II.- El noble, la aprendiz, el Sirviente y el bastardo.

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La Aguja Estrella del Alba era una torre espigada y blanca, con dos escaleras de caracol que se fundían en una sola y varias habitaciones diseminadas en los diferentes niveles. Sobre algunas pequeñas plataformas flotantes se elevaban arcos y alas doradas que desafiaban toda gravedad, sostenidas en el aire por obra de la magia.

Desde la habitación de Cordelia se podía ver, a través de la ventana acristalada, todo el bosque y mas allá, la Aguja Brisa Veloz y el resplandor del mar, que se extendía a lo lejos como una cinta de plata. Eran unas vistas prodigiosas. En la noche, el negro océano parecía una alfombra de terciopelo salpicada de lágrimas de plata que se reflejaban desde el cielo.

Como cada noche, a la luz de las velas de llama azul, él leía un pesado volumen sentado en una silla sin respaldo, de patas curvadas y adornada con un cojín de terciopelo rojo. El libro reposaba en sus rodillas y se inclinaba hacia la gran cama que compartían él, Cordelia y el hijo de esta. El niño, ya acostado y tapado hasta la barbilla, le observaba con expresión seria y ávida curiosidad en la mirada, bebiéndose sus palabras.

—Y de este modo —explicaba él, la luna reflejándose en los blancos cabellos, arrancando destellos a sus ojos violetas— es el sacrificio lo que convoca a las fuerzas más poderosas, aquello que atrae una mayor concentración de energía. Se realiza por eso el sacrificio por dos razones fundamentales. ¿Recuerdas cuáles son, Maldathar?

El niño asintió, cruzando los dedos sobre su pecho y mirándole con suficiencia. Ammon sonrió a medias, complacido con ese gesto de superioridad.

—Una, para arrojar la energía que proviene de la sangre derramada a la atmósfera mágica. Y dos, para despertar una explosión de energía a partir de las emociones del sacrificio o del proceso de su muerte.

—¿Y en qué influirían estas cosas?

—Estoy cansado —se quejó el niño—. Ya no quiero seguir con esto, ahora léeme un cuento.

Ammon frunció un poco el ceño y se mostró firme.

—No hasta que terminemos la lección.

Maldathar entrecerró los párpados y le dedicó una mirada aviesa que hizo sonreír de nuevo al elfo de la cabellera blanca.

—Bien. Pero rápido —exigió la voz infantil.

—Eso depende de lo deprisa que respondas tú.

—Influyen en el éxito de los rituales la liberación de la sangre ofrecida y el acto de voluntad del oficiante, que al entregarla a las fuerzas, empodera la atmósfera mágica, mientras que las emociones como el pánico ancestral o la rabia ciega de la víctima actúan como detonante...

Ammon escuchaba atentamente. Estaba satisfecho, muy satisfecho.

El niño tenía ya ocho años. Era endiabladamente inteligente y había heredado el cabello oscuro de su madre, pero en todo lo demás, cualquiera que le mirase con la suficiente suspicacia hallaría el parecido con el alto noble que le había engendrado. Tenía los mismos ojos color gris plata, la misma expresión regia y digna aun a su corta edad y la misma autocomplacencia. Tenía su nariz, sus cejas y su tono de piel pálido. A Cordelia no le habían agradado aquellas similitudes cuando el pequeño nació, pero en cuanto la nueva amante del noble falleció de una repentina enfermedad y este volvió a llamarla a su lado, la elfa no solo perdió las reticencias respecto al parecido del niño con su padre, sino también gran parte de su interés por él. Pasaba de momentos de absoluta entrega y cariño absorbente, en los que le alzaba en brazos, le cubría de besos y se mostraba como una madre preocupada y entregada, a dejar de prestarle atención durante días, absorta en sus estudios o en su romance.

El sueño del cuervoWhere stories live. Discover now