Me despierto con el alba, mi cuerpo está adolorido y no sé por dónde comenzar a buscar, así que tan sólo camino sin rumbo, con la mente enfocada en un solo objetivo; encontrarlo sano y salvo e intentar salir tan rápido como sea posible de ese lugar. Con este pensamiento deambulé como un alma sin destino durante muchos días, hasta que finalmente el cansancio me venció y sentí que la vida se me despegaba dolorosamente del cuerpo, mi boca se sentía seca y la última imagen que vi antes de caer desmayado fue la dulce sonrisa de mi madre a lo lejos.
-¡Hey, despierta! ¡Psssssssssss, psssssssss!- Unos susurros en el oído me hicieron abrir los ojos y mientras me acostumbraba a la luz vi como una silueta acercaba a mí una cantimplora con agua, la cual bebí avídamente y sin pausa, poco a poco mi vista regresó y todo se volvió más claro ante mí.
- ¡En nombre de Jesús, por favor despierta! – La voz volvía, la había olvidado por un instante, provenía de unos ojos negros enmarcados por unas largas pestañas me observaban con angustia. –¡Vamos, por favor! ¡No podemos estar aquí! – me decía inquieta la pequeña chica que no medía más de 160 cm. Me ayudó a parar y aunque lo hice con dificultad intenté caminar tan rápido como me lo permitían mis adoloridas extremidades, caminé a trompicones y me caí unas cuantas veces, no tenía ni idea de a donde me llevaba, no podía pensar aún con claridad, mis pasos no coordinaban.
-¿A dónde vamos?- Le pregunté ansioso por conocer la respuesta.
- Sólo camina más rápido, no podemos estar aquí- me contestaba con impaciencia y creía detectar algo de miedo en sus palabras.
- Mi hermano... ¿tú sabes dónde está? – Nuevamente no obtuve una contestación, parecía como si ignorara mis interrogatorios. Comencé a describirlo mientras ella prácticamente me arrastraba por en medio de las raíces de los árboles y por la espesura de la selva.
- ¡SSSSHHHHH! ¡POR FAVOR DEJA DE HABLAR POR UN MOMENTO! – Me levantó la voz de forma que parecía un tierno gato convirtiéndose de repente en una feroz pantera. La miré con seriedad y me rehúse a callarme, sin embargo, un ruido a lo lejos, algo tan familiar para mí me hizo cerrar la boca. Un disparo. Claro y cercano. Mi corazón se heló de miedo y se paralizó al escucharlo. La imagen de mi madre tirada en el suelo volvió a mi mente y me dolió el alma como si atravesaran un puñal lenta e incesantemente en mi pecho.
- Están cerca... - murmuraba la pequeña chica. – Debemos apresurarnos o estaremos muertos para mañana al alba.
Seguí caminando sin pronunciar una sílaba, fingí que mi lengua se había congelado. No supe cuántos minutos u horas pasaron, ni tampoco cuánta distancia recorrimos, pero finalmente, llegamos a un lugar que yo solo jamás hubiera encontrado.
Era un claro del bosque bastante escondido, en el centro había dos pequeñas chozas camufladas por el verde siniestro de la selva. Era un lugar impresionante, además de la belleza que suscitaba el bosque que le rodeaba, estaba protegido por plantas de bambú construyendo así una fortaleza. Me quedé mudo cuando vi que detrás de las chozas se extendía una laguna gigante con miles y miles de nenúfares sobre ella. Su belleza me dejó aterrado y sorprendido, transmitía tranquilidad y seguridad, algo como lo que solía sentir con mamá.
-¡Hey, nuevo! – Sentí que alguien me gritaba y me giré para encararlo.
-¿Quiénes son ustedes y por qué me traen aquí?- Solté con rabia y frustración.
- A mí no me hablas así, muchachito.- dijo un hombre que salía de las penumbras. Soy el jefe aquí y si te traje, tengo mis razones. Pásenle el uniforme – demandó levantando la voz.
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Muerte al acecho
AdventureSiempre vivimos en la selva, rodeados de los ruidos de la naturaleza y de los sonidos que emitían los animales salvajes, libres, almas sin preocupaciones ni estrés... Hasta que ellos aparecieron.