Describo nuestro amor como las estaciones del año. Me empezaste a querer en una tarde de verano a la orilla del mar. Algo cálido y con una brisa llena de esperanza y un nuevo comienzo. Algo, tan pero tan bueno para ser verdad; comparo el amor como el agua y nosotros las flores. Un amor que florecía. Procurábamos regar nuestros pétalos día a día para que ninguno se marchitara, pero de pronto, aquellas flores con hojas tan bonitas de colores llenos de vida, con un olor hipnotizante lentamente se fueron debilitando y su color ya no era tan vivaz como antes. Sus hojas estaban opacas, a punto de caerse. El agua dejó de funcionar y nos vimos en una situación casi imposible de afrontar. Parecía que cada vez nuestras raíces se encontraban más lejos una de otra, sin embargo nos mantuvimos más fuertes que nunca. Ambos aferrados a la idea de estar juntos y de tratar de mantener aquella chispa que nos unió en una tarde de verano. Sin darnos cuenta el invierno había llegado y ninguno estaba preparado para aquel frío. Lo curioso está en que nuestro corazón se había endurecido tanto que por más ropa que nos cubriera, llámese esta esperanza, no fue suficiente. Un amor que nunca llegó a ser primavera, un amor cambiante y corto pero sin duda alguna había sido el mejor que ningún otro.
