Capítulo único.

138 28 4
                                    

En un rincón de mi memoria, hay un piano marrón.

Cuando te conocí estabas en una habitación, aún recuerdo el color de las paredes, estaban pintadas de un color celeste, un celeste pálido, amargo, triste y sin vida. Había una cama, un velador, una lámpara. Lo justo y necesario, oí decir de parte de mi padre.

Mirabas por la ventana, como anhelante de que algo apareciese por el patio delantero, algo mágico, esperado y preciado, pero nada ocurrió ni apareció. Sólo estaba yo bajo el umbral de la puerta de tu habitación. Mi padre me lo explicó, eras especial, bastante, y debía tener cuidado contigo. No recuerdo exactamente cuál era el nombre de aquella enfermedad, ni la cantidad de años que me dijo que te quedaban de vida. Sólo recuerdo tu débil sonrisa y tus mejillas rosas, tus ojos brillantes y el cabello que caía a tu frente, un poco sudorosa por el calor del cuarto, cubriéndola por completo. Sólo recuerdo tu hermoso y delicado rostro que en ese momento me pareció el de un ángel.

Esa vez tuve que alzar la vista, aún podías permanecer en pie, eras más alto que yo. Al conectar mis ojos con los tuyos descubrí que tu mirada era atrayente, me envolvía, me atrapaba, no pude huir en ese entonces y marqué mi perdición con un sello inquebrantable al tocar tu blanca y frágil piel. Tu mano era la más suave que pude haber tocado en toda mi vida, como algodón blanquecino. A mi corta edad estaba seguro de que quería permanecer contigo, sosteniendo tu mano, viendo tu hermosa sonrisa y escuchando tu risa melódica para siempre.

Me habías embobado por completo.

Así pasó nuestro día a día, te volviste en mi cotidianidad, siempre estábamos juntos, aún en ese cuarto pálido del hospital que se transformaba en nuestro mundo, nuestro mundo juntos.

Siempre a mitad de nuestra sesión de juegos, de nuestro tiempo juntos, la enfermera se presentaba en aquel mundo que sólo existía para nosotros, preguntándote cómo te sentías, sólo un débil Estoy bien se escapaba de tus labios, todos los días respondías lo mismo, nunca me di cuenta que sólo mentías diciendo unas simples palabras. Sin embargo yo, yo estaba muy bien, me sentía muy bien y se lo decía a todo el mundo, quería que todos los supieran, Mamá, me siento muy bien. Ahora me siento muy bien.

me haces bien, Hoseok.

Era como un pequeño juego para mí porque yo era un niño, no sabía qué significabas, pero con tu presencia, tu mirada, tu todo, me hacías muy feliz, me llenabas de una alegría indescriptible y mágica, llenabas ese vacío que no sabía que tenía, levantabas mi ánimo e iluminabas mi oscura existencia. Me diste un sentido de vida. Sin embargo mi falta de experiencia no sabía tu significado, tu importancia, pero te volviste en mi todo sin darme cuenta, el motivo de mi sonrisa, mi necesidad. Era egoísta porque no vi lo que necesitabas, no vi tu dolor, no vi tu sonrisa débil cuando decías que querías jugar como los otros niños, no vi lo que más necesitabas. ¿Podías entenderme en ese entonces? ¿Puedes entenderme ahora?

En el colegio, aunque tú no podías ir, era un poco más alto que tú o tal vez era porque ya no podías estar tanto tiempo de pie como antes, pero eso no significó nada, nada porque te abandoné, sin notarlo te volví la espalda como si fueras cualquier cosa, pasé por alto lo que eras para mí, sin embargo tú estuviste ahí, siempre lo estarías, aún si tus teclas se llenaran de polvo esperando a un maldito ingrato que no supo valorarte ni ver más allá de sí mismo. Yo seguía sin saber tu significado, perdóname, por favor.

Me rogaste que no me fuera. No lo sabía, no lo entendía, creía que estarías bien por tu cuenta, ya habías crecido y yo también. No debías preocuparte por mí, podía irme, jugar con mis amigos sin preocuparme por nada, y di la consumación a nuestra relación, puse fin a mi todo. De alguna forma sabía que nos volveríamos a encontrar en su momento y sólo te pedí una sonrisa. Esa fue mi perdición completa.

Ahora lo recuerdo bien, aquello que me propuse olvidar. Volví a ti como el hijo pródigo luego de haber probado las infructuosas sendas del mundo, aunque no sabía cómo hacerlo y el nerviosismo me controló. Acaricié tus suaves dedos como finas teclas perladas y blanquecinas, no opusiste resistencia a pesar de haberme alejado, dejándote solo. Parecía como si me estuvieses esperando.

Reencontré mi todo y el tiempo no existió más, mientras en la ventana el astro del día salía de su escondite, saludamos esa mañana juntos. Con tu mano entre la mía, mi promesa brotó, No soltaré tu mano. Y así pasé el resto de mi adolescencia, contigo, mis sonrisas y mis lágrimas te pertenecían, todas y cada una de ellas. Porque no necesitaba nada más que a ti para ser feliz.

Aunque no podía, estaba atrapado en un abismo oscuro de dolor, me alentabas cuando mis fuerzas ya se acababan, eras lo único que tenía luego de la muerte de mis padres. Sin embargo te estaba dañando y no podía permitirme eso, así que traté de alejarte, arrepintiéndome de haberte conocido. Estaba cansado, hastiado de vivir. Nunca te fuiste, no me abandonaste a pesar de lo que te dije, a pesar de haberte gritado. Tú también tenías problemas, más que los míos y no te supe apoyar, cielos, no te supe apoyar.

Sostén mi mano, que yo no soltaré la tuya, nunca. Serás mi confidente, mi testigo, el que presencié cada momento de mi vida aunque ya no estés aquí tampoco.

Aún estás aquí, ¿no? Dijiste que nunca te irías, que no me dejarías. No rompas tu promesa porque yo no romperé la mía, no soltaré tu mano aunque no la pueda tocar ahora. Sí, tú nunca me dejarías. La habitación se siente vacía, pero sé que estás aquí, a mi lado, sobre esta cama de sábanas blancas que tanto te atrapaba, mirándome como si fuese lo más importante del planeta.

En esa esquina de la habitación, en el rincón de mi memoria hay un piano marrón. Ese piano eres tú, Hoseok.

PIANO .ㅡYOONSEOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora