Noche en vela

117 7 0
                                    


El insomnio no significaba nada nuevo para Remus Lupin, sobre todo cuando la luna llena se acercaba y su influjo lo mantenía en vela durante toda la noche. Nunca había sido especialmente agradable no poder dormir cuando se suponía que tenía que hacerlo, pero en sus años como alumno de Hogwarts Remus había aprendido a mantenerse lo suficientemente sereno como para no sucumbir a la desesperación.


Hogwarts... Entre aquellos muros, Remus había encontrado lo más parecido a un hogar. Allí logró descifrar el verdadero significado de "amigo", algo que nunca había conseguido comprender a pesar de que, antes de entrar en el colegio, había devorado una enorme cantidad de libros. Gracias a su entrada en Hogwarts, supo que la definición de "amigo" no cabía en ninguno de esos libros; que era, simplemente, imposible explicarlo con palabras. Nunca había esperado que nadie que conociera su más oscuro secreto continuara a su lado, y por ello, incluso cuando la única conversación que los chicos le ofrecían era su pausada respiración al dormir, él había aprendido a apreciarlo. Gracias a ello, las noches se le hacían menos largas.


Pero ahora estaba totalmente solo, y ya no quedaba nadie que temiera que le diera la espalda, porque lo había perdido todo. James, Lily y Peter estaban muertos, y Sirius... Sólo rememorar su nombre hizo que su corazón se constriñera de dolor. Aquella era otra de sus acostumbradas noches en vela y, definitivamente, se había equivocado al pensar que el paso de los años (si no contaba mal, habían sido trece) se había llevado su tormento consigo, porque en cuanto el nombre de Sirius Black rebrotó entre sus recuerdos, consideró que todo su mundo se habría venido abajo si no supiera que él no era más que viejas ruinas. Dejó escapar una amarga risotada que resonó por todo el despacho.


Remus Lupin llevaba 13 años muerto por dentro. Y en esos momentos en que su mente jugaba cruelmente con él, pensaba que debería haber muerto antes, mucho antes, en el momento en que aquel hombre lobo lo atacó cuando no era más que un niño. Pero él se había aferrado inútilmente a la vida, creyendo que un monstruo como él podía acercarse remotamente siquiera a la felicidad. Casi había podido rozarla con la punta de los dedos, casi había podido sentirla, cuando sus amigos continuaron ahí para él después de saber que una vez al mes se transformaba en una bestia sobre la que no tenía ninguna clase de control. Cuando, después de confesarlo, y esperando ver sus miradas de odio cuando alzase la suya, Sirius se acercó a él, le tomó la mano y le dijo, más serio que en toda su vida, que no cambiaba nada, y que no lo abandonarían. Dolía, dolía demasiado recordarlo, porque el primero en abandonarlo había sido el propio Sirius, cuando la oscura guerra se cernía sobre ellos y ya nadie sabía en quién podía confiar. Había intentado disculparlo entonces, con todas sus fuerzas; había intentado convencerse a sí mismo de que era normal que sospechara de él antes que de nadie. Al fin y al cabo, era un hombre lobo, ¿quién podría fiarse de uno?


Pero él nunca había dudado lo más mínimo de Sirius Black, porque lo conocía. O eso creía, se dijo con amargura. Porque lo amaba como no había amado a nadie, porque se habría dejado torturar y matar mil veces antes que creer que aquel chico era un traidor y un asesino. Y, una vez más en aquellos largos trece años, Remus Lupin se maldijo a sí mismo por haber confiado ciegamente en él y no haberlo entregado siquiera a una ligera sospecha aislada en algún oscuro rincón de sus pensamientos. Y, sobre todo, por saber que, debajo de todo el rencor y el dolor que su corazón había ido acumulando, seguía latiendo en él el amor que había sentido por Sirius Black. Hogwarts fue testigo y confidente de estos sentimientos, cuando, casi al final de su séptimo año, Remus le gritó en la cara que era su tesoro más preciado y que lo amaba con locura, y Sirius, sin pensarlo demasiado, lo besó. Ambos se entregaron el uno al otro durante esas últimas semanas de curso, sabiendo que fuera tan sólo los esperaba la guerra y la muerte.


En aquellos instantes, tan sólo eran dos niños de diecisiete años que conocían perfectamente el hecho de que, cuando salieran del colegio, ya no tendrían adónde ir, y por ello se convirtieron en el refugio del otro. Cuando su estadía en Hogwarts terminó, momento que sabían que llegaría irremediablemente, ambos se fueron a vivir juntos. Para aquel momento, la guerra ya estaba en pleno apogeo, y ambos, junto a Lily, James y Peter, se unieron a la Orden del Fénix. Pero sus compañeros y amigos estaban siendo masacrados, y las murallas de ese refugio amenazaban con derrumbarse. Lily y James se casaron, el único remanso de paz que Remus recordaba de aquellos años, pero el miedo crecía más y más. Una noche, recordó Remus, después del cruento asesinato de Fabian y Gideon Prewett, Sirius se dirigió a la sede de la Orden. Lo sabía porque él también estaba allí, intentando consolar a la hermana de ambos, Molly Weasley. En un rincón, Sirius escuchó a dos magos hablar por lo bajo acerca de que Fenrir Greyback había prometido generosas recompensas a todos los hombres lobo que se unieran a Lord Voldemort. Estableció contacto visual con Remus, pero ninguno de los dos dijo nada. Cuando se fueron a casa, Sirius, tan impulsivo como siempre, le preguntó con lo que él creía que era suavidad si él tenía algo que ver con Greyback. Aquello derivó en una discusión, y Sirius salió por la puerta. No volvió esa noche ni ninguna de las siguientes, y un día, cuando Remus regresó a casa, no encontró ni rastro de las cosas del muchacho. Era como si Sirius Black jamás hubiera puesto un pie en esa casa.


Remus trató fervientemente de perdonarlo por haberlo abandonado a pesar de que dijera que nunca lo haría. Lo intentó, porque sabía que aquellos eran tiempos oscuros y que nadie en su sano juicio confiaría en él. Por ello, cuando supo que Sirius Black era el Guardián de los Secretos de los Potter, se alegró, porque, en aquel momento, creía con total firmeza que Sirius se dejaría morir antes que entregar a sus amigos. Pero, desde luego, no fue así. El 31 de octubre de 1981, Lily y James, traicionados por Sirius, fueron asesinados por Lord Voldemort, y esa fecha quedó para siempre grabada en su piel como una más de sus cicatrices. "Ni siquiera pude despedirme de ellos", pensó cuando Dumbledore le dio la noticia. Y, sin duda, para él, aquella noche se convirtió en la segunda vez que tuvo que morir y no lo hizo. Esta vez no había ningún lobo atacándolo, pero sus amigos ya no estaban, el amor de su vida los había traicionado y él se había quedado solo. Para siempre.


Remus suspiró y miró por la ventana de su despacho. Faltaba una semana para la luna llena, y esta ya empezaba a actuar sobre él. Los meses que llevaba en Hogwarts habían sido duros, pero no más que los últimos años. Volver a pisar aquellos pasillos, mirar a la cara a algunos de sus antiguos profesores y, sobre todo, al hijo de James y Lily, Harry, no hacían más que remover aquella vieja herida que aún no había logrado cicatrizar. Para aquel punto del curso, Sirius Black ya había penetrado dos veces en la Torre de Gryffindor, y Remus ya había tomado una decisión al respecto. Él mismo acabaría con él, no sin antes mirarlo a los ojos y preguntarle cómo había podido hacer aquello. Cómo había podido enviar a sus amigos a la muerte y a él a la soledad. Lo haría, y entonces moriría del todo. Porque, a su pesar, estaba seguro de que necesitaba verlo, enfrentarse a él y hacer lo que, a causa de su confianza ciega, no hizo en su día: matarlo. Lo necesitaba porque incluso el mero recuerdo de Sirius le punzaba el corazón, y porque, aún más que el hecho de saber que, si lo mataba, ya no quedaría ni uno solo de sus amigos vivo, lo atormentaba que todavía hubiera un pequeño espacio en su pecho, muy reducido, para quien él creyó que era Sirius Black, y luego resultó no ser más que un traidor.


Noche en vela || WolfstarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora