Las personas sufren, quieren, se rinden, perseveran. Ríen, lloran, se secan sus lágrimas y así hasta que algo vuelva a hacerlos felices, o apenarse, quizás enojarse o sentir rencor. El ser humano ha ido precisamente perdiendo esa esencia, esa humanidad y empatía por el resto y por sí mismo, y por ende ha afectado a cada ámbito de su persona al punto de dejar a un lado su identidad inicial.
Sin embargo esto es justo a lo que no quiero referirme, aunque tiene que ver. Ciertos hechos, opiniones y también prejuicios han convertido a la persona que soy en alguien inseguro, tímido, reservado y callado en la mayoría de las ocasiones. Mi confianza se desvaneció con el tiempo, se fue junto a personas que me fallaron y fueron interruptores que apagaban mi luz.
Pero fue exactamente en esos momentos, de plena oscuridad y melancolía, donde entendí (quizás no a la perfección) que apesar de que existan personas a lo largo de tu vida que opaquen, que te aparten, cohiban y apaguen tu luz, también existen muchísimas personas que son casi una terapia intensiva en la que te recuerdan que avanzar y ser feliz pese a todo, es lo importante.
Me dio por escribir esto en un ataque de sinceridad y de reflexión, y realmente (y si quieren tómenlo como consejo) nunca es tarde para darse cuenta de cuales son sus motivos para ser humanos, ser felices, vivir, disfrutar y querer sin límites. Al fin y al cabo no se trata solo de recibir sino también de dar y valorar pequeños detalles que hacen la diferencia.
Además... tú decides que clase de interruptor ser. Tan solo procura no apagar a nadie, solo iluminar y ser un rayo de luz cuando alguien esté en plena oscuridad, tal como yo he estado y como tú seguramente también.
Habiendo dicho esto, gracias a quienes han sido esos interruptores en mi vida.