Un hombre triste

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Una colleja por cada vez que se beba a nombre de un dios, y una patada en los huevos por cada mujer que prospere en su amor. Demin era sin duda lo menos considerado a ser un hombre, la descortesía y los malos hábitos se habían encargado de carcomerle el alma, y con ello el aliento.

Nacer en una familia mediocre apuntaba a ser una persona mediocre,
y vestirse entre trapos seguiría a dar por hecho que se quedaría entre los pobres; Demin buscaba salir de esa pocilga, buscaba encontrar un templo de paz y un palacio para donde llevar sus penas y desconsuelo. Hombre de camisón y un barbón, ojos acuíferos y labios resecos... un hombre simple, mundano y sin auspicio ninguno más que el de saber que su vida jamás habría de mejorar.

Saliendo una mañana agria de su casa, con el corazón empolvorado por las caricias de la matrona nocturna de una noche anterior, logró empezar su jornada laboral yendo al mismo curro de siempre...

Los rayos de sol siempre faltaron, pero aún sonreía por dentro, o eso creía. Mantenía su vida aferrado a sueños vacíos, anhelos inútiles, pensamientos destructivos y un Dios en el cual jamás creyó y el cual jamás le ayudó. 

Se destruía a sí mismo y lo sabía, estaba consciente de eso, intentaba soportarlo tanto como podía. Pero al final, no lo logró, soltó su agarre a aquello que le mantenía vivo y en la tierra. Ya no tenía sentido soñar, desear, anhelar, creer. Dejar de creer cuando él nunca creyó; nunca creyó en un final feliz, nunca creyó en Dios, nunca creyó en sí mismo, nunca creyó en ser un niño. Cayó en la nada, una nada oscura donde podría perderse hasta morir. 

Su vida empezó siendo una mierda y su vida terminaría siendo una mierda.

Al cambio de aires que le esperaba al salir otra vez de su andurrial, vería otra vez a la misma promotora de sueños frente a la estación del metro, tratando de incitar a algún desesperado a decir "Sí" frente a la propuesta de si su mundo sería mejor tras la simple probada de su producto mágico sorpresivo ante los cinco sentidos e imperceptible para ninguno de ellos.
Demin yacía sentado en una banca cuando la mujer de aire dudoso se acercó

- ¿Nunca ha querido usted mejorar su vida? 

Demin vaciló un momento, pero terminó respondiendo- ¿Y tú? ¿nunca has querido tener un trabajo de verdad?

- Para su información caballero, o mas bien señor, pues de caballero nada tiene. Yo misma empecé con la producción de estos elixires y ahora, tras el gran éxito que poseen y su venta continua, fui capaz de simplemente dedicarme a venderlos, ¡ha! ¡qué afortunada he sido!

- "Fortuna", una palabra que se utiliza para la buena suerte y para la riqueza... sabría que estarían ligadas.

- No sea recesivo usted buen hombre, ¡pruebe mi producto y verá como todo le va de maravilla a partir de!

- No gracias, mi significado del éxito nunca ha sido vender cosas a extraños en paradas del metro.-Mientras decía esto el metro se lograba escuchar cerca.- ¿por qué no tomas tú otro más? Capaz y así puedas dejar de trabajar para siempre y con ello ya no jodes a tantos extraños.

Ante esta última línea, la promotora sintió que ya no merecía la pena seguir tratando, no se sintió ofendida pues en su trabajo se había acostumbrado al rechazo y mucho más al desprecio de las personas; se movió a otro pasajero que recién había llegado.

Demin subió al metro, maldijo a la vida cuando no encontró asientos.

 —Puta madre... 

 Se aferró a una de la barras cuando el metro avanzó, iba mucha gente... Bebés llorando, personas hablando por teléfono y gente sudorosa. Al llegar a su destino rápidamente bajó para tomar un poco de aire fresco. 

 —Creí que iba a morir ahí... 

 Acomodó su ropa y se encaminó a su trabajo, a su bello trabajo. Vender cosas en una sex shop. Veía lo mismo todos los días —parejas, adolescentes, adultos— y no olvidemos los productos. 

 El lugar se llamaba "Glorious Palace" o como Demin le decía "una juguetería sexual" 

Era un lugar que no encaja para nada con una persona como Demin, pero pagaban bien y las interacciones entre cliente-empleado estaban destinadas a ser incómodas, por lo que no necesitaría avergonzarse de sus problemas para interactuar con las personas. Demin no era tímido del todo, simplemente tras constantes decepciones, su cuerpo creó un sistema de defensa que lo obligaba a fingir frialdad. Y tras tantas noches de disfrazarse para otros, terminó engañándose a él mismo con el disfraz, olvidando alguna vez quitárselo. Aunque eso no parecía molestarle.




Era otro día como cualquiera en su trabajo. Se encargaba de ayudar a los clientes en cualquier tipo de pregunta o duda que tuviesen respecto a algún producto, aunque él solo se encargaba del área dentro de la teoría, la única que podía servir como consejera era su jefa, Lani. Ella era una veterana en Glorious Palace y mantenía, a diferencia de Demin, una gran afinidad con el local y lo que este representaba. Lani había probado la mayoría de sus productos y servía como consejera para nuevos y nerviosos clientes, su dedicación al trato al cliente la llevó pronto a liderar en el área como Encargada principal.

Pese a sus vastos conocimientos del tema y obvia perversión, Lani era figura de inocencia y lindura. Lograba que cada nuevo comprador quedase satisfecho y disfrutara de una experiencia ligera tras la amabilidad de la jefa. Era una persona importante en Glorious Palace.


Demin se encontraba en el área de detrás haciendo recuento de inventario cuando Lani le llamó repentinamente. Faltaba poco más de una hora para que fuesen las nueve, hora en la que cerraban la sex shop.

— ¡Dem, ven rápido! ¡Necesito tu ayuda!
— Aquí estoy, jefa. ¿Qué pasa?
— Escucha, sé que aún no es hora pero debo irme. Quedé de verme con unos amigos para una fiesta y quería retirarme desde antes.
— ¿Y dejarme solo para cerrar? Jefa, por mucho que me lo pidiese- ya casi nos vamos. Mi turno acaba cuarenta y cinco minutos antes que el suyo.
— Lo sé, lo sé pero... ¡solo esta vez! ¡¿sííí?! ¡Prometo que te recompensaré de alguna forma mañana, ¡ya sé! Te dejaré encargarte de solo la caja por toda una semana, odias interacturar con clientes, ¿no? ¡Porfi, Demi!

No importaba lo mucho que Demin quisiera ocultarlo tras su rostro frío, hasta él se sentía un tanto paleto cuando se trataba de Lani, su carisma natural y su entrenada forma de ser linda la hacían una mujer de cuidado.

— *suspira*... Está bien, jefa. Cuidaré y cerraré hasta las nueve. Puede retirarse por ahora.
— ¡Sí, sí, sí! ¡Gracias, Demi! <3    Prometo compensártelo, en serio.

Sin mucho más que agregar, Lani tomó sus cosas y le entregó las llaves a Demin. Salió corriendo a pie por el lateral de la banqueta junto a su abrigo de verde camuflaje; hacía frío en la ciudad, pero el cálido corazón de Lani y su rigurosa resistencia le permitirieron desvanecerse entre la noche.

— Maldita oportunista...—gruñó Demin molesto, sientiéndose utilizado.

— Bueno... igual no tenía prisa en volver a casa. Lo único que me preocupa es que no planeaba tomar el tren tan tarde de las 9:15, espero poder cerrar unos diez minutos tarde y llegar a la estación para llegar a tiempo.


Un vistazo al páramoWhere stories live. Discover now