Tarde de verano sin sandías

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El calor ahoga más que un apretón contra el cuello, las aspas del ventilador relentecidas como si quisiesen hacer su fallecimiento más largo y doloroso. Namjoon yace tendido en su cama, cuaderno de notas bien apretado sobre el pecho. Su camiseta está húmeda a causa del sudor y se le pega incómodamente a la piel, pero no se anima a quitársela porque lo que hay debajo le sabe mucho más insoportable que el calor, el mismo que, vuelve a pensar, va a matarlo en cualquier momento.

Hace ya un buen rato que regresó del mercadillo, esperando comprar una buena porción de sandía que le ayudase a aguantar el sopor de la tarde. Es el único día que tiene libre en la semana, y aunque debería de estar feliz no deja de sentirse un poco angustiado. Tener tiempo sin ocupar es casi peor que tener algo que hacer, porque entonces está solo con su cabeza y escucha cosas que no quiere escuchar, palabras que ha descubierto le es imposible acallar. Se tapa los oídos y grita por encima, pero parece que no hay nada capaz de silenciarlas. A veces lo logra con un poco de música, luego de que se encuentra tan agotado tras fallar una y otra vez en sus intentos que ya ni siquiera se ve capaz de llorar.

Ha echado las persianas hace rato para evitar que el fulgor incandescente del sol se meta en su habitación, pero la luz sigue pasando entre las rendijas como si nadie la frenase, ladrona de alientos y conciencias que Namjoon no desea más que poder apagar. Le llega amortiguado el sonido del casete que se olvidó de sacar del estéreo, las mismas canciones reproduciéndose una y otra vez sin pausa. Piensa que se parece un poco a cómo lleva viviendo todos esos años, la misma rutina de siempre.

Trabajar por las noches, dormir las mañanas, lamentarse de que su interior parece estar desbordado de agua estancada y volver a salir cuando cae el sol. Todo en su cuarto yace un poco desparramado (como en su cabeza) porque Namjoon nunca está en casa, y cuando está, siente que no está realmente. Es un sentimiento un poco complicado, porque a pesar de que lo entiende casi que del todo, ha encontrado imposible el ponerlo propiamente en palabras.

Namjoon está en demasiados lugares a la vez, un poco en sus libros y su música, en la caja donde guarda los casetes que se ha rehusado a tirar y el pequeño café por el que pasa cuando en la gasolinera donde trabaja le conceden un descanso para poder reponer energías.

Namjoon está en los ojos amables de Hoseok, el barista del que se ha hecho amigo cuando le pasa su orden cada noche. En las manos entintadas de Yoongi cuando ambos deciden que han tenido suficiente del mundo y se juntan a tratar de crear algo que los aleje tan sólo un poco, a refugiarse en palabras incoherentes y piezas a medio acabar. En la risa exagerada de Seokjin cuando le invita a almorzar a su prolijo apartamento, ese que sí parece un hogar. En las caras llenas de admiración de Jimin y Taehyung cada vez que le miran (aunque no entiende qué es lo que ven en él, además de a un joven demasiado alto y demasiado torpe que sabe demasiado poco sobre lo que es vivir) y también en los ojos tímidos y brillantes de Jungkook cuando le da clases de composición. Hay un poco de Namjoon en cada persona y cada lugar que ha conocido, pequeños trazos de su aliento respirados por los demás.

Pero él está vacío. Hay tardes en las que cuando intenta rebuscarse donde más Namjoon debe haber, no encuentra nada más que el miedo más pútrido retorciéndose donde tendría que haber algo más. Pero no sabe qué, y no puede encontrarlo.

Suspira.

—¿Vacío otra vez? —le pregunta el joven a los pies de la cama, a pesar de que ya sabe la respuesta a la perfección. Namjoon asiente contra su almohada hundida, ya demasiado fina como para sostener su cabeza sin provocarle dolorosas contracturas.

—Siempre estoy vacío —replica con angustia, un nudo haciéndose en su garganta. Quiere llorar, pero lo que tiene la vacuidad es que viene sin lágrimas—. No hay nada.

Tarde de verano sin sandías » Namjoon;BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora