Parte primera.

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Mark es la clase de persona que escribe su nombre sobre todas las cosas que le pertenecen. Desde su carpeta, cada uno de sus lápices, hasta su teléfono. Quizá porque está acostumbrado a lidiar con sus mil hermanos, que ha agarrado la costumbre de dejar en claro qué pueden tocar y qué no.

DongHyuck duerme pesadamente durante la clase de arte, siempre lo hace y a la maestra no le importa.

Él siempre pone mala cara, porque el chico castaño se las arregla para aprobar a pesar de que no hace nada. Él odia a las personas como DongHyuck, pero, de algún modo, le gusta más de lo que es capaz de decir en voz alta.

Ese día, la lluvia cae torrencialmente, como si no hubiera un mañana. Hay pocos estudiantes porque es casi imposible salir con las calles inundadas por la enorme cantidad de agua que ha caído tan repentinamente sobre la ciudad.

Mark obviamente fue a la escuela, a pesar de que tuvo que ponerse unas horrorosas botas amarillas y casi nada a contracorriente para llegar a la estación de buses.

Cualquiera pensaría que era un muchacho aplicado, pero no. En realidad sí lo era, pero su entusiasmo por ir a la escuela tenía rostro, dos ojos brillantes y la nariz respingona. También estaba dormido a su lado.

No iba a perderse la oportunidad de ver a DongHyuck, porque no era tan cercano con él a pesar de que les asignaron bancos juntos desde principio de año.

Él creía que iba a suceder como en las novelas, cuando les asignan un trabajo de a pares y boom, a la semana ya son pareja.

Pero eso parecía lejos de suceder. DongHyuck era una caja de Pandora. Hablaba mucho pero no decía nada de sí mismo, era difícil conocerlo verdaderamente y Mark sentía que seguía en el punto de partida.

Golpea la fibra con la que ha estado dibujando suavemente sobre la mesa, inquieto y deseando que el ruidito molesto despierte a su compañero. Pero no lo hace. A pesar de lo quieto que permanece, parece estar durmiendo profundamente.

Sus ojos se desvían hacia la mejilla poblada de lunares, unos grandes y otros casi invisibles.

DongHyuck sigue durmiendo a pesar de la pesada mirada que cae sobre él.

Mark destapa su fibra y roza el rostro del castaño con ella. La punta se apoya justo encima de uno de sus lunares.

El canadiense contiene la respiración y se queda increíblemente quieto. Como si temiera despertar a un oso, pero nada sucede. Su corazón sigue latiendo como si estuviera por hacer algo increíblemente malo.

La pluma se desliza con sorprendente pulso.

Quizás tuviera la costumbre de escribir su nombre sobre sus cosas, pero en el cielo nocturno que reposa sobre la mejilla de DongHyuck, dibuja una constelación. La osa menor.

triángulos en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora