En un lugar muy lejano a la Tierra nació un niño cuyo mundo iba a desestabilizarse de un momento a otro, y sus padres tomaron la difícil decisión de mandar a su hijo a nuestro planeta completamente solo. El niño creció saludablemente a pesar de todas las complicaciones, y se transformó en un respetuoso joven de piel trigueña y ojos afilados. En su barrio lo apodaban “el amigo de las estrellas” porque, por algún motivo, siempre se lo veía hablándole al cielo en la noche.
Él no tenía religión, no se interesaba por esas cosas. Tampoco solía acompañar a los otros niños de su barrio a la iglesia ni a cortejar muchachas. Su rutina era sencilla, en la mañana se levantaba e iba a clase. Era un muy buen alumno, pero él siempre afirmaba lo contrario. Después, volvía a casa y comía. A la tarde, salía a caminar. Cuando volvía, se duchaba, estudiaba y salía a su balcón a mirar el cielo. Allí se sentaba largas horas a platicar con las estrellas, hablando de sus sentimientos de vacío.
El joven tenía frecuentes sentimientos de soledad que lo atacaban sin motivo, pero no quería preocupar a nadie, así que lo hablaba con quienes más lejos estaban, y solía sentirse mejor poco después.
Sin embargo, una noche como tantas otras en las que salió a mirar el cielo, vio una estrella más brillante que las demás. En ese momento, parecía que todas eran absolutamente insignificantes a su lado. No importaba cuánto buscara en el cielo, no encontraba una similar a ella. Su brillo parecía ser capaz de atravesar su corazón al completo. El joven se dirigió a ella, tembloroso. Le habló con suavidad. Por un segundo, sintió algo especial dentro de sí, la estrella había reído. El muchacho, ilusionado, sonrió. Pero se dio cuenta de que era inútil. Las estrellas no sonríen, debió ser su imaginación. Pero le había gustado tanto que quería volver a escucharlo.
Y así lo hizo.
El joven volvió a salir más noches, ocultando su preocupación, riendo mucho más con su acompañante. Sin embargo, ocultarlo era en vano. La estrella ya sabía de sus sentimientos de vacío, si no había actuado, era por temor a incomodarlo. Pero un día solo salió el tema, y el muchacho terminó llorando a la luz de las estrellas.
—¿Por qué a pesar de que estás ahí nunca dices nada? Pero siempre me siento acompañado solo con verte brillar, siento que me consuelas aunque no digas nada. A veces siento que puedo oírte reír… Pero es imposible, ¿verdad? —suspiró—. Me gustaría entender el idioma de las estrellas, así podría entender al completo lo que tú sientes.
El joven entró nuevamente a su habitación, necesitaba calmarse. Pero aunque volvió a salir la noche siguiente, no la encontró. Volvió a salir más veces pero seguía sin encontrar a su lucero en el cielo. ¿Acaso lo había herido? El espectáculo nocturno se sentía tan vacío sin su estrella favorita alumbrando…
Semanas después, ya se había rendido del todo. No quería hablar ya más al cielo, no iba a volver a mirar a las estrellas, no sabiendo que no había esperanzas en volver a ver a quien amaba. Pero una de esas noches, mientras trataba de conciliar el sueño, fue interrumpido por el sonido de la puerta. Siendo tan tarde, le pareció extraño escuchar ese ruido, pero bajó las escaleras de todas formas, asociando que fue cosa del viento. Sin embargo, cuando abrió el portón se encontró con chico de su edad, quizás un poco más, cuyos ojos atentos resaltaban del resto de su rostro, estaba parado sonriente ante su puerta, como si tuviera un propósito que cumplir.
El desconocido, unos centímetros más bajo que él, se paró de puntillas, mirandolo fijamente. Sostuvo su mentón de manera delicada, pasando su mano a la mejilla contraria segundos después. Su contacto erizó la piel ajena, pero como si el joven supiera que algo bueno estaba por pasar, no se movió. Entonces recibió un suave y corto beso en los labios, cuyas palabras que seguían a él recordaría por siempre.
—¿Ahora entiendes el idioma de las estrellas?
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El idioma de las estrellas
Short StoryEl joven que miraba al cielo cada noche buscando que las estrellas lo entendieran.