-1-

762 58 11
                                    

Mimi revolvía la habitación en busca de un biberón que estaba segura que había dejado por algún sitio. El problema era que no podía recordar ese sitio. 

Tenía unos pocos minutos para llevarle el biberón a Lia si no quería que la niña empezase a llorar como una condenada. Tenía seis meses y una capacidad pulmonar que muchos buceadores profesionales desearían. Y, sinceramente, aunque Mimi adorara a su hija, no tenía ganas de escucharla; así que se centró en buscar el biberón favorito de la pequeña. 

-Venga ya-. Susurró enfadada mientras levantaba una camiseta sucia que a saber cuánto tiempo llevaba debajo de la cama. 

-¿Buscas esto?- Le preguntó Miriam apoyada en el marco de la puerta, sujetando el biberón con una mano. Su hija, Alexa, estaba al lado de su madre imitando su postura. Y, por lo visto, eso no era lo único que estaba imitando aquel día. Alexa y Miriam llevaban el mismo conjunto; vestían unos pantalones negros, una chaqueta de cuero, unas botas, y una coleta alta que recogía la melena rubia y rizada de las dos. 

A la granadina no le extrañaba para nada: eran clavaditas. Las dos compartían esa mirada color miel intensa que las caracterizaba, la misma sonrisa que conseguía alegrarle los días a Mimi y, por supuesto, el pelo. El pelo de las dos era idéntico, sin contar que Alexa tenía el pelo un poco más oscuro que su madre.                                                            Eso sí la personalidad, aunque genéticamente imposible, era igual a la de la granadina. Alexa era un torbellino de energía, la chiquilla no paraba quieta ni un solo momento. Y, descarada era un rato, la de situaciones comprometidas que el matrimonio había tenido que soportar por culpa de aquella diablilla rubia.

Mimi puso una sonrisa inocente, de esas a las que su mujer no podía resistirse, y se acercó a Miriam para coger el biberón y dejar un beso en la mejilla de la rubia.

-¡Ey!- Exclamó la pequeña de apenas cuatro años.- ¡Yo también quiero beso!

La rubia  de ojos verdes se agachó sonriendo y besó la frente de su hija pero aquel momento de paz y tranquilidad fue interrumpido por los llantos desconsolados de Lia. Provocando muecas de hastío en sus madres, las cuales suspiraron angustiadas.

-Qué pesá-. Farfulló Alexa, no lo suficientemente bajito como para que sus madres no la escuchasen.

-¡Oye!- Llamó su atención Mimi.- No digas eso de tu hermana.

-Me puedes explicar de dónde le sale el acento andaluz a esta niña si nació en Madrid-. Preguntó desconcertada Miriam.- ¿y el acento gallego? A partir de mañana solo se habla gallego en esta casa.

-Pues yo encantada.- Animó Mimi guiñándole un ojo justo antes de salir de la habitación.

Llegó a la habitación de Lia con el dichoso biberón y una cara de mala leche que cambió radicalmente cuando vio a su hija. La niña llevaba un pijamita de Mickey Mouse y su pelo rubio recogido en dos mini coletas. Sus ojitos verdes estaban repletos de lágrimas y los mofletes, aunque esta vez rojos del llanto, seguían igual de achuchables.

-Ya va, ya va-. Repetía Mimi en bucle, acercándose a ella para cogerla en brazos. Lia se calló al instante y empezó a beber tranquilamente.- Qué genio tienes chiquilla-. Pensó Mimi mientras miraba a su hija con una sonrisa tierna.

Miriam estaba terminando de calentar un vaso de leche para Alexa, la cual se encontraba comiendo fresas en el salón mientras veía alguna serie infantil. La gallega suspiró resignada, iba a dejarlo todo perdido, incluyendo su ropa y no tenía tiempo para volver a cambiarla.

-Lex, ¿por qué no vienes a la cocina para terminarte las fresas?- Preguntó con un tono que sugería que más que una pregunta era una orden. La niña se levantó sin rechistar con el bol posando peligrosamente en sus manos.

Retrouvailles|| miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora