El Despertador

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 El día amaneció caluroso, como de costumbre, y decir «caluroso» es un alago para el clima que envuelve a Ciudad Bolívar. Los ciudadanos se abrían paso por las calles a una velocidad considerable, ignorantes de todo cuanto los rodeaba, y decididos a enfrentarse a sus rutinarias y frustrantes actividades.

Juan Ortiz caminaba más rápido que de costumbre. Iba retardado, lo cual lo inquietaba mucho. Sabía que los lunes en la universidad eran sagrados. Para su desgracia, a su madre le habían robado el coche hacía una semana atrás, de modo que Juan debía caminar hasta la parada de autobús y esperar con mucha fe a que pasara alguno con asientos disponibles.

Vio la hora en su celular, el cual volvió a guardárselo rápidamente, aunque en ningún bolsillo, por seguridad. «La profesora Manuela me tragará y escupirá cuando entre al salón» se lamentó, mientras apuraba el paso.

Vivía en la avenida que daba a la parte trasera del Hospital Universitario de la ciudad, que a su vez, se encontraba al lado del Hospital Psiquiátrico, por lo que debía pasar por un callejón entre ambos hospitales para recortar el camino y llegar hasta la parada del autobús, ubicada frente al Hospital Psiquiátrico.

Ocho de la mañana. La mayoría de las personas ya se encontraban trabajando o estudiando. Menos Juan Ortíz, que trotaba, lanzando maldiciones a su despertador por traicionarlo esa mañana.

Iba por la mitad del callejón cuando decidió detenerse un par de segundos para recuperar algo del aire perdido. Una muchacha que lo miraba desde un árbol cercano sonrió.

Juan sintió la punta afiliada de algún metal presionando su espalda. Intentó voltear, pero un susurro en su oído lo interrumpió: «Será mejor que no voltees y camines, Juan David. Callado». El observó a su alrededor, el callejón se encontraba desierto. Ni una persona, muchos menos algún policía a quién pedir ayuda. Debían andar en asuntos más importantes, asaltando a los ciudadanos o extorsionándolos. Estaba muy exhausto para echar a correr. Al ver que no tenía opción, obedeció.

No hubo caminado más de cinco metros cuando una aguja penetró su brazo, y fue sólo cuestión de segundos para que perdiera el conocimiento.

Al abrir los ojos, se horrorizó por lo que observó: una habitación minúscula de paredes blancas, ocultas tras la suciedad acumulada de años; las telas de arañas, haciendo bien el papel de nubes en todo el techo; Un hoyo en una esquina, que servía de escusado; la puerta de hierro oxidado, no poseía cerradura visible; y el piso, que era de tierra. «Un lugar perfecto para un rehén» pensó.

Cerró los ojos de nuevo, deseando que fuera un sueño. Bajo la incómoda y sucia cama donde estaba acostado sonó una queja, sintió que la cama se movía.

—¡Desgraciada cama! Siempre me golpea la cabeza —Gruñó una voz femenina—. Como si ya no estuviera dañada lo suficiente.

Juan abrió los ojos, mientras en la mente rezaba cuanta oración conocía. Al observarla, se arrepintió de haber abierto los ojos.

            —¡Ah! Pero si ya despertaste, mi amor —dijo la joven, dedicándole una dulce y fea sonrisa.

Él se limitó a observarla, detalladamente, luchando por mantenerse calmado. La perturbadora imagen de la joven era la de un pálido esqueleto cubierto por una sucia piel, que su momento fue clara; el cabello amarillo, suelto y despeinado; los dientes que conservaba, nada agradable de mirar. Era casi tan alta como él, pero no la reconoció.

            —¿Qué pasa mi amor? ¿Acaso no te alegra verme?

            —Disculpe, pero creo que no la conozco —dijo él, intentando sonar lo más amable que pudiera.

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⏰ Última actualización: Aug 29, 2014 ⏰

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