Capítulo III

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Llego al Agujero con una enajenación indomable. Mi cuerpo está bañado en sudor, haciéndome parecer más delgado de lo que en realidad soy. El calor de la city, sumado a la excitación sufrida minutos atrás me trastorna: no me soporto en ese estado. Corro a la ducha mientras apresuradamente me quito la ropa y, una vez abajo de agua, me siento más tranquilo, limpio de nuevo.

La imagen de Nancy inclinando su cabeza amablemente aún late en mis sienes. El caudal de la ducha me golpea los hombros y cuello; y, en las gotas que salpican los azulejos frente a mis ojos, encuentro la imagen de Nancy. Suspiro varias veces, evocando con precisión el eterno momento que compartimos.

Fue glorioso, pienso recordando cada detalle. Me vi en la calle, hipnotizado por aquella bella mujer que se aproximaba rápidamente.

Con mi corazón latiendo violentamente contra mi pecho, salgo de la ducha, me envuelvo con una toalla y miro mi rostro y pecho desnudos frente al espejo. Recuerdo el escote de su blusa, adornado con los anteojos negros que no usaba; la piel tersa de su cuello, tan diferente la mía... Tan joven, blanca, pura. Miro mi propia piel, y veo a un hombre de ya cuarenta y dos me devuelve la mirada. Rio amargamente, rememorando el rostro casi diez años más joven de Nancy. Y al ver la desdicha reflejada en mis ojos, y trasladada al resto de mi mundo, el deleite causado por el breve encuentro se eclipsa casi por completo.

Casi sin preverlo, me invade la misma sensación de desolación del día anterior; esta vez, a mi frustración la agrava una pesadez que apenas puedo describir. La pesadez de lo cotidiano, de esta vida que -no se cómo- elegí casi sin darme cuenta.

Algo más revoletea en mi. Como una ola que rompe en la orilla del mar, rompe con aquello que aplasta mi espíritu.

Una sensación de resolución que me resulta tan ajena como la felicidad misma. Siento un impulso desplazarse desde mis lumbares hacia mi pecho, que se hincha de voluntad. Mi mente se ilumina con claridad ante la súbita epifanía. Es instinto de supervivencia. Si aspiro a la felicidad de mi alma, la única manera de alcanzarla es consiguiendo aquello que me hace feliz.

Decido, luego de un prolongado letargo, despojarme de todo aquello que me me mantenido recóndito por casi veinte años. Sonrío al espejo.

Por fin, ha sido un día muy feliz.



Cualquiera que me viera esta mañana pensaría que soy una persona diferente. Yo mismo me veo distinto al levantarme de la cama y mirarme al espejo. Perece que hubiera encontrado la solución a todos mis problemas.

Y así es.

Normalmente, me levantaría temprano para tomar una ducha y afeitarme, ordenaría la habitación y limpiaría la cocina. Me tomaría un vaso de leche acompañado de unas galletitas de agua y saldría hacia Belgrano. Pero no iría a trabajar.

Antes de poner un pie en HighTec, suelo visitar una pequeña librería de una calle paralela.

"La  Buhardilla" es un negocio casi imperceptible situado en una calle angosta y aunque bastante transitada de Buenos Aires que tuve la suerte de encontrar un día lluvioso tres años atrás. La lluvia caía pesadamente, mientras yo me apresuraba por la vereda en busca de un lugar para guarecerme del agua que encharcaba las calles. Recuerdo ese día muy bien. Sentía lástima de mi mismo, del trabajo que tenía, de cómo mis compañeros de trabajo me ignoraban y alienaban todo el tiempo. Todos mis días eran iguales, todo en mi vida era monótono y nada hacía que mi corazón se acelerase.

Mientras corría bajo la intensa cortina de lluvia y buscaba un refugio contra el agua, la vi. Oscura, oculta e intrigante, apartada de la locura de la ciudad. No dudé un instante al descubrirla. Corrí esquivando los charcos de agua helada y salté hacia la puerta. El local estaba tenuemente iluminado. Los altos estantes cubiertos con cientos de libros no dejaban ver la pared donde estaban apoyados. Giré sobre mi mismo, pasmado ante todos los lomos de los libros que me rodeaban. Había estado buscando un lugar para refugiarme del mundo y allí lo había encontrado. Me acerqué al mostrador, donde un hombre mucho mayor que yo descansaba reclinado en una vieja silla. Sus ojos permanecían cerrados mientras fumaba una pipa.

Retrato de NancyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora