El verano en el pueblo era lo mejor que me podía pasar. Tres meses lejos de Barcelona, la gente, el ruido y la contaminación y rodeada de mis amigas, mi familia y unas montañas preciosas que me daban la paz y tranquilidad que yo necesitaba. Pero todo eso estaba llegando a su fin.
Hoy era el día 10 de septiembre, domingo, día en el que las fiestas de mi pueblo se acaban y en el que tengo que volver a Barcelona. Despedirme de mis amigas siempre era una de las cosas más duras. Después de estar una gran parte del año viviendo prácticamente juntas, ahora tenemos que separarnos para, seguramente, no volvernos a ver hasta Navidad. Casi todas vivían cerca del pueblo, 1 o 2 horas en coche, como mucho. Pero yo era la desgraciada que tenía que circular durante 4 horas cada vez que quería hacer una visita a mi lugar preferido en el mundo.
No me quería levantar de la cama. Eso significaba asumir que hoy era mi último día, que este verano había sido solamente un espejismo más, sobre todo esta última semana, y que mañana volvería a la rutina. Después de la noche de ayer, sinceramente, ni quería ni podía levantarme de la cama.
Escuche a las tres de la tarde como me llamaba mi abuela para que bajase a comer. Bajé sin rechistar demasiado, no me gustaba hacer sentir mal a mi abuela, ya que era una de las personas más importantes para mí y una de las que más me había cuidado.
-Buenos días, cariño.
-Buenos días, abuela.
-Menuda cara llevas... ¿Hasta qué hora estuviste ayer? Bueno, ayer... esta mañana. –mi tío siempre era así conmigo. Desde que murió mi padre sintió que debía sustituirlo para que no me faltase de nada, sobre todo cuando estaba en Barcelona, ya que vivíamos a escasas manzanas y siempre estaba atento por si necesitaba algo, él y su marido eran como unos padres para mí.
-Pfff, creo que hemos vuelto a las 10 o las 11... Cuando quitaron la música de la peña...
-Ay dios, hija, menudas horas. Yo a tu edad llegaba a casa a las cuatro, cuando se acababa la orquesta de la plaza –decía mi abuela.
-Estos a las cuatro aún no han empezado casi la fiesta, mamá.
Esa conversación la teníamos siempre, fuese el domingo que fuese, llegase a la hora que llegase, para mi abuela siempre era tarde, pero nunca me había puesto ninguna restricción.
-Por cierto, vete preparando la maleta en cuanto acabes de comer, a las seis nos iremos para Barcelona –avisó mi madre.
-Ya lo tengo todo preparado, así me ducho y puedo salir un rato con mis amigas.
-De acuerdo, pero ven antes de las seis, que siempre tenemos que estar esperándote.
-Tranquila, seré puntual.
Así que, en cuanto terminé de comer, me duché y arreglé y salí a la calle con todos los demás. Estuvimos en la plaza, escuchando como cantaban mexicanas y bailaban las pocas personas que quedaban en el pueblo. Celebrar las fiestas del pueblo el último fin de semana de verano tenía sus cosas buenas y sus cosas malas: mientras el resto del mundo se deprime la última semana, para nosotros es la mejor de todo el año, pero la depresión del domingo es lo peor de los 365 días.
Cuando estábamos hablando, se nos acercó el grupito de chicos guapos para hablar un ratillo, antes de que todos tuviésemos que abandonar ese lugar. Desde hace unos años siento una atracción muy fuerte por uno de ellos, que se esfuma cuando llega el invierno, ya que él vive en Zaragoza y no solamente lo veo en verano. Siempre que salimos de fiesta terminamos hablando o bailando juntos, pero nunca nos hemos liado, y dudo bastante que pueda llegar a suceder. En realidad, de momento no me he liado con ningún chico, porque soy muy vergonzosa y, además, los que han querido tener algo conmigo no eran de mi agrado.
Estuvimos hablando durante toda la tarde, hasta que llegaron las seis menos cuarto: hora de despedirse de todo el mundo e irse a casita. Mis amigas y yo siempre lloramos en este momento, pero ahora no estábamos solas, así que me limité a dar dos besos a cada una y decir adiós mientras me alejaba.
-Espera, voy contigo –dijo Laura. Ella es la única persona que, al igual que yo, vive en el culo del mundo. Es mi mejor amiga porque, además de tener el mismo pueblo que yo, vive también en Barcelona y vamos al mismo instituto, es decir, estamos siempre juntas, en verano y en invierno. –Oye, se te nota demasiado que te gusta Javier.
-¿Qué dices? ¿Estás loca?
-Lo sabes de sobra. Te encanta estar con él y pareces medio boba cuando no puedes parar de mirarlo. Se nota demasiado.
-Laura, sabes perfectamente que si me gustase de verdad te lo diría, somos amigas.
-No sé si creerte... -después de mirarme con cara de pícara durante unos segundos y viendo que no iba a cambiar de parecer decidió cambiar de estrategia –Bueno, igual no te gusta de gustar, pero te atrae un montón.
Empecé a reír porque era obvio que tenía razón, las dos lo sabíamos. Siempre que Javier estaba en el pueblo me desvivía para cruzármelo por la calle. Pero, como he dicho antes, en cuanto llegaba el inverno me olvidaba completamente de él. Es por eso que nunca va a llegar a gustarme tanto como para contarlo o verlo como algo más.
Hasta aquí el primer capítulo, espero que os guste. Cuando lleve 5 estrellas o comentarios de diferentes personas subiré el siguiente capítulo. Si no os gusta comentarlo también y así no escribiré más. Lo hago solamente para ver si hay gente a la que le interesa y no subir los capitulos en vano.
Muchas gracias a todos y a todas las que me leais por adelantado.