Hace poco empecé a trabajar en un cementerio, necesitaba un trabajo en el que pueda continuar mi tesis en horas laborales ¿Y qué más tranquilo que cuidar muertos?
Soy el encargado de abrir y cerrar la puerta al público y además estoy en el puesto de flores. La gente que entra al cementerio es extremadamente heterogénea, desde familiares que vienen a festejar el cumpleaños de un difunto hasta adolescentes que vienen a pasar la tarde. Pero hay tres personas que vienen todos los días, sin excepción: Marcos, mi jefe, que me entrega las flores para vender durante el día, siempre logra calcular la cantidad exacta, a veces me deja dos ramos de jazmines, otras llena el puesto de caléndulas y nomeolvides; gracias a él puedo saber de antemano cuántas personas van a acercarse al puesto de flores. Después está María Inés, una viejita del barrio, siempre viene dos minutos después de que abrí la puerta (incluso cuando llego tarde) y se va cinco minutos antes de que llegue Marcos con la tanda de flores, María es una señora bastante curiosa, siempre entra a todos los mausoleos, bóvedas, panteones y fosas, nunca supe por qué, pero es una abuelita tan agradable que nunca se lo cuestioné. La tercera persona que viene todos los días soy yo, el primero en llegar y el último en salir.
Estoy feliz con mi trabajo. Me gusta la tranquilidad y el tiempo libre que tengo para pensar. Gracias a él pude terminar mi tesis 2 meses antes de lo previsto. Por primera vez en el año iba a tener que tomarme un día para poder presentarla, le avisé a Marcos y me agradeció por avisarle con tiempo. También le avisé que podía caer después de la presentación y cerrar yo, le pareció buena idea.
El día anterior a mi ausencia mañanera, Marcos parecía tranquilo. Seguramente él se encargue de abrir, y cuando yo vuelva se vaya. Mientras él no se preocupe, yo no me preocupo. Tengo que enfocarme en otras responsabilidades ahora, no puedo estresarme con varias cosas a la vez.
Presentar una tesis es algo extremadamente asfixiante, pero sólo de pensarlo. Hay muchas cosas que funcionan así, da más miedo pensar en hacerlas que hacerlas en serio. Cuando entré al aula me sentí como una hormiga que corre intentando zafar de ser pisoteada por un pie gigante el cual ni siquiera es consciente de la hormiga. Mientras hablaba mi miedo empezó a cesar, mientras más tiempo pasaba más confiado me sentía. Al terminar la presentación me sentí renovado, feliz. Me felicitaron, me avisaron que me iban a contactar en unas semanas con la devolución, la cual espero con ansias.
Mientras miraba el recorrido del colectivo por centésima vez pensé en todos mis errores durante la presentación, pensé en qué adjetivos serían más adecuados y cómo mejorarla para la próxima. Pero mis pensamientos se vieron pausados, me interesó más la diferencia entre este viaje y los anteriores. Todos los días, desde que me contrataron en el cementerio, había hecho este recorrido; reconocía las calles, negocios y a veces veía a las mismas personas hacer la misma acción: siempre que dobla en Av Córdoba veo como un señor alto y con bigote abre la panadería, en la mitad del recorrido veo a una señora de pelo azul que pasea a un gato gordo y antes de llegar siempre me cruzo a un grupo de corredores elongando en la plaza. Este recorrido podría hasta dibujarlo de lo bien que lo conozco, por esto me llamó tanto la atención la enorme diferencia entre el recorrido de mañana (el que ya viví tantas veces) y el recorrido de tarde. Todo parecía más otoñal, como si me hubiera transportado a un otoño cálido debido al tono de la luz solar que pegaba en el piso y se reflejaba en los edificios, dejándolos con un tono anaranjado muy lindo. Las calles estaban más llenas, con más movimiento pero seguían con esa esencia tranquila de hora no pico. Este viaje me gustó más que el viaje de mañanas frías y vacías al que me había acostumbrado hasta entonces. Bajé del bondi y caminé un par de cuadras hasta el cementerio.
Mi sentimiento de felicidad duró poco, porque cuando entré al cementerio me encontré con María Inés atendiendo a la gente. ¿Qué hace ella ahí? ¿Marcos la puso ahí?
¿Cómo puede poner a trabajar a una viejita que debería estar disfrutando de su jubilación? y sobre todo ¿De dónde se conocen? Todas estas preguntas aparecieron en mi cabeza, y en vez de resolverse se multiplicaban con cada paso que daba hasta dar con ella.
-Buen día pibe- me dice.
-Eh, buen día. Disculpá, ¿Se puede saber cómo conocés a Marcos?
-Sí, obvio. Era mi nieto- ¿Era? - Siempre fue medio boludo, me pareció que necesitaba ayuda y se la ofrecí, incluso después de la tumba.
-Pará, pará, pará, ¿Esto es en serio?- No lo podía creer, es decir, ella no parecía uno de ellos. No quiero sonar prejuicioso, no es que todos los fantasmas vivos se vean iguales, pero... ella no se veía como uno.
-¿No te habías dado cuenta? Pensé que sabías o que él te había dicho. Antes de morir arreglamos todo para poder quedar atada a este cementerio, para poder ayudar a mi nieto con el negocio familiar. Sin mí no podría haberse hecho cargo.
-No, no tenía idea... pero tengo una duda, ¿Qué hacés exactamente?, siempre te vi recorrer todas las tumbas, pero pensé que te gustaba pasear nomás.- dije pausadamente porque mientras hablaba, pensaba cómo reformular mis palabras para no sonar necrófobo, y es que el cuento de "Es que no pareces muerta viva" es algo bastante necrófobo.
-¿En serio Marcos no te dijo nada?, yo soy la encargada de acomodar tumbas. Durante la noche muchos cadáveres intentan salir, pero no muertos vivos como yo, son los que quedaron en medio. Los pobres desgraciados que quedaron en el limbo. Lo mejor es que sus familiares no los vean en ese estado. Durante la noche abren el cajón y a la mañana yo lo vuelvo a cerrar.
-No, no tenía idea. En serio. Pero hay algo que me choca bastante. Si con vos y Marcos es suficiente ¿Qué hago yo acá?
-Bueno, vos sabés lo que opina la gente viva de personas como yo. Que vamos a robarles el trabajo, que cómo vamos a resurgir después de la muerte, muchos católicos organizan juntadas para atacarnos con agua bendita.
-Sí, sí. Lo había escuchado- dije, aunque omití la parte de que era algo que escuchaba regularmente en mi casa. Vengo de una familia necrófoba, aunque intento que me influencien lo menos posible.
-La gente no quiere que la atiendan muertos vivos, no quiere vernos. Por eso estás vos. Para aparentar que estamos todos vivos acá y también porque yo no puedo anotarme como trabajadora del cementerio.
-¿No? ¿Y la ley de cupo laboral? ¿Qué pasó?
-Sólo aplica para los que murieron después del 80'.
-Entonces... ¿No tenés un salario ni nada?
-No...
-No puede ser, no podés trabajar sin sueldo, sin jubilación, sin nada.
-Bueno, no es algo que podamos arreglar vos y yo. Aparte acordate de que si se enteran lo que soy y lo que hago, me rajan.
-Cierto, bueno. Dejame seguir trabajando de acá al final del día. Descansá.
-Gracias, nos vemos mañana.
Nos saludamos. Me quedé pensando en ella durante toda la tarde, y en cuántos casos como el suyo existirán sin que nos enteremos, ahora sé que cualquier persona que me cruce en la calle puede llegar a ser un muerto vivo, independientemente de cómo se vea. Y ahora que conozco sus problemáticas más de cerca, siento más empatía, de a poco, todavía se me escapan algunas miradas extrañas con las personas que encajan en el estereotipo. Es complicado porque hasta hace poco era una persona que se sentía incómoda con estos entes, que viene de un hogar donde te enseñan a cruzarte de vereda cuando los ves, por tu propia seguridad; y ahora tengo una amiga muerta viva. Voy a seguir aprendiendo de ella y con ella, e intentar que se sientan lo menos excluidos posibles.
No volví a ver a Marcos de la misma manera, ahora lo respeto mucho más, por ayudar a María. No tenía muchos pensamientos hacia él, siempre fue una relación profesional sin choques, ni siquiera había empezado a ver un brote de amistad nueva. Pero ahora lo veo como alguien de quien me gustaría ser amigo, como alguien con quien me gustaría sentarme a charlar y tomar mates. Por otro lado, no dejaba de recordar que en realidad María es quien lo ayuda a él. Es un adulto que todavía necesita ayuda de su abuela, eso me despierta curiosidad sobre qué tipo de persona es. Y a la vez me genera un poco de gracia, para ser sincero.
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Otoño en gotitas
Short StoryUn relato corto de realismo mágico. Otoñal, frío pero cálido.