Única parte

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La última vez que la vieron fue el 10 de mayo, salía de su casa para juntarse con sus amigas en una plaza, puesto que su madre le había dicho que ya estaba comenzando febrero y ella todavía estaba blanca cual papel.

Tenía pantalón corto, sí, porque hacía calor. Usaba musculosa, sí, porque su celular le marcaba 36 grados cuando se asomó a la vereda.

Iba sola, la plaza le quedaba sólo a tres cuadras de su casa así que no se vio en la necesidad de pedirle a alguien que la llevase. Además, siendo las cinco de la tarde nada malo podía pasarle.

Ahora su cara se encuentra pegada en los postes de luz del barrio, con el número de teléfono de su madre y una recompensa a quien le diera alguna pista sobre su hija. La policía sigue buscando culpables e interrogando sospechosos. Los noticieros y diarios ya se encargaron de hacerla culpable por usar ropa corta o salir sola.

Nadie, ni siquiera ella, saben donde está. Ya no saben donde buscar. Y seguir haciéndolo es en vano, porque al final, estará enterrada en el descampado más lejano de su ciudad.

Salir. El peligro de ser mujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora