Estaba justo en el instante que llevaba planeando toda la semana, y sólo podía pensar en el alivio que sentiría cuando todo terminase por fin. Llevaba exactamente cinco minutos de reloj con las manos entrelazadas sobre las piernas, y frente a mí estaba Darío, con su pelo rapado por los lados y largo en la cresta, una moda tan pasajera como espantosa. Ese día se había puesto una camisa de cuadros para comer conmigo. Una camisa que, además de quedarle demasiado apretada, no era de su estilo.
Y, después de degustar tan ricamente el primer plato, solté la bomba. Pero él no explotó, al menos no al principio.
Darío dejó el tenedor sobre la mesa, boquiabierto.
–¿Acabas de decir que me dejas?
Tenía que habérselo dicho después del segundo plato. Tenía delante de mí una lasaña caliente y deliciosa pidiendo a gritos que la devorase, pero iba a tener que esperar.
–Sí, pero bueno, ya lo veíamos venir, ¿a que sí?
Sonreí, cogiendo mi tenedor con toda la calma. Darío parpadeó y se echó hacia atrás en la silla, en una mezcla de enfadado y sorpresa.
–¿Me llamas para comer y me dejas?
–No, no, no –me apresuré a contestar.–Te llamé para comer porque iba a dejarte. No se me ocurrió ahora mismo, llevo una semana pensando en ello.
Fui consciente más tarde. Cualquier persona no confiesa toda la verdad, la disfraza con algo llamado tacto, pero como me había dicho Fredo, de eso no andaba sobrante. Y lo peor era que después no había forma de pararme.
A Darío, por supuesto, no le hizo ni pizca de gracia.
–Pero a ver, tía, ¿tú eres normal?
–No seas melodramático –pedí.–¡Si no llevamos ni un mes viéndonos!
Darío no sabía qué decir ni qué hacer.
–Un mes. Y una semana en la que ya estás preparada para darme la patada. ¿Qué hago? ¿Te aplaudo?
–No, hombre, tampoco es como para aplaudir.
Darío soltó un resoplido y, tras lanzarme una última mirada incrédula, se levantó muy de malas. Eché un vistazo a su plato, un bonito conjunto de fusilli al pesto, y fruncí el ceño confundida.
–¿No te lo vas a comer?
–Cómelo tú, chalada.
Algunas personas se volvieron para ver a quién se dirigía, y yo me encogí de hombros antes de abarcar todos los platos de la mesa y ponerme morada.
Esa misma noche salí de casa monísima. Me había recogido el pelo en dos moños deshechos, me había puesto una camiseta lencera rosa pálido, unos jeggins negros con unas deportivas blancas y a eso le añadí una cazadora vaquera desgastada, porque aunque era final de mayo, por las noches refresca, y no me apetecía pasar los siguientes días pegada a los clínex. Antes de salir, me repasé el pintalabios en el espejo de la entrada. Tenía ganas de un buen viernes por la noche, beberme como mínimo un par de copas de vino blanco, bailar hasta que me doliesen los pies, llegar a casa más borracha que nunca y dormir la borrachera hasta el lunes.
Llegué al MOM, nuestro local de dos pisos por excelencia, con reservados, tapas y la terraza a pie de calle (peatonal) en pleno centro. Era un lugar perfecto donde alargar la noche y cotillear entre copa y copa. Una de las mesas de fuera estaba ocupada por los chicos. Me hice paso entre la gente de la calle y me dejé caer en la silla libre ante la mirada furibunda de los tres.
–Por favor –pidió Fredo.–No empieces con tus coletillas. Estoy harto de "Las estrellas siempre llegan tarde" o "Lo bueno siempre se hace esperar".
No soy de tener amigas, no encajo con las chicas. Soy demasiado bruta y digo lo primero que se me pasa por la cabeza y la mayoría de las chicas quieren escuchar falsedades y que estés sonriendo todo el rato, al menos con las que yo me he cruzado. Y yo soy más de verdades como puños. Por eso mi grupo de amigas son tres chicos. Sólo Mónica es la excepción, porque es tan o más basta que yo, pero vive lejos y no quedamos siempre que queremos.
–Cuando os cuente lo que me ha pasado con Darío, me vais a perdonar –prometí.
Fredo fue el único al que le pareció estupendo el tema de conversación.
–Si vamos a hablar de ese pedazo de tío, te lo perdono todo.
Fredo es Godofredo y nos ha jurado matarnos si le llamamos algún día por su nombre completo, de hecho a mí una vez me dio una torta en plena calle y él se había quedado tan afectado que me había invitado a un frappé de Oreo sin tomarse él otro, lo cual era un castigo terrible para él. A pesar de que le ofrecí un montón de veces, se había cruzado de brazos e intentaba no mirar mi bebida con ojos golosones. Es gay hasta las trancas, lo cual es genial porque hablar de chicos con los otros dos es algo aburridísimo. Está enterado de todo siempre y es quien me aconseja de moda para no parecer una loca del coño. Es una persona sin filtros, por eso nos llevamos tan bien. Los dos somos capaces de descojonarnos de la risa en un lugar público sin sentir pudor y de indignarnos como nadie con los morritos bien levantados.
Les conté con pelos y señales cómo le dije que llevaba una semana planeando dejarle, lo mucho que se ofendió y lo deliciosa que estaba mi lasaña. Y el fusilli al pesto.
–¿Y te comiste tu plato y el suyo? –Raúl negó con la cabeza.–Gorda.
Qué estúpido es Raúl. Lo conocí en la universidad y, nada más verme, se había acercado con una sonrisa seductora. Bueno, él así se lo cree y yo no soy quién para decir si lo era o no, porque el caso es que parecía funcionarle con la mayoría de las chicas. Por eso iba de ego hasta arriba. Aunque se le bajaban los humos cuando Loren le decía que hacía el ridículo. Total, que ese primer día en la uni se acercó para ligarme y al darme cuenta de sus intenciones me entró la risa, mezclada con una arcada de verdad. Y, claro, además de parecerle una borde, le sentó súper mal no ser atractivo para una fémina, y nos cogimos un asco terrible hasta que comenzamos a tolerarnos. Nuestra amistad era así, repulsión mezclada con un poco de cariño. Llamarnos de todo es como demostramos nuestro afecto mutuo.
–Sí, gorda –se rió Fredo.–Si no sé dónde lo mete. Te odio por eso, ¿sabes?
–Lo meto en el culo, por eso lo tengo así de jugoso –sonreí al tiempo que venía el camarero nuevo, y muy mono.–¿Me pones un Albariño?
–¿Tapa?
–Arroz con champiñones –pedí antes de que me dijera toda la perorata.
Cuando se fue seguí el movimiento hipnótico de su terso trasero con especial atención.
–Eh –me advirtió Fredo, viéndome venir.–Que ni se te pase por la cabeza. Es de mi territorio.
Fruncí los morros viendo cómo se liaba un cigarro.
–¿Es gay también? Me estoy quedando sin opciones buenas.
Fredo pasó la lengua por el papel de liar. El brillo del fuego iluminó sus gafas de pasta.
–Corre, que vuelan.
Loren se encendió un pitillo y puse mala cara.
–¿Tienes que encender eso?
Loren no había sido fumador hasta hacía cuatro meses, cuando terminó su tormentosa relación con Inés, su novia (a ratos) del instituto. En realidad empezaron a salir en los primeros días de la universidad, pero se conocían de estudiar en la misma clase desde primaria. Yo la verdad la odiaba a muerte. Siempre había sido una cabrona psicótica, me la había liado en multitud de ocasiones, y a Loren lo tenía ahogado. Se ponía en plan manipuladora cuando él quería salir a tomar algo con nosotros, que somos mas buenos que el pan, y en cambio con sus amigas, que siempre habían sido unas repugnantes, sí podía quedar. Pero estando ella, claro.
Era una celosa terrible, a mí me había soltado en alguna que otra ocasión, que no me acercase mucho a él, y al principio me lo pedía con falsa sonrisa y no exactamente con esas palabras. Luego ya me advertía que me anduviese con ojo, menos amable y más amenazante.
Y no sólo eso, cuando Loren decidió independizarse, compartió piso con unos chicos, Blas y Sonia, y nos ha contado que a Sonia la tenía cruzada y que había sido el motivo de muchas discusiones. Por ejemplo: ¿cómo se atrevía a sentarse al lado de su compañera de piso cuando estaba su novia delante? Demencial. Lo más gracioso es que ahora Sonia y él estaban todo el rato dándole que te pego, al menos cuando le apetecía a uno o al otro, y cada uno con su vida.
Raúl estaba que se moría de los celos, porque ahora Loren tenía lo que él quería. Ni Sonia ni él querían una relación de pareja, y ambos satisfacían sus necesidades sexuales siempre que quisieran. Y tan amigos. Al poco de dejar a Inés, Blas había subido una foto a Instagram que había sido brutal: los tres del piso tomándose algo en la sala, donde Loren abrazaba a Sonia por el cuello y ella intentaba soltarse, riéndose. Habría pagado por ver la cara de Inés, me consta que sigue a Blas en Instagram, y no porque le caiga bien. Perra controladora, eso es lo que era.
Y, desde que finiquitaron de una vez por todas, Loren había empezado a fumar. Por eso a Fredo, que fuma desde que le conozco, no le digo nada. A Loren le reprendo siempre que puedo porque sé los motivos por los que se enganchó a esa mierda. Y sinceramente, tirar tus pulmones por una estirada asquerosa me parecía lo más estúpido que había hecho, siendo como es una persona racional.
Loren se quedó mirándome con sus ojos grises todavía con el mechero encendido frente a su pitillo. Sus ojos me parecían fuera de serie. Siempre tenía la sensación de que cuando estaba contento y se reía, adquirían un tono de gris claro y precioso, y que cuando algo le molestaba o se enfadaba, se oscurecían. Como las nubes en calma y las nubes de tormenta.
–No empieces.
–Deberías saber que dice muy poco de ti que fumes.
Loren torció el gesto y me echó el humo en la cara, en forma de círculos. Tosí, haciendo un aspaviento con la mano.
–Gilipollas.
–No sé cómo te aguantó Darío tanto tiempo –replicó Raúl, negando con la cabeza.
–Pregúntale a Iker Jiménez –saltó Loren con el pitillo en la boca.
Eso hizo morir de risa a Raúl, pero no les hice caso porque el camarero me trajo mi vinito con mi tapa.
–Era un poco raro –dije masticando un champiñón.
–¿Y lo dices tú? –preguntó Raúl carcajeándose con algún que otro ronquido.
Que alguien me diga por qué este hombre liga tanto. Fredo se apoyó en la mesa, observándole intensamente con una sonrisa provocadora.
–Te pones tan guapo cuando hablas como un neandertal...
Raúl lo miró fatal. Siempre estaban igual, Fredo piropeándole porque sabía que eso le ponía nervioso y como a Raúl le parecía fatal en lugar de tomárselo a coña o pasar como hacía Loren, Fredo continuaba.
–Parad de hacer manitas –pidió Loren, echando un vistazo a su móvil.–Al menos, en público.
–No hacemos manitas –se ofendió Raúl.
Fredo continuó sonriendo a Raúl, sin que eso fuese obstáculo para responderme.
–Si a Darío le sentó mal lo que hiciste fue porque dejaste caer que lo tenías claro desde hacía tiempo. Y le molestó que quedaras para comer y soltárselo.
Puse pucheros.
–Yo intentaba ser adulta. En las películas hacen ese tipo de cosas.
–Eso ya no se hace –dijo Fredo, apartando la atención de Raúl.–Bastante hizo con no tirarte su fusilli a la cara.
–Menos mal que no lo hizo, sería una gran pérdida -froté mi barriga todavía llena, complaciente, y luego me encogí de hombros.–Ahora da igual.
–Ahí está el problema, en realidad –me señaló Raúl.
Loren asintió.
–Lo que más le ofendió es que todo te la resbale.
–Ella es así –dijo Fredo como si yo no estuviese delante.
–En realidad, los dos sois así –dijo Raúl.–Un par de insensibles insoportables.
Fredo sonrió y se estremeció.
–Qué bien suena eso en tu boca –Raúl resopló, cabreándose.–Pero tiene razón. Eres insoportable.
–Tú también –insistió Raúl.
–Y te lo voy a decir de una manera que entiendas -comentó Fredo, pasando de él.–Tú eres como la lasaña que te has zampado.
No fui la única que lo observaba como si hablase en chino.
–No te sigo –añadí cuando vi que seguía fumándose el pitillo tan tranquilo sin dar más datos.
–Eres una montaña de capas -y acompañó su explicación con la mano, elevándola según hablaba.-Maldad, maldad, pasotismo, pasotismo un poco de ternura, maldad, un poco de ternura y otras dos capas de más pasotismo.
Loren tenía el ceño fruncido.
–¿Pero tú de cuantas capas haces una lasaña?
–Las compro hechas.
–Puaj –se quejó Raul, el obseso cuenta-calorías.–Eres más vago...
Fredo continuó, emocionado con la teoría que se estaba sacando de la manga.
–Y Darío es el fusilli, disperso en el plato, que simbolizan sus ganas de hablar un poco de sí mismo, con ese pesto asqueroso por encima, que en este caso sería su hombría hecha pedazos por culpa de una pareja incompatible.
Se hizo el silencio mientras todos intentábamos encajar aquellas piezas.
–Menuda estupidez –sentenció Loren.
–Ni siquiera tiene sentido –se rió Raúl.–Eres bien paleto.
Fredo se recostó en su silla, echando el humo hacia arriba con solemnidad, adquiriendo una expresión de actor de teatro incomprendido.
–Qué duro es filosofar rodeado de escépticos.
–¿Creéis que soy tan mala? ¿Que sólo miro por mí misma?
Loren negó con la cabeza, distraído. Raúl arqueó las cejas.
–Yo no quería decírtelo tan directamente, pero sí. Vete encargando un par de gatos.
Me llevé las manos a la cara.
–¡Ya tengo a Mina!
–Estás a medio camino.
Le di un trago largo a mi copa y retorcí un mechón que se había escapado del moño izquierdo.
–¿La habré jodido con Darío? -pregunté, y empezaron mis súper paranoias.-A lo mejor era el chico de mi vida y la he cagado muy duro. ¿Y si se vuelve súper interesante y yo me arrepiento? Lo he hecho mal de verdad. ¡Dios! ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo puedo recuperarle?
Loren le lanzó una mirada a Fredo.
–En bonito bucle la has metido –Fredo ni siquiera le escuchó, estaba haciendo ojitos a un chaval sentado en la mesa de al lado con un par de amigos. Loren puso los ojos en blanco.– Fredo te ha dicho eso porque estaba encoñado con él. No hagas caso.
Yo, la verdad, tenía ganas de beberme el vino de un trago y pedir que rellenasen.
–Era el chico de mi vida, ¿a que sí? Sed sinceros.
–Cualquiera con los humos que llevaba no puede ser el chico de tu vida.
–Además, ese pelo es para matarle –despotricó Raúl.
Loren soltó una risa, acordándose de algo.
–¿No fue el que le diera un revés al Hugo?
Raúl se quedó extrañado y luego asintió, boquiabierto. Empezaron a reírse y a contar anécdotas de ese momento, pero a mí no me hizo gracia. Ni conocía al tal Hugo ni quería seguir hablando de Darío. Luego dicen que las tías somos unas cotillas pero ellos no se quedan cortos.
Fredo estaba de cháchara con su nuevo fichaje y ya que me ignoraban, eché un vistazo rápido a las redes sociales, y tuve que dar con una de esas noticias que te dan un bajón importante.
–Chicos, ¿sabíais que la franja de edad propicia para montar un negocio es entre los dieciocho y los treinta y cuatro? Estoy justo en la mitad, y no tengo ni idea de qué hacer con mi vida –repliqué con horror.
–Ah, ¿pero tu no pretendías vender hamburguesas toda la vida?
Casi prefería que Raúl estuviese cotilleando.
–Si quieres ser una emprender, ya puedes ir moviendo el culo –dijo Fredo, volviéndose para prestarnos atención.–Y te advierto que, con los pocos seguidores que tienes en Instagram, te va a ser prácticamente imposible –añadió haciendo gala de su alta superficialidad.
Cambié la expresión al momento.
–Me parece una basura tener que depender de eso.
–Porque no tienes miles de ellos –rió Fredo.–Si no, pensarías lo contrario.
–Ey, mirad quién viene por ahí –susurró Raúl.
Eran un grupo de chicas despampanantes de pelo negro y largo, ojos oscuros y mirada de superioridad. Vestían todas también de negro y ajustaditas. En realidad, parecían la misma repetida varias veces, y yo dudé si había bebido tanto como para ver cuádruple. Vi que Raúl se colocaba en plan macho ibérico y fingió que no las veía. Al pasar, Loren, que no era de los que hacían el subnormal, les dijo chao y ellas respondieron al pasar. Raúl hizo un "Ah, chao" bastante penoso. Cuando desaparecieron calle adelante, se mordió el labio.
–Joder, Beca está buenísima.
–Pues tú sigue haciendo como que la ignoras –le animó Loren.–Seguro que se le caen las bragas de un momento a otro.
–Es tan aburrido lo tuyo –replicó Fredo con fastidio.–Un musculitos con una pija esmirriada. Es un prototipo tan manido que ya cansa. ¿Dónde está la emoción?
Raúl, que se había terminado su bebida, soltó una risa mientras se levantaba.
–Cuando me la lleve a la cama, ya te contaré si fue emocionante o no. Venga, apurad vuestras copas, que se van hacia la calle de vinos.
Así que no sólo tuvimos que bebernos de un trago lo que teníamos, sino que también había que perseguir a un grupo de tontitas para tener la bragueta de Raúl contenta. Los demás se prestaron porque Fredo siempre decía que le apasionaba ver cómo Raúl entraba al ataque y Loren porque estaba seguro de que haría el ridículo más espantoso. Lo que ninguno de los cuatro nos esperábamos es que la noche fuera a alargarse tanto y que resultase que quien se iba a ir contenta a casa sería yo.
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Seguiré esperando frente a tu puerta
RomanceQUIENES dicen conocerme, te mentirán. Te mentirán a la cara. Seguramente te dirán que soy una dramaqueen, de esas que al mínimo que algo se tuerce se deshacen en un sollozo exagerado y corren a esconderse del mundo al grito de "Me quiero morir ahora...