Fragmento 1

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Los niños miraron la figura que se alzaba sentada sin que ninguna superficie sostuviera su cuerpo. 

—Mirar, niños.—Dijo la profesora, aquella mujer maravillosa siempre dulce y sonriente.—Ese señor es un Sabio. 

—¿Es un hombre listo, señorita Merryl?—Preguntó la siempre curiosa Sophie, con sus ojazos marrones.—¿Puede decirme cuando me saldrá el próximo diente?—Dijo señalándose el hueco que tenía entre dos dientes en su parte superior.

—No lo se, Sophie, pero podemos acercarnos un poco, en silencio eso sí. 

El hombre estaba cubierto por una túnica de tonos idénticos a los de la hierba de aquel claro, sus ojos estaban cerrados y sus piernas cruzadas en la posición del loto, con la manos abiertas y las palmas hacia arriba. Su rostro transmitía mucha paz, como si se encontrara en una perfecto equilibrio justo en ese lugar y momento y estuviera alargando el segundo y el minuto hasta el infinito. Los niños miraban con curiosidad. Nada sostenía el cuerpo flotante del Sabio mientras este parecía que apenas incluso respiraba. 

—Disculpe, señor.—Dijo aquella mujer con la máxima humildad, sinceramente sobrecogida por un aura de conocimiento como aquella.—Estos niños sentían curiosidad por conocer a una entidad de su categoría. Nos preguntábamos si podría contarnos algo de este lugar. 

Entonces el Sabio abrió los ojos, muy lentamente, como quien no quiere despertar de un sueño, pero en todo momento con un rostro lleno de paz. Sus ojos en un pasado fueron verdes. Verdes y humanos. Ahora todo el verdor del campo estaba ocupando el globo ocular. Una profundidad inconmensurable empujaría a cualquier mente sencilla a la locura, pero no ocurría aquelo con los niños. 

—Me dicen Sabio, pero tontamente he caído en la trampa de la arrogancia una vez, hace muchos años.—Aquellos ojos miraron en una dirección y punto indeterminados, como quien mira un recuerdo lejano.—Mucho mas sabia eres tú, mujer, por conservar la pureza de tu corazón a pesar de tu edad, de tu vida llena de marcas de dolor.—Los ojos se volvieron hacia los niños. Los miró uno a uno.

Mirar aquellos ojos había causado en muchos hombres y mujeres arrogantes turbación, sentimiento de culpa, el juicio de la propia Gaia sobre sus cabezas. Los niños y muy pocos adultos tenían el exquisito privilegio de poder mirar a los ojos de un Sabio sin perder la cordura. De todas maneras, no eran indiferentes al poder y la capacidad de transmitir conocimiento. Cada vez que el Sabio miraba a uno de los niños, estos sentían que en su ser se abría paso el conocimiento de todo tipo de plantas y árboles.

—¿Podemos hacerle algunas preguntas, noble Sabio?Los niños sientes curiosidad. 

—Pueden.—Dijo tan solo aquel hombre que trascendió la vida y la muerte hacía mucho tiempo.

La señorita Merryl miró a los niños. Estos aun parecían dudar sobre las opciones. 

—¿Cuantos años tienes?—Preguntó de pronto Sophie.

El Sabio miró a los cielos, como se tratara de recordar. 

—Soy cinco años mayor que la Luna. 

Fragmentos sueltos de una persona con imaginación.Where stories live. Discover now