Capítulo 3

24.8K 2.6K 1.5K
                                    

No era del todo un hombre maduro; lo supe por la forma en la que afronté aquel vergonzoso reencuentro en nuestros balcones.

Decidí quedarme en casa el resto del día, cerrar las cortinas y no salir al balcón ni por asomo. Lo que menos quería era que Moon-jae apareciera nuevamente para irrumpir en mi tranquilidad. Me producía desagrado, pero también nerviosismo. Era mi exnovio, después de todo. Con él creé buenos y malos recuerdos.

Lo único positivo que ocurrió durante ese rato, fue que la empresa que me contrató para el catálogo había depositado el resto de mi paga. Ya tenía para sobrevivir unos días más y añadir un porcentaje a mi cuenta de ahorros.

Hasta que me ganó el sueño, permanecí un aproximado de seis horas frente a la computadora, perdiendo el tiempo. No podía hacer absolutamente nada sin trabajo ni planes nocturnos. Mi existencia dejó de ser interesante cuando capté que la realidad de una vida ordinaria era aburrida y monótona.

Estudié fotografía por gusto, mis padres nunca me lo prohibieron. Quería dedicarme a algo que no matara a mi espíritu por la ausencia de pasión. Y al ser mejor de lo esperado en aquel oficio, conseguí vivir únicamente de una cámara. Tenía suerte, debía admitir.

Mis clientes me volvían a buscar, los nuevos llamaban porque otros les hablaron de mí. Era la única forma en la que podía mezclar un trabajo y una pasión manteniéndolas a flote. Cada nuevo día, esperaba ansioso por alguna oportunidad increíble, tal como retratar a una marca de mundial reconocimiento o personas importantes.

No era famoso, tampoco tenía dinero para gastarlo a lo idiota en entretenimiento. Yo era parte de ese inmenso grupo de humanidad donde se nace para estudiar y se estudia para trabajar hasta los últimos momentos de vida, ya consumido por el agotamiento.

Pero yo tenía sueños. Y quería cumplirlos a como diera lugar. Si esto no hubiese pasado, yo ya estaría en mitad de una planificación para contactar a gente relacionada con los medios visuales y el arte. Porque mi más grande sueño, era tener una galería y realizar exposiciones cuyas fotos valieran más que solo dinero.

Quería ser relevante.

El piso siete del edificio de apartamentos tenía un área de lavado, con decenas de lavadoras y ninguna secadora. Sentado frente a una de ellas, me perdí en el pequeño cristal donde giraba mi ropa mientras pensaba en el futuro al que quería llegar. Suspiré, me agaché en mi asiento hasta que mis codos tocaron a mis rodillas.

Casi no había personas conmigo. Si acaso, un par de ancianas y mujeres; todas de ojos rasgados, cabello lacio y complexiones delgadas. Cuando las miré minutos atrás, ellas también lo hicieron con cierta curiosidad y extrañeza. Asumí que todos se conocían dentro del vecindario y que mi repentina presencia provocó en ellas aquella reacción.

Se secreteaban a mi espalda, aunque hubiera sido lo mismo alzar la voz o incluso gritar, pues yo no entendía ni una palabra de lo que estaban diciendo.

Moví la pierna izquierda por culpa de la ansiedad y el aburrimiento. Era una persona bastante impaciente, enérgica. Necesitaba conversar con alguien para que el tiempo no transcurriera demasiado lento, así que saqué el celular y marqué a Jonah como primera y única opción.

Al tercer timbre, contestó.

—Estoy en una reunión —susurró—, te marco más tarde.

Las cosas ya no eran como en la universidad ni como cuando los dos estábamos ocupados haciendo dinero. Olvidaba con frecuencia que él sí tenía un empleo formal, un horario, responsabilidades más estrictas. Y como yo no hacía nada en ese momento, requería de alguna distracción.

La lavadora sonó para indicar que necesitaba colocar el suavizante. Odié que esos obsoletos aparatos no pudieran hacer todo desde el principio, como la que antes tenía y que extrañaba. Un día eres joven, despreocupado, fiestero; y al otro eres un sujeto que se amarga porque una lavadora no funciona como quieres.

El balcón vecino [BL-GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora