Prólogo

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Marzo 28 del 2016.

—No puedo matarlo—mis manos tiemblan, sudor frío recorre mi espalda, un nudo en mi garganta amenaza con apoderarse del leve control que mantengo.

Los ojos del chico suplican mi piedad, sus manos muestran la cantidad de veces que ha intentado soltarse de las caderas, su torso desnudo deja en evidencia la tortura que le propinaron los Cazadores y las quemaduras no son de fuego, estas sin duda corresponden a golpes de corriente.

—¡Hazlo!—la exclamación de mi padre hace que tambalee.

Observo la glock en mis manos y pienso en los entrenamientos que he tenido durante estos dos años.
Una niña de doce años debería jugar con muñecas, no con armas.

—Tienes tres segundos para asesinarlo o tomarás su lugar—la orden es clara y concisa.

Me desplomo en el suelo, mis rodillas chocan contra el suelo, suelto la pistola y doy un grito de agonía cuando me agarran por mi cabello arrastrándome a la silla en que está el joven.

—Hagan lo necesario para que aprenda la lección—papá coge mi glock y dispara a la cabeza del azabache.

Mis tripas se retuercen y mi vomito se mezcla con la sangre del ejecutado.

Me gustaría decir que estaba tan en shock que no sentí los golpes, cortes y descargas, pero a mis cortos catorce años aprendí que si desobedeces nada bueno saldrá.

Después de unas horas sintiendo que mis extremidades no podían rasgarse más, los tipos me jalaron de mis piernas, los ojos se me cerraron varias veces y de no ser que mi audición reacciona a la voz de mi padre, me hubiese desmayado.

—No es suficiente—hace calor, demasiada temperatura que no ayuda en nada a mis heridas abiertas.

—Estamos a disposición Jefe—miro a mis tíos sin dar cuenta de la devoción que se mantiene hacia su hermano.

—Sus hermanas están aquí para ayudar a que enderece su carácter—muevo mi cabeza hacia la derecha.

Ambas vienen hacia mí con un cuchillo en sus manos.

—Por...favor ayúdenme—susurro viendo sus ojos verde azulados que no me quitan la mirada de encima.

—Al tórax—ordena papá.

Niego con la cabeza, sin embargo es en vano.

La adrenalina hace de las suyas impidiéndome cerciorarme del dolor.

—Esto les ocurrirá si no cumplen mis reglas, que les sirva de lección—cierro los ojos esperando el golpe de gracia—Si eres suficiente sobrevivirás y si no una boca menos que alimentar—estoy inmovilizada, no me queda ninguna parte del cuerpo que no esté herida—Tírenla al río—alguien me toma en brazos y comienza a caminar conmigo—Te esperaremos un día, si no vuelves te daremos por muerta—veo una última vez la central antes de entrar en un trance parecido al de la muerte.

Humedad y calor. Ambas agobiantes, listas para desesperar a cualquiera y peor en medio de la nada.

No sé cuánta sangre he derramado, no obstante con suerte puedo flotar.

LIBÉRAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora