Prólogo

39 7 20
                                    

Es fácil decir que el dinero no compra la felicidad.

No me malinterpreten, no soy materialista.

Estoy segura de que el dinero no compra la felicidad, sin embargo, el dinero, o mejor dicho la falta de este ha sido la principal causa de mis desdichas.

Desde pequeña observaba cómo mis padres discutían cada vez que mencionaban la palabra dinero o alguna otra que refiera a esta palabra.

"¿Ya pagaste los servicios? ¿Has dado para la renta? ¿De dónde sacaremos el dinero para la comida? ¿Cómo llegaremos a fin de mes?"

Realizar cualquiera de esas preguntas significaba el inicio de insultos y gritos por todo el cuarto en el que vivíamos, recuerdo que con mis tres hermanos nos íbamos al baño para tratar de minimizar el ruido que nos ponía los nervios de punta. Erik, Eva y Edith, eran mis hermanos menores, y aunque no compartíamos al mismo padre, puesto que mi madre me tuvo en su adolescencia antes de meterse con Erik, mi padrastro; o, mejor dicho, mi ex-padrastro, una vez que nació mi cuarto hermano Ed, mi padre no biológico nos dejó, yo tenía catorce.

Desde esta edad me dediqué a buscar diferentes trabajos con el fin de apoyar en la economía de mi hogar, me las arreglé para terminar el grado superior, aunque mi sueño siempre fue ir a la universidad y estudiar Psicología. No pude cumplirlo.

Debido a que hace un año cumplí la mayoría de edad conseguí trabajo en un bar por los fines de semana, hago mandados a tiempo parcial y ayudo en un restaurante todas las mañanas. Se podría decir que mi vida se estaba empezando a estabilizar, tanto económicamente como de manera familiar.

- Emma – mi jefe me llama desde su oficina, dejo los instrumentos de limpieza a un lado y me quito los guantes amarillos de látex antes de entrar en la sala; el señor Ramírez está sentado tras de su escritorio en la silla de cuero negro un poco gastado por el pasar de los años, tiene el portátil abierto y al lado de este un pequeño sobre.

No va a despedirme, ¿o sí?

- Dígame, señor Ramírez – me invita a tomar asiento en una de las sillas de delante, me acomodo en el mueble acolchonado, las piernas me tiemblan y las manos se me ponen frías.

- Emma, lamentablemente...

¡Grandioso! Van a despedirme

- Tu madre...

¿Mi madre?

Mis músculos se tensaron, mi cuerpo se puso rígido y el aire parecía que no fluía con regularidad hacia mis pulmones, necesitaba que el señor Ramírez hable más rápido, aunque bueno, el hombre tenía como unos 80 años; pero si las palabras no salían con más rapidez, me daría un ataque al corazón.

- Está en el hospital, la llevaron de emergencia – solté el aliento que tenía sosteniendo, me paré lo más rápido que el cerebro me respondía – Llévate este dinero, es para las cuentas. Te lo descontaré de salario, anda ve niña.

- Gracias, señor – tomé el sobre y me dirigí al cuarto de empleados por mis cosas, metí como pude el delantal que tenía, tomé mi bolso y fui hacia la parte trasera del local, en el pasillo estaba mi bicicleta, abrí lo más rápido la puerta que daba al pasaje en donde tiran la basura.

Mis pies pedaleaban lo más rápido que podría, me esforzaba por no llorar, aunque la vista se me nublaba de vez en cuando, sentía un breve adormecimiento en los brazos mientras conducía, una vez que llegué al hospital dejé la bici en la entrada, caminé a paso apresurado, tanto que parecía que corría, me acerqué al mostrador de recepción.

- Buenas tardes – la señorita de blanco tras la pantalla hablaba por teléfono, me dio una mirada e hizo una mueca de disgusto.

- Por el momento no tenemos citas – dijo rápidamente antes de regresar a su plática.

- Estoy buscando a...

- Tampoco es hora de visitas

- La señora Jazmín García fue traída de emergencia esta mañana - grité llamando la atención de algunos pacientes y personal médico, la señorita dejó el celular de mala gana y tecleo unas cosas rápido.

- Cama 102 B, tercer pasillo a la derecha – mis pies estaban a punto de moverse, mientras mi cerebro procesaba las direcciones – Antes de que se vaya, tiene que cancelar la cuenta.

- Pero es hospital del Estado - mencioné algo irritada.

- Pero su madre no tiene seguro – esas palabras me cayeron como agua fría al cuerpo, saqué el sobre de mi bolso y se lo entregué.

- Esto debe de cubrir cierta parte, envíe el resto de la cuenta por partes.

Antes de que me ponga más excusas, me apresuré en ir a la habitación de mi madre, mis hermanos estaban con ella, los más pequeños estaban llorando, Erik, quien ya tenía doce, estaba calmado tratando de aliviar las tenciones y preocupaciones.

- Miren, Emma ya está aquí – mi madre tenía los ojos cerrados y parecía mucho más enferma desde la última vez que la vi, estaba delgada, la piel se les pegaba a los huesos, así no parecía mi madre.

- ¿Por qué no llevas a Ed por unos dulces de la máquina? – saqué unas cuantas monedas de mi bolso y se los entregué a Eva, ella les tomó de la mano a los dos revoltosos y salió del cuarto. - ¿Por qué no vas también Erik?

- Ya no estoy pequeño, Emma, prácticamente soy el hombre de la casa, me encargo de regresarlos a la casa sanos y salvos de la escuela.

- Tienes razón Erik – le ofrezco una sonrisa, aunque me rompe el corazón verlo así, sacrificando su adolescencia por cuidar a sus hermanos, en eso, el doctor entra en la sala.

- ¿Familiares de la señora García? – asiento – Buenas tardes, soy el doctor Peña. – mira su hoja y aprieta los labios. - ¿Sabía usted que su madre tenía la enfermedad de Pompe?

¿Enfermedad de Pompe?

- No – el doctor asintió como si ya esperaba esta respuesta, su mirada no era para nada alentadora, como si nos quisiese decir: lo lamento, pero es demasiado tarde.

- Ya veo, la enfermedad de Pompe es una enfermedad genética, que ocurre cuando no hay suficiente o ninguna encima llamada glucosidasa-alfa. ¿Qué es esto?... – mi mente se bloquea por un momento, lo único que puedo percibir es los labios del doctor moviéndose, mientras que pienso en la estabilidad que creí haber logrado se desmorona como un castillo de naipes bajo mis pies – Por lo tanto, se requiere iniciar con el tratamiento lo antes posible; aunque los daños ya están hechos, podríamos desacelerar el proceso.

- ¿Tratamiento? ¿De cuánto estaremos hablando? – pregunto con temor, según lo que pude escuchar es una enfermedad rara, la cual pierdes la capacidad motriz.

- Serían aproximadamente catorce mil dólares.

- ¿Anuales? – Si son anuales podría hacer malabares, sería un poco más de dos mil por mes, pero entonces mis esperanzas se van al suelo cuando el doctor pronuncia:

- Mensuales, sería un estimado de catorce mil dólares mensuales, verá el medicamento está 870 dólares 50 mg, se aplica cada dos semanas, la dosis depende de la masa corporal del paciente.

Mi alrededor parece borroso, definitivamente todo parece nublarse, el doctor pronuncia algunas otras palabras antes de pasar a retirarse, en ese entonces veo a mis hermanos venir, con una sonrisa en el rostro, lamiendo el chocolate que se han comprado, trato de que mi semblante parezca más animado.

- Mira Emma es pocholate – dice Ed, le ofrezco una sonrisa.

- Cuídalos un momento, Erik, iré a los servicios – arrastro mis pies hasta los baños y una vez que la puerta hace click las lágrimas empiezan a brotar.

Como dije, la falta de dinero es la principal razón de mis desdichas. 

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Dec 27, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Mientras finjo ser ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora