1. La emoción de los rastrillos
Había tres personas delante de él en la caja registradora. Todas esperando su turno, sin muchos ánimos de nada más que irse de ahí.
Como todos los jueves desde... pues no recordaba desde cuando, estaba en la fila del supermercado esperando pagar por los productos que le mantendrían satisfecho hasta el próximo jueves. Mientras llegaba su turno, miró junto a la caja registradora y vio algo fuera de lo normal: los rastrillos estaban en promoción: paga 1, llévate 2. Por alguna razón, trató de recordar cuando había sido la última vez que se había rasurado, mas no lo recordaba: dado que era prácticamente lampiño de todo el cuerpo, no lo hacía muy seguido, sin embargo la oferta de 2x1 en unos rastrillos de considerable mejor calidad de los que usualmente compraba, le orillaron a comprarlos.
Llegó a la puerta de su departamento, la abrió y dejó las bolsas en la mesa, sacando únicamente los rastrillos. No le importaba que fueran las 10:27 de la noche, Antonio Flores estaba decidido a rasurarse con los mejores rastrillos que había comprado en su vida cuando un pensamiento le vino a la mente, convirtiéndose luego en un escalofrío: eso era lo más emocionado por cualquier cosa que había estado en lo que iba del año, al menos: emocionado por usar un rastrillo nuevo. Y eso le preocupó, primeramente, y luego le entristeció. Tenía 34 años y, en su opinión, estaba muy, muy mal.
2. Un día normal
Desde cierto punto de vista, Antonio Flores Céspedes lo tenía todo. Tras la muerte de su madre, un año antes, él había sido el heredero del edificio de departamentos otrora propiedad de su progenitora; si bien no era uno de esos grandes condominios de la afueras, los 9 departamentos habían estado siempre ocupados por personas que pagaban la renta puntualmente y no exigían mucho al casero, y para él eso era lo único que importaba. Don Jaime, el conserje del edificio, vivía en el apartamento 1 y daba mantenimiento al edificio a cambio de no pagar renta y un modesto sueldo. Además, y para no volverse loco, tenía un trabajo de medio tiempo como editor junior en un periódico local, donde si bien no ganaba ni siquiera un porcentaje equiparable a lo que entraba de rentas al mes, le permitía estar en contacto con otras personas, al menos para discutir sobre los resultados de los juegos de futbol el fin de semana. Llevaba una buena relación con sus compañeros, y su jefe siempre le decía socarronamente: "un gran futuro te depara en el periodismo, mi Toño". Él odiaba que le dijeran Toño.
La misma noche del episodio del rastrillo, y luego de salir del shock que le causó encontrarse en ese punto de la vida, decidió buscar un hobby. Tendría que ser una actividad que no le llevara mucho esfuerzo, ni tiempo, y sirviera para salir de la rutina. Lo que menos quería era otro día normal.
La madre de Antonio había muerto en su cama, durante la noche, luego de una corta batalla contra un cáncer de estómago que la llevó de ser una mujer "fuerte y autosuficiente" (como ella solía denominarse) a un pequeño ser encorvado y en una permanente posición fetal (aún cuando se ponía de pie) en menos de 6 meses. Desde que encontró el cadáver de su madre un miércoles por la mañana, sólo había entrado a su cuarto a sacar las joyas y objetos de valor para guardarles. Por alguna razón, sentía la necesidad de buscar en el cuarto de su madre. No es como que ella tuviera algún hobby (no que Antonio supiera, al menos) pero sentía el impulso de entrar al cuarto de su madre y medio buscar por ahí. Sólo una pequeña ojeada y listo. Seguramente no encontraré nada más allá de cajas y cajas de zapatos con facturas y cuentas pulcramente marcadas por año y mes, pensó. Sólo un entrar y salir, pensó. Tomó un poco de aire y abrió la puerta.
La mayoría de las cosas se encontraban tal y como cuando vivía su madre: la cómoda con sus seis cajones coronada por una gruesa hilera de perfumes de todos tamaños y formas. Reconoció automáticamente un olor particular: era Trésor de Lancôme, el favorito de su madre. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Decidió alejarse de la cómoda y fijó la vista en el siguiente objetivo: la puerta del clóset. El cuarto de mamá era el más grande del departamento (y del edificio entero, ya que andamos en esto): además de la habitación, contaba con cuarto de baño y clóset. Hacía más de dos años, al menos, que Antonio no entraba a ese clóset. Se acercó dubitativo. Por alguna razón, una sensación conocida, pero no experimentada desde hace mucho, comenzó a llenarle. Era miedo. Abrió la puerta y encendió el apagador a su derecha. Una bombilla amarilla llenó de luz el cuarto de 3x2 mts. Nada fuera de lo normal: la ropa de su madre organizada por temporada y por color en los tubos que pendían de muro a muro. Abrigos, ropa para el verano y varios conjuntos de colores cálidos. Reconoció un blazer color vino porque era el mismo que traía su madre cuando tomaron la foto que cuelga en la sala, la última foto que se tomó su madre en uno de esos eventos de mujeres emprendedoras a los que gustaba asistir; fue la última vez que asistió a uno de esos porque al día siguiente le entregaron el resultado con la noticia: tenía cáncer, y este se había extendido ya por toda el área abdominal, hígado, páncreas, tráquea y parte del pulmón derecho. Seis meses y dos días después de tomada esa foto, la enterraron.
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La Casa Navarro
HorrorEnclavada en el centro de Guadalajara, la casa Navarro tiene una terrorífica historia que data de la época de la Colonia en México. Antonio y Matilde están a punto de descubrir que las historias acerca de la casa Navarro no sólo son reales.