PRÓLOGO

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Aún recuerdo el olor a azahar que se colaba entre las ventanas de madera de mi cuarto, impregnándome de su esencia sutil.

También me acuerdo del canto de las alondras arrullándonos en las siestas para que soñáramos bonito.

Nunca olvidaré el sabor de las naranjas que yo mismo cortaba de los árboles desde que aprendí a trepar.

Aún siento escalofrío de ese miedo a la oscuridad que me enfriaba hasta los huesos en las noches. Eso pasaba cuando aún dormía con mi hermana. Haneul.

De ella es de quién trato de acordarme más. Porque también me da miedo olvidar de nuevo, a ella sobretodo.

No éramos muy parecidos. Yo era curioso y creativo. También sensible, alegre, torpe y miedoso. Aún sigo siendo de esa manera.

Haneul siempre fue de pocas palabras e introvertida. Pero no por eso fría. No tenía ningún talento particular, mas que la extraña habilidad de saber medir el querer. Como si ofreciera a todos la cantidad justa de amor que ella tenía para dar. Y ese cariño medido se lo dedicó a nuestros padres y abuelos. Pero el amor más dulce y fuerte que tenía para dar me lo dio a mí, porque estoy seguro que ella no apreció a nadie de la misma forma que a mí. No supe por qué, pero siempre me quiso más que a otros. Como si me pagara con su cariño algún favor que le hice o que le iba a hacer algún día.

Tal vez ella también presintió eso.

También la quiero mucho, por eso siempre la protegí lo mejor que pude de todo lo que la pudiera herir, a pesar de tener miedo algunas veces. Hasta ese día, del que ya no me acuerdo, es como si mis recuerdos se hubiesen empañado, casi como si fuera un sueño.

Pero no lo es. De lo contrario no la tendría frente a mí en coma, ni estaría tan preocupado por recordarlo todo.

Flor de AzaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora