Welcome to Briarcliff

69 6 0
                                        

Phoenix Grant era la hija menor de un adinerado hombre ultraconservador del sur de Estados Unidos. Phoenix fue novia de un compañero de instituto, se comprometió con él y a días de comenzar la universidad, Phoenix destruyó el corazón de su prometido en mitad de una pista de baile propia de los 50. Lo destruyó, literalmente, al igual que las sienes de 17 personas más. El cañón del revolver aún estaba caliente cuando ella sopló la ranura de salida de la bala, entonces se dispuso a reír a carcajadas.
Luego ella tomó prestadas las llaves del Cadillac del cuerpo inerte de su prometido y salió a la cálida noche de mediados de julio. Se quitó la rebeca de los hombros antes de conducir hacia el motel en el que esa misma mañana ella había reservado habitación.
Con el vestido lleno de sangre sintonizó la radio y Maybellene de Chuck Berry llenó los espacios vacíos del coche.
El hotel, ese maravilloso hotel.
Lo tenía todo planeado, absolutamente todo. Hacía dos días los pensamientos desagradables habían vuelto a cruzar su mente y, repentinamente, se había dado cuenta de que no eran tan desagradables. Le divertían.
Tumbada sobre la cama se dispuso a seguir la segunda parte del plan. Las sirenas se acercaban, ella podía oírlas. Las luces de los coches de policía distorsionaban la tranquilidad de su habitación, este hecho la ofuscó mucho y cuando Phoenix se ofuscaba pensaba muy rápido. Estuvo a punto de salirse del plan cuando los cuerpos de policía aporrearon la puerta.

Había entrado en Briarcliff aún inconsciente, pero cuando despertó estaba tan consciente de todo, conocía todos y cada uno de los detalles de su entrada. Las puertas del sanatorio la habían recibido abiertas, como cuando su madre la esperaba en casa después del colegio. Los periodistas tomaban fotos de su cuerpo inconsciente, tendido en una camilla y cuando estuvo en el vestíbulo pudo verlos, a todos. Entre las mujeres con hábito y los comunes enfermos distinguió a una persona especial. Un chico llamado Martin. Le conocía porque su cara había salido en las noticias durante dos años. Los cuerpos de sus amigos habían desaparecido mientras que él jugaba con ellos en el bosque. Luego los encontraron, según la opinión de Phoenix, convertidos en una verdadera obra de arte.
Distinguió algo más al momento de abrir sus ojos en su celda, estaba en un rincón y la observaba. "Sonríe siempre a los invitados Phoenix" le decía su madre de pequeña. Y eso hizo.  Este invitado debía ser muy especial porque no se acercó a saludarla, su presencia había desaparecido. Menudo chasco. Justo en ese instante, dos mujeres vestidas de hábito entraron en su celda santiguándose.

-Oh dulces señoras, no se preocupen. Les envié a ese lugar que ustedes aman. ¿No soy acaso misericordiosa?

Phoenix tenía la voz muy aguda y utilizaba siempre para hablar un tono que rozaba la hipocresía. A su padre le parecía adorable.

-No, no lo eres.-una figura punteó en la puerta de la celda, cerrando esta tras ella.-Era el deber de Dios el decidir sobre esas vidas.

La figura hizo que la luz se encendiese y pudo distinguirles el rostro. Hermana rubia y joven, no paraba de llorar y santiguarse. A su lado una monja arrugada y a punto de morir, tosía entre plegaria y plegaria. Demasiado corriente. Y después estaba la figura de la puerta, una hermana de rostro severo que la miraba con repulsión.

-Pero hermana querida...-Phoenix hizo una pausa para intentar quitarse el cabello castaño de la cara, comprobó que sus manos estaban atadas a la camilla.-Dios decidió sobre mi vida, decidió que tenía que ser yo la que les enviara al paraíso.

-Falacias.-la hermana, que poco después descubriría que se llamaba Jude, torció su gesto e hizo que le conectaran una máquina a las sienes.

La hermana rubia y llorona puso el voltaje al máximo y antes de comenzar le apartó el pelo de la cara.

-Bienvenida a Briarcliff, Phoenix.-le dijo mientras introducía una especie de tabla de algodón en su boca.

Después los chillidos de Phoenix inundaron ese ala del hospital.

PsychoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora