a florecer en mí.
Y esto siempre pasaba.
Siempre me miraba.
Entonces, lo miré, como Valentín y no como mi disfraz.
Y el caos comenzó.
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