Un blanco eterno cegaba mi visión. Lentamente, se fue desvaneciendo dando lugar a ella. Al principio, a pesar de haberla recuperado, ésta estaba bastante comprometida, ya que no podía ver con claridad. Al recuperarla completamente, me encontré en un lugar en el cual nunca había estado. Miré hacia ambos lados, y lo único que podía divisar era una gran pradera verde, la cual llegaba hasta el horizonte. Miré un instante hacia el cielo. Era imposible encontrar alguna nube en él. Llamó muchísimo mi atención el simple hecho de que no pudiese encontrar en él ningún rastro del sol o de la fuente de luz que iluminaba el lugar en el que me encontraba.
Intenté por un instante recordar cómo había llegado a este lugar. A pesar de esto, cualquier intento que pudiera hacer, era inútil. Juzgando por un momento el lugar en el que me encontraba, había empezado a sacar mis primeras conclusiones. Instintivamente, miré mis manos y el resto de mi cuerpo. Llevaba una túnica blanca, la cual llegaba hasta mis talones. El hecho de que llevara esto puesto me sorprendió bastante, ya que no comprendía por qué lo hacía. ¿Qué hago acá? ¿Estaré muerto? Rápidamente, esta idea se fue de mi cabeza.
Una enorme e inusual tranquilidad llenaba mi cuerpo. No sentía sensación o emoción, exceptuando algunas, tales como el bello y delicado aroma de las hermosas flores blancas que me rodeaban. Debido a mi poco conocimiento sobre plantas, no estaba completamente seguro del todo si eran jazmines o gardenias. Dejé de pensar en esto ya que otra sensación logró desplazar mi atención hacia ella. Podía sentir la leve y cálida brisa acariciar mi rostro. Hasta ese entonces había sido casi imperceptible. Luego, su presencia terminó por ser totalmente notoria.
Me detuve un segundo para recordar cómo había logrado percibirla, cuando noté que esta brisa, al igual que el aroma de las flores, habían aparecido a la misma vez que recobré mi visión. ¿Qué otra sensación podría detectar si le prestaba la debida atención? pensé. Cerré mis ojos y dejé mi mente en blanco por un instante. Comencé a sentir un cosquilleo en mis pies. Abrí los ojos y noté que el pasto era el responsable de esa sensación. Entonces, al notar esto, fue la primera vez, desde que veo claramente, que le presté atención al simple hecho de que me encontraba de pie. Moví un poco mis piernas para ver si podía usarlas y, efectivamente, podía.
Decidí caminar hacia delante con el fin de encontrar algo diferente a lo que podía ver a mi alrededor. Caminando sin rumbo alguno, me sentía perdido y a la vez en mi hogar. No sabía para dónde ir, fuese al lugar que fuese, todo sería lo mismo. La pradera parecía sin fin. Había perdido la noción del tiempo aunque allí parecía no existir tal cosa. Me encontraba en un lugar tranquilo, sin tiempo y sin límites. Cada paso que daba me hacía sentir más libre, más puro. Me extrañaba no sentir cansancio de tanto caminar.
Sin la necesidad de descansar, me recosté en el pasto y luego me puse a pensar. ¿Qué es este lugar? ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cómo salgo de aquí? Todas dudas, ninguna respuesta. Ni mi nombre lograba recordar. Logré volver a poner mi mente en blanco y cerré los ojos.
Nuevamente una incógnita se apoderó de mi cabeza. ¿Seré el único en este lugar sin fin? Era inquietante no saber mi propósito en ese lugar y más lo era todavía no saber si estaba solo. Entré en pánico y no pude controlar mis sentimientos.
Una lágrima rodó por mi mejilla, cayendo directamente en el suelo, seguida de otra y una tercera. Empecé a llorar desconsoladamente, a gritar a los cuatro vientos. La soledad cada vez era más intensa. Me puse de pie y comencé a correr. Corría sin saber en dónde me encontraba ni a dónde iba. Por más estúpido que parezca, quería escapar de ese lugar, hallar una salida. Dejé de prestar atención a cómo corría y torpemente me tropecé y caí. Levanté mi mirada y a unos metros había una colina bastante alta. La desesperación y el deseo de querer escapar hicieron que no notara que el paisaje tenía algunas irregularidades. Paré de llorar y me senté en esa colina. Volví a sentir la leve y cálida brisa por mi rostro la cual hizo que me calmara. Miré hacia la izquierda y no había nada. Volteé la cabeza hacia la derecha y sucedió lo mismo, pero esta vez traté de girarla intentando mirar el paisaje detrás de mí. En ese momento sucedió algo que descolocó todo pensamiento que pasara por mi cabeza. Oí un goteo. Esto me llamó muchísimo la atención ya que desde que estaba en este lugar, no había visto ni una gota de agua. Miré hacia adelante y pude ver que bajando la colina había una laguna pequeña, con escasa cantidad de agua. Me resultó extraño lo sucedido, por lo tanto, giré mi cabeza hacia atrás, nuevamente. Por segunda vez oí el goteo. Devolví mi mirada hacia esa dirección y noté que la pequeña laguna había crecido en cuanto a tamaño y en cantidad de agua. Totalmente atónito decidí darle la espalda una vez más, aunque, esta vez, iba a dejar que pasara un breve instante para ver qué sucedía. Como era de esperarse, podía escuchar cómo el agua fluía, como si tuviese una cascada de agua cayendo justo detrás de mí. Volví a ver hacia la dirección donde caía el agua, donde ahora se encontraba una gran laguna. Creí que estaba volviéndome loco.
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