Parte segunda.

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Lo que más le gusta de Mark, son sus ojos.

JaeNo suspira, removiéndose en su asiento mientras jala las mangas de su suéter.

La única clase que comparten es la del club de lectura y como es de esperarse de un club de esa índole, no es que tengan muchas oportunidades de hablar. La mayor parte del tiempo solo leían. Algunos en silencio, otros escuchando quién sabe qué con sus auriculares.

Cuando no leían, compartían algunas ideas sobre las lecturas pero JaeNo era demasiado tímido como para alzar su mano y decir su opinión.

Las veces que lo había intentando, su voz había salido cortada y temblorosa, exageradamente suave y las personas no pudieron escucharlo apropiadamente. Mark ni siquiera lo miró, parecía encontrar más interesante la tapa del libro que escucharlo.

Pero, de vez en cuando, Mark lo miraba.

Lo miraba y le sonreía.

Sabía que era una costumbre del chico, lo hacía con cualquier persona que también lo estuviera mirando y solo porque era una persona amable. Pensaría que era alguna clase de coqueteo, pero no hacía nada luego. Así que llegó a la conclusión de que era una mera maña.

JaeNo se acomodaba los lentes y se quedaba embobado el resto del día.

Los ojos de Mark le recordaban a la diópsido estrella.

Él juraba y volvió a jurar que no estaba exagerando, podía ver estrellas en los ojos de Mark.

No sabe en qué momento comenzó a sentirse de ese modo, pero quizá fue en el mismo momento en que se dio cuenta que sus ojos brillaban como si contuvieran pequeños universos.

Pero quizá nadie se daba cuenta por los lentes gruesos que tapaban sus ojos la mayoría del tiempo. A través de ellos, era imposible ver todo lo que escondía detrás de sus ojos chispeantes.

Así que se sentía afortunado de ser capaz de haber sido testigo de los momentos en los que el chico se quitaba los lentes y se frotaba los ojos cuando se le cansaba la vista. Quizás por eso Mark le sonreía en esos momentos, por la mezcla de pena y la curiosidad de saber por qué le seguía mirando justo en esos momentos de vulnerabilidad.

JaeNo intentaba no ser muy evidente, pero era difícil, cuando lo único en lo que pensaba era en eso. Incluso cuando estaba en su casa, junto a su abuela.

La mujer reposaba siempre en un cómodo sillón y sus manos se apoyaban a sus costados, en uno de sus dedos, un anillo con una diópsido estrella descansaba. Era como si la vida quisiera recordarle siempre la mirada oscura, que penetra en la profunda oscuridad, de esa persona que sabe que jamás le corresponderá.

triángulos en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora