Escapa.
Tu vida no podrá volver a ser normal.
Huye.
Si sigues avanzando, no podrás volver.
No mientras ellos gobiernen la ciudad.
Vete.
Alina rió al ver esos carteles, no podía tomarlos en serio, en especial cuando, si se leía el anteúltimo sin leer el anterior, no se entendía nada. Su hermano pequeño, Brandon, comenzó a llorar. Había aprendido a leer hace relativamente poco tiempo atrás, y se asustaba con todo.
Sus padres siguieron adelante, ignorando las advertencias. Ninguno de ellos podía suponer en qué acababan de meterse.
Llegando a la zona céntrica, la madre comenzó a suspirar repetidamente, cansada de no encontrar a nadie desde que habían entrado al pueblo. Aunque se auto proclamaran ciudad, para ella seguiría siendo un pueblo, pasara lo que pasara.
"Cariño, este lugar es horrible, la gente se va a dormir demasiado temprano," se lamentó. "¡Ni siquiera son las nueve de la noche!"
"Lo sé, así vive la gente en estos pueblos, no aprovechan la noche," dijo el hombre, reduciendo la velocidad al divisar un hotel en la próxima calle. "Por eso no pasaremos aquí más que esta noche."
"¿Prometes que saldremos de este basurero a primera hora de la mañana?" dijo Brandon, ya más tranquilo.
"Sí," aseguró el padre.
"Bueno, al menos espero que las almohadas estén bien," comentó el niño.
Alina no abrió la boca: aunque ella era totalmente escéptica, percibía que algo andaba mal. Ellos. Esa palabra había captado su atención en los carteles. No parecía escogida al azar.
Mientras su inquieta mente no dejaba de pensar, su familia seguía haciendo comentarios altaneros y desagradables sobre Santa Eloisa, la ciudad - pueblo en la que se encontraban. Alina verdaderamente odiaba a su familia en esos momentos, eran demasiado creídos y altaneros con quienes, según ellos, eran inferiores; eso incluía negros, indígenas, inmigrantes, gente de otras provincias y, por supuesto, pueblerinos.
"¡ALINA!" gritó su madre.
"Lo siento, mamá, no estaba prestando atención, ¿qué ocurre?"
"Tu padre y yo vamos a ver el hotel, tú espera en el coche con Brandon, ¿quieres?"
"Por supuesto."
Apenas sus padres cruzaron las puertas del hotel, su hermano se pasó al asiento de adelante, y comenzó a tocar bocina. Alina intentó ignorarlo, pero en seguida se cansó y comenzó a gritarle que se detuviera, aunque el niño no le hizo caso.
Alina se recostó en su asiento, cerró sus ojos, y puso la música de sus auriculares en máximo volumen. En seguida comenzó a cantar "Someone like you" y, cuando terminó, cambió de artista, decidiendo que necesitaba algo que le alegrara un poco su existencia con ritmos alegres y letras deprimentes. Optó por poner su lista de reproducción de The Pierces.
Comenzó a pensar en su hogar, al que extrañaba horriblemente. Se cuestionó nuevamente por qué había accedido a esas vacaciones familiares sin sentido. Su mente viajo, irremediablemente, a su mejor amigo, Diego, que probablemente ya no era su mejor amigo ahora, desde que ella le había dicho que le gustaba y él la había rechazado.
Cinco canciones después, notó que su hermano había dejado de hacer ruido, así que abrió los ojos, nublados de lágrimas. Brandon estaba dormido en el asiento de adelante, y sus padres no habían regresado. Se restregó los ojos para eliminar el llanto, e intentó ver algo a través de las puertas del hotel, pero una cortina le cubría la visión.