1

355 62 6
                                    

La fina punta de grafito se movía ágil sobre el lienzo en el caballete, haciendo trazos que daban vida a un boceto que sólo unas manos experimentadas podían esbozar.

Para mayor precisión, cambió el ángulo en que sostenía el carboncillo y comenzó a agregar un poco de sombreado cuando de repente el lápiz le fue arrebatado, dejando por accidente una fea raya que se salía de los trazos.

Steve respingó ligeramente por la sorpresa antes de voltearse a ver al causante con un ceño fruncido.

Tony sonreía travieso e infantil.

Steve suspiró resignado, sabiendo que se avecinaba.

Steve acostumbraba sentarse debajo de un árbol para dibujar en sus horas libres, pero a veces se veía interrumpido por Tony, quien llegaba a hacerle compañía o a molestarlo, obviamente siendo lo segundo más frecuente que lo primero, ya fuera dandole ligeros empujones o, como en este caso, robándose su lápiz.

Claro, tenía más métodos, pero esos eran sus predilectos.

—Tony, ¿podrías devolvérmelo por favor? —pidió al castaño, más por costumbre que por otra cosa.

—¿Y si no quiero?

—Tony... —dijo con advertencia en su voz.

—Ya, vale, tranquilo... —respondió risueño. —Pero con una condición. —puntualizó. Steve se sobo puente de la nariz y luego asintió en modo de aprobación. —Que me dibujes como a una de tus chicas francesas. —Steve lo volteó a ver confundido, hasta que comprendió a qué se refería, sonrojándose.

—Agh, no, Tony... —exclamó abochornado y se tapó la cara por la pena, provocando que el menor comenzara a reírse.

—E...está bien, está bien, ya, basta...—dijo Tony recuperando el aliento mientras se secaba las lágrimas. —Te lo devolveré...cuando me atrapes.

—¿Qué? —preguntó confundido antes de que Tony echara a correr.

—Toma. —dijo Steve, tendiéndole un lápiz nuevo y decorado con un pequeño moño azul en uno de los extremos.

—Ah... —Tony le vio con los ojos de par en par, ligeramente confundido, hasta que vio el lápiz y lo aceptó.

—El otro día dijiste que te hacía falta un lápiz. —se explicó el rubio fingiendo indiferencia.

El más bajo pareció examinar el carboncillo durante unos segundos, Steve temió que no le gustase, pero Tony volvió a subir la mirada, sonriéndole genuinamente y con un ligero rubor adornando mejillas.

Steve enrojeció violentamente y volteó hacia un lado para evitar ser visto, mientras que el genio lo veía curioso.

Apretó un poco la mano que sostenía entre la suya y apartó su mirada del rostro calmo del castaño.

Steve se encontraba sentado sobre un pequeño banco, taciturno y con la mirada gacha.

—Quita esa cara, me deprimes más que este lugar. — el regaño salió casi en susurró, pero sonando melifluo y en tono bromista, aunque ya cansado.

Steve apretó los labios y sus puños de impotencia, de dolor.

¿Cómo había podido ser tan ciego? ¿Cómo no se percató antes? ¡Por Dios! ¡Era obvio! ¡Era estratega militar! ¿Cómo no había podido unir los puntos?

—Yo...yo debí haberlo...sabido. —abatido, se condenó a sí mismo.

—No. No debías. Ni yo ni mis padres nos dimos cuenta ¿Cómo podrías haberlo sabido tú? —habló el castaño con una firmeza con la que últimamente ya no se le oía tan seguido, sin dejar lugar a réplica alguna. —Así que no te sientas culpable, ¿sí? Porque no es tu culpa. Sólo de la genética. Sólo suya y de nadie más...bueno, y de la ineptitud del doctor familiar.—continuó el otro con su discurso, buscando consolarle, cuando debería ser al revés.

Lápiz | Stony Donde viven las historias. Descúbrelo ahora