Capítulo 4

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Con una mano, le estrujaba el trasero. Con la otra, le acariciaba la espalda por debajo de la camiseta. Interrumpía nuestros largos besos cada vez que le apretaba con más fuerza, pues necesitaba jadear y expresarme de esa manera que le gustaba lo que hacíamos.

No podía recargarme en ningún sitio, debía soportar a Moon-jae sentado sobre mí hasta que el descanso terminase. Las paredes en la azotea eran inexistentes, también los barandales que bien podrían prevenir algún futuro suicidio.

Pasó el pulgar por mi mejilla, extendió los dedos por detrás de mi cabeza para atraerme más hacia sus labios. Amaba el sabor de su boca. Era dulce, como los caramelos que siempre le obsequiaba cuando nos veíamos y que le hacían feliz.

Al haber pasado ya un mes desde el primer beso, las cosas entre nosotros cambiaron bastante. Encendí en Moon-jae una extraña chispa que liberó su lujuria. No pensé que eso pudiese ser grave; lo consideré normal porque a mí también me ocurrió las primeras veces que tuve algo con alguien.

Le enseñé a besar como mejor sabía. Quedó encantado con nuestro contacto físico y rogó por más. Me gustó esa inesperada pasión que se intensificó con los días, por eso seguimos hasta que el timbre anunciaba el fin del descanso y volvíamos a nuestras respectivas aulas.

En un inicio solo disfrutamos de la unión de nuestros labios. Primero conversábamos con normalidad y, si quedaba tiempo, nos besábamos. No obstante, terminamos llegando a un punto inflexible donde Moon-jae se abalanzaba sobre mí en cuanto me veía aparecer.

Le encantaba sentarse encima, casi en todos los recesos yo acababa entumecido de las piernas por eso.

En ocasiones me sorprendía su tan increíble y adictiva forma de besar; agresiva, pero dulce a la vez. No sabía si yo era adicto a sus labios o él a los míos, pero pronto parecimos depender de ellos para no sentirnos incompletos. Aguardábamos con impaciencia para que ese momento tan ansiado de encontrarnos llegase. Nunca tuve descansos más emocionantes.

A mitad del segundo mes, bajo un sol reluciente y el calor del momento, me atreví a meter la mano dentro de sus pantalones. Esa vez no me di cuenta de que la deslicé hacia abajo para sentir aquella piel que todavía no probaba. No lo hice antes porque creí que me pasaría del límite y el respeto mutuo que compartíamos.

Yo estaba excitado, más de lo normal, pero él también. Por eso me permitió continuar con ese contacto que al paso de los segundos se intensificó.

Se separó para rodearme por el cuello, alzó el suyo para que lo besara ahí. Me clavó los dedos en el hombro para soportar el placer, apretó los dientes para no dejar escapar esa voz que aclamaba por salir. Incluso su piel sabía bien, no tenía aroma.

Justo en el momento en que yo me hallaba distraído con la suavidad de su carne, se inclinó con fuerza hacia atrás, jalándome con él. Al principio me reí, quizás por lo imprevisto de la situación. Fuimos capaces de notar un gran incremento en el nivel de nuestra temperatura.

Moon-jae estiró las piernas por debajo de mí, siguió tirando de mi cuello para disminuir nuestra lejanía. No quiso que nos detuviéramos, así que continué aumentando poco a poco la intensidad de las cosas.

Esa fue la primera vez que sentí con la mano una erección suya. También la primera vez que lo masturbé. Todo ocurrió en la azotea donde siempre nos frecuentábamos, al menos por ese mes y medio.

De ahí, lo que yo creí que iba a ser una mejora en nuestra relación, terminó por decaer. No fue por culpa de las palabras o comportamientos negativos, sino de la obsesión de esos intensos contactos que se desarrolló en él.

Los recesos ya no eran para conversar. La azotea dejó de ser un sitio para alivianar el estrés con la calma de su cielo. Yo no me percaté en un principio de que lo que hacíamos podría traer consecuencias, sino que dejé que Moon-jae me sedujera con la forma tan única de entregarme parte de su cuerpo.

El balcón vecino [BL-GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora