Nate

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        Todo comenzó con el avance tecnológico. Todos creían que mientras más mega píxeles tuviera su cámara, o mientras más y mejor conexión tuvieras en los lugares más inhóspitos más inteligentes nos volvíamos.

        Pero no era así, ¿verdad? Mientras más tecnología había menos ocupábamos la cabeza. Pero a nadie le pareció importar. Y admito que a mi menos. Vivíamos en un mundo tecnológico. Nacimos y crecimos en el desastre perfecto del ser humano, toda la vida rodeados de aparatos inteligentes, ¿para que pensar si ellos lo hacían por nosotros?

        Pero en algo nos equivocamos. Y el gobierno lo sabía, pero no pareció importarles.

        Mientras perdíamos nuestro tiempo hablando con personas que se podían encontrar a tan sólo un par de habitaciones de distancia o tal vez en el otro continente, sacándonos fotos y subiéndolas a los sitios de moda, había gente que si hacía algo. Que planeaba algo.

        A los hackers no les gustaba en lo que se había convertido el mundo. Lleno de gobiernos mentirosos, de personas falsas. Crearon su propio sistema y ofrecieron a los gobiernos prescindir de su mando. Claramente eso no sucedió. Y fue entonces cuándo los gobiernos de todo el mundo parecieron escuchar la alarma que había estado sonando desde ya hacía años. La primera guerra cibernética.

        ¿Cómo combatir a un ejercito de estrategas anónimos que han pasado años planeando la caída de los gobiernos de todo el mundo?

        Y se declaró la Crisis. Todos los aparatos que los expertos del gobierno apuntaron en la larga lista debían ser eliminados de hogares, tiendas y oficinas. Debíamos abstenernos del internet. Los gobiernos organizaron “La Gran Quema”, y el jueves 27 de abril a las 5.00 de la tarde en punto todos los objetos tecnológicos deberían estar en la hoguera de tu ciudad.

        ¿Cómo la humanidad daría ese paso? ¿Qué sucedería ahora? Los humanos habían perdido toda capacidad de comunicación cara a cara. Nadie podría sobrevivir sin su teléfono inteligente.

        Y empezaron los suicidios. Miles de jóvenes y adultos muertos por día. Y surgieron las dudas. ¿Sería una lucha infinita hasta que el último ser humano se suicidara? ¿Cómo ganaremos está guerra si no estamos equipados como los hackers deben de estarlo? Y surgieron los traicioneros. ¿Para qué estar en el bando perdedor? ¿Para que quedarme en el gobierno que no supo gobernarnos? Y ellos empezaron a ganar rebeldes. Y la guerra.

        Aún recuerdo el día en el que ellos ganaron. Nadie sabía que estaba pasando a su alrededor. No había comunicación ni teléfonos inteligentes que averiguaran por nosotros. Duró menos de los esperado. Aunque de algún modo eso no pareció sorprender a nadie. Eran las 3.44 de la tarde cuando sonó el aviso por todas las calles. Y en ese momento, todos los seres humanos del mundo alzaron la cabeza esperanzados.

        «Ciudadanos,»

        No era el gobierno. La voz no era humana. Bueno, de echo, si lo era, pero no lo parecía, estaba manipulada por computadora. Y, el gobierno, al quitarnos todos nuestros objetos tecnológicos y quemarlos nos había prohibido la posibilidad de averiguar de quién era esa voz. O como sonaba realmente. La voz que no parecía voz prosiguió:

        «aclámenme como su nuevo gobernador, el cual los llevara al máximo esplendor de la raza humana. A un nuevo mundo. Al Programa

        Eso fue todo. Pero fue suficiente para que todos volvieran a bajar la mirada desesperanzados. Pero algunos, secretamente, las volvieron a subir, con rabia, con rebelión en sus rostros. No sé cuántos la alzaron esa vez o más tarde. Pudo haber sido cualquiera. Una chica rubia, de labios carnosos, y ojos de un azul profundo sentada en una mesa junto a sus padres en la silenciosa cocina de su pequeña casa en Nebraska, por ejemplo.

CrisisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora