Esa mañana de 14 de febrero, hacia mas frío que de costumbre en Denver, Colorado.
Alaska había salido como de costumbre a las seis de la mañana para poder llegar a tiempo a su trabajo, pues debía tomar un transporte, que desde su casa hasta el trabajo le tomaba cuarenta minutos.
Alaska había sido abandonada por su familia hace años, luego de que la misma le quitará el apoyo, -hasta el apellido -por dedicarse a lo que ella ama, la escritura.
Además, Alaska también se había negado a casarse con el famoso Colton Scott, lo que sólo ayudó a los padres de Alaska, a sacarla por completo de sus vidas.
Pero Alaska se recuperó, se superó y hoy en día es una de las escritoras más reconocidas de Denver.
Esa mañana había estado casualmente distraída, había muchas parejas en las calles, que al igual que ella madrugaban, con globos, cajas de bombones y todo tipo de regalos románticos.
Al mirar el calendario una vez en su oficina, sólo comprobó lo que ya sospechaba, era San valetín.
A ella no le desagradan esas fechas, simplemente le parece ridículo que sólo debamos reconocer al amor el catorce de febrero, pues si el amor es verdadero se lo demuestra a la persona todos los días, no sólo el catorce de febrero.
Decidió ignorar todo, y se sentó en la silla giratoria de su oficina, y se puso manos a la obra.
Estaba escribiendo un nuevo libro, la historia narraba la vida de un Ángel que tuvo el descaro de acostarse con un demonio, ambos fueron castigados en la tierra, los hicieron simples mundanos, sin memorias ni nada que le recordará su amor, ellos tenían una prueba, si su amor era verdadero, ellos se volverían a encontrar y perdonarían sus errores por haber demostrado que era amor real, pero si no lo hacían, vivirían reencarnados por generaciones hasta que algún día puedan encontrarse, su castigo era ese, vivir como un mundano por siglos.
Pero ella tenía un problema, no sabía cómo terminar la historia, había tenido miles de ideas para un final perfecto, pero ninguno la había convencido.
Sin nada que la convenciera decidió salir del edificio donde se situaba su oficina y dar vueltas, alrededor, tal vez si veía la situación de alguna pareja podría amoldarla a su historia.
Pero ella no contaba con tropezar con alguien, en la salida del edificio.
Tampoco contaba con que esa persona fuera un Dios griego.
Su cabello rubio como el oro, con unos hermosos iris de color miel.
Atraparon completamente la visión de Alaska.
Salió de su asombro cuando vio la boca de aquel desconocido moverse.
—Disculpa, ¿que decías? —la mirada del desconocido sobre ella, de pronto la hizo sentir nerviosa, algo que no le pasaba hace tiempo.
—Te preguntaba si estabas en perfectas condiciones.
Su voz, joder, su maldita voz.
Fue todo lo que Alaska pudo pensar, aquel hombre tenía la voz más malditamente varonil del mundo.
—Me encuentro de maravilla.
—Iba a alguna parte.
Es normal contarle cosas a un desconocido, Alaska iba a hacerlo, quería, por una vez en su vida, arriesgarse.
—Al parque.
—Voy a acompañarla.
Con eso, dio por finalizada su pequeña conversación.
Caminaron hasta el parque en silencio, pero no fue un silencio incomodo, al contrario fue el silencio mas cómodo que tuvo en su vida.
—Me puede decir su nombre —Pregunto, de pronto tímida.
—Por favor, no me hable de usted, me hace sentir más adulto de lo que en realidad soy, Mi nombre es, Marcus.
—Marcus. —Dijo en su susurro asombrada, saboreo su nombre por unos instantes en sus labios, y sonrío.
—Cuantos años dices que tienes, Marcus.
—Tengo 28 años, señorita, pero por favor, dime tu nombre.
—Me llamo Alaska, mi nombre es Alaska.
El hombre, de ahora, nombre Marcus, le tendió el brazo invitándola a que se sujetara de el, algo que Alaska acepto gustosamente.
Al entrar al parque, Alaska olvido por completo cual era su objetivo principal en dicho lugar, sólo se concentró en el hombre del que iba sujeta.
—Podemos subir a alguna atracción, si lo deseas.
Ella asintió sin poder evitarlo, hacía años que no iba a un parque de atracciones, y menos acompañada.
Ella eligió entrar a la famosa casa del terror, mientras el bromeaba sobre dejarla entrar a ella en dicho lugar, pues parecía una persona menor de edad, algo que a ella le ofendió un poco.
—Dejame decirte, Marcus, que tengo 26 años, por lo tanto la edad suficiente para entrar a este lugar.
El sólo sonrío y no volvió a mencionar nada con respecto a su edad.
Durante el recorrido, Alaska chilló bastantes veces, las mismas veces que Marcus río de ella.
A mitad del recorrido Marcus la alejó del grupo donde iba el guía, empujándola suavemente sobre una pared.
Mirándola a los ojos susurró palabras que dejaron a Alaska congelada en su sitio.
—¿Me permitiría besarla, o sería una locura de mi parte?.
—No es una locura si yo quiero que lo haga.
El no necesito nada más, y ella no estaba dispuesta a agregar otra palabra, lo cual Marcus tomo como un pequeño empujón.
Acercó sus labios suavemente a los de aquella hermosa castaña de ojos color tormenta, y los roso, sólo comenzó con un simple rocé, mordió ligeramente el labio inferior, y finalmente, cuando vio que Alaska no resistía más su pequeño juego, la beso.
Sus labios se encontraron, fueron como una electricidad, que los consumiría, sin embargo no importaba nada más que ellos en ese momento.
Los labios de ella sabían al café que anteriormente había estado bebiendo.
Mientras los del es sabían, a menta.
Sus labios en sincronía fueron separados, por decisión de Alaska, quien de pronto había recobrado la compostura.
Ella no conocía a Marcus, y el mucho menos a ella.
Lo que estaban haciendo estaba mal, y el lo entendió en la mirada de ella.
Ninguno volvió a hablar hasta el final del recorrido, donde el se ofreció a llevarla a casa, pero ella se negó diciendo que debía ir a la editorial, de nada sirvió, el insistió en llevarla de todas maneras a la editorial.
Al revisar su reloj de mano, se dio cuenta de la hora que era, las tres con veinte minutos de la tarde, era lo que marcaban aquellas pequeñas agujas.
Ella debía ir a almorzar, aunque fuera esa hora, pues mover sus horarios de comida le había cobrado una revisión médica hace tiempo.
Así que le pidió como pequeño favor a Marcus que la llevará a algún sitio de comida.
Fueron a una cafetería demasiado lujosa para el gusto de Alaska, y viendo como la gente de trabajo de aquella cafetería reaccionaba, entendió que Marcus era alguien muy reconocido en estos tipos de lugares costosos.
De la nada, se encontró incómoda, hace años dejo de frecuentar esos tipos de sitios.
-Señor Adams, por aquí, por favor.
La voz del hombre me hizo volver a la realidad, el nos dirigía a una mesa apartada del resto, y Marcus ya no la sostenía del brazo, todo lo contrario, iba tenso por delante de ella.
Tomo asiento frente a Marcus y noto la mirada de todas las personas sobre ellos, entonces al ver a los ojos a aquel hombre que conocía hace a penas una hora, noto lo que pasaba, el tenía vergüenza, la pregunta era, ¿de que? Sentía vergüenza de...¿ella?
—Que va mal, Marcus.
Se atrevió a preguntar.
—Tal vez no estés acostumbradas a estos sitios, no quiero que te sientas incómoda.
Al instante Alaska se relajó, el sólo estaba preocupado por ella.
—Alaska Blake, eres tú.
Una voz interrumpió su momento, Alaska al reconocer aquella voz se tenso, Marcus observó a la mujer detrás de ellos, y entrecerro los ojos, quien era aquella mujer, que había hecho desprender tan mala vibra a su acompañante.
—Solo Alaska Cooper.
La mujer hizo caso omiso a la cortante voz de la joven y se invitó ella misma a la mesa.
Aquella mujer, fue en algún momento, la mejor amiga que Alaska podía haber tenido.
Pero eso cambió cuando Alaska quedó prácticamente en la calle por culpa de sus padres, ella busco ayuda en la única persona, que según ella, jamás le negaría ayuda.
Se equivocaba, Sofia, que era como se llamaba aquella mujer, se negó a ser amiga de una pobretona, palabras suyas.
—Hace años no te veía.
—Si, desde que me cerraste la puerta en las narices, luego de pedirte ayuda.
—Veo que aún no me perdonas ese pequeño error.
Alaska no hizo nada, más que verla indignada.
—¿Pequeño error? Hablas en serio.
Se levantó de la silla dispuesta a marcharse, pero recordó que Marcus estaba con ella en aquel sitio.
Lo miro y vio que el ya la estaba observando, sus ojos color miel, parecían querer atravesar su alma.
—Perdona esto, Marcus, debo marcharme.
_Dejame llevarte a tu editorial.
—¿Editorial?
Volvió a sonar la voz de Sofia.
—Si, mira si quieres podemos volver a ser mejores amigas, ahora que tengo dinero.
Soltó con todo el sarcamos que pudo, pero creo que Sofia no pudo notar aquello.
—¿De verdad? Si ya tienes dinero no habría ningún impedimento.
—Eres increíble.
Fue lo único que Alaska soltó, para luego salir huyendo de aquel lugar.
No soportaba estar en algún sitio con aquella mujer.
Cuando llegaron a la editorial, ya eran pasadas de las seis de la tarde, así que mostrando su lado hablame, invitó a Marcus a tomar un tasa de café en su oficina.
Todo mundo quedó impactado cuando la vieron entrando con un hombre, jamás, en esos cuatros años, habían visto a su jefa ser acompañada por un muchacho.
Ya con sus tazas de café en mano, y cómodos en los sofás que tenía en la oficina, se pusieron a conversar una vez más.
—Dime, te disgustan estás fechas.
Pregunto, Marcus.
—No me disgustan, sólo creo que el amor se demuestra todo los días, y que no debería existir un día en el cual se lo celebré de más.
Con un encogimiento de hombros dio por terminado, el tema del amor.
Sin pensar mucho en lo que hacía, Marcus dejo la taza sobre la mesa de cristal frente a ellos, y se acercó lentamente hacía ella, Alaska por su parte también depósito la taza en la mesa, y se quedó quieta esperando algún movimiento por parte de Marcus.
Cuando estuvo a centímetros de sus labios, el susurro.
—No creo que sea posible, pues te conozco hace pocas horas, pero creo que te quiero.
Ella sonrió y colocó su mano, en la mejilla del rubio que tenía frente a ella.
—El amor no es cuestión de tiempo, sino de química, creo que yo también te quiero.
Ante aquella confesión, el no lo resistió y la beso.
Un beso lento, dulce y suave, todo lo que podía pedir alguna vez en su vida, lo encontró en los labios de aquella muchacha con ojos color tormenta.
—Tengo compromisos que me impiden volver a verte.
Aclaro apenado, ella sólo sonrío, esperaba eso, un hombre como Marcus no estaba preparado para estar con alguien como ella, así que simplemente asintió y le robó un pequeño beso.
—Solo recuerda algo, Marcus, las personas se esfuerzan demasiado por encajar, que olvidan que lo que realmente importa es destacar.
El la miro sin comprender, no entendía que tenía que ver aquella frase con el, entonces ella se tomó el tiempo de explicarle.
—He visto como te comportaste en esa cafetería, he visto que ese no es tu lugar, no finjas ser alguien que no eres sólo para encajar, se alguien que quieras ser, alguien diferente, destaca.
El pudo comprender y asintió.
Alaska lo acompañó hasta la entrada y con un beso, que para muchos significaba, un nuevo amor, para ellos era un adiós.
Un adiós, dulce y suave.
—Suerte en la vida, Alaska.
—Igualmente
—Adiós, Alaska.
—Adiós, Marcus.
La pequeña conversación, los pequeños besos y todo la química existente en eso momentos se fueron con cada uno de ellos, en un lugar que no volverían a ver jamás.
Meses después Alaska terminó su libro, un libro que fue conocido mundialmente, que por casualidades del destino llegó a manos de Marcus.
Lo último que Alaska supo de el, fue que se había comprometido con una hermosa mujer de la alta sociedad.
Marcus pasaba por una librería el día que vio el nombre de aquella muchacha en unos de los libros, lo compro al instante.
Y sólo al final del mismo entendió el título que tenía.
El ángel y el demonio se encontraron un catorce de febrero, fueron al parque, a la cafetería y compartieron uno que otro beso, obtuvieron sus recuerdos y fueron felices el uno con el otro, sin embargo, a pesar de toda la química y amor que aún seguía vivo en ellos, supieron que tenían que decirse Adiós, y cada uno regresar a su verdadero hogar.
En ese momento ambos entendieron,
Fueron Unidos en San valetín, y separados por el mismo.***
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Unidos en San Valentín
RomanceMarcus, se escondía de su vida, tenía un compromiso que entablar con alguien que no amaba. Alaska sólo quería terminar su libro, por casualidades del destino cruzaron sus caminos, y aunque ambos sabían que no podían conocerse a fondo, disfrutaron se...