Wearing a wedding dress. And not for you [Sasuhina].

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Wearing a wedding dress. And not for you.

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Nunca pensó que le fastidiaría tanto vestir tan formalmente un traje. Ya estaba acostumbrado por los pocos años que había trabajado en la empresa de su padre, además de todas esas fiestas a las que había asistido. Esta vez todo era diferente, lo que odiaba rotundamente era tener puesto eso sobre su cuerpo.

No veía el momento en que todo terminase y volviera a su casa, para deshacerse de la vestimenta, tirarse en la cama y dormir hasta que el nuevo día llegara. Llegara diciendo que todo en su vida era una asquerosa mentira. Que todo el mundo se había puesto de acuerdo para jugarle una broma, las de ese tipo que a uno le daban ganas de retorcer unos cuantos cuellos.

Su paso al andar seguía siendo firme, pero no más tranquilo de lo que aparentaba. El corredor por el cual caminaba cada vez se acortaba más a su llegada, su destino estaba más cerca. Acomodó por quinta vez la manga derecha de su saco, y por tercera vez aflojó el nudo de su negra corbata, del mismo color de sus ojos que no mostraban emoción alguna.

La puerta que debía atravesar ya estaba frente a él, imponente cual muro que un niño de cinco años quiere cruzar pero no puede a causa de su temor a caerse y lastimarse. Pues, ese muro no era más que una obstrucción para su destino, él sí podía atravesarlo, total el lastimarse le daría lo mismo.

Su nívea mano tomó la dorada cerradura incrustada en la madera blanca; sin darse tiempo a pensar en girarla, ya se encontraba viendo el interior de la habitación: flores de distintas tonalidades adornando diferentes floreros de variedad de tamaños; sillones de cuero blanco con pequeños almohadones por encima dando su función de adorno; dos grandes ventanales obstruidos por las blancas cortinas de, al parecer, gasa; y aquel gran espejo a un lado donde el reflejo de la persona que buscaba se encontraba sin girar a verlo.

La observó pocos segundos antes de que sus miradas se encontraran en el espejo. Blanco con negro, y un profundo silencio. A su lado, la imagen de una muchacha de cabellera rosada detuvo su movimiento cuando la mano de ella tocó su hombro. Interrumpiendo el contacto visual, giró su cabeza para hablar con su acompañante, la que tenía en la mano un adorno para el cabello. Cuando ella asintió, dejó lo que tenía en uno de los sillones y se dirigió hacia la puerta donde se detuvo al verlo. Lo llamó por su nombre y, acompañada de un sonrojo, desapareció por la puerta, la cual él cerró tranquilamente.

Al apoyarse en la madera, se cruzó de brazos, viendo en completo mutismo la figura femenina que seguía inmóvil ante su misma imagen. Su rostro no mostraba emoción, sus ojos no poseían aquel brillo que él conocía. Ni siquiera había rastro alguno de felicidad, como el que debía tener en un día como ese.

Volvió a mirarlo, sin mostrar cambio en su rostro, como si su presencia le fuera la misma que la de una piedra. Finalmente suspiró y se giró para dirigirse a uno de los sillones blancos, donde con sumo cuidado se sentó, tratando de no estropear la presentación del blanco vestido que llevaba puesto. Mientras recogía el par de zapatos que estaban en el piso, él seguía cada uno de sus movimientos. Con la misma audacia que un ángel, hacía que se viera toda refinada, como una princesa a punto de ser otorgada la corona.

Deshizo su postura y se separó de la puerta para ir a sentarse frente a ella. El maldito saco le estorbaba por lo que se lo quitó; y el nudo de su corbata, por cuarta vez fue desarreglado.

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