Bella intentaba llegar a toda prisa al castillo de la Bestia, sentía que su corazón saltaría de su pecho en cualquier momento por los nervios. Gastón solía conseguir lo que se proponía y una pequeña parte de ella sabía que el asesinato que tenía planeado para esa noche no sería diferente.
Las gigantescas puertas del castillo se alzaban ante ella, completamente rotas le daban la bienvenida a un escenario desgarrador... El lugar donde ella había vivido tanto tiempo estaba destrozado, había restos de muebles esparcidos por todas partes, la vajilla rota en el suelo, solo esperaba que sus amigos no estuviesen en las mismas condiciones y sobre todo esperaba que no fuese demasiado tarde para la Bestia. Corrió escaleras arriba, atravesaba las puertas sin pararse a mirar que le podía esperar al otro lado, lo único en lo que podía pensar era en la cara de quien la había retenido y, ahora, de quien estaba enamorada.
Con la respiración entrecortada y el corazón palpitando en sus sienes llegó a la parte más alta del castillo donde la imagen de Gastón a punto de acabar con Bestia la desgarró de tantas formas distintas que ni siquiera parecían reales. No pensó en nada cuando el garrote bajó a toda velocidad para encontrar el cráneo de la Bestia, no pensó en nada cuando, obligando a sus pies a moverse más rápido de lo que jamás lo habían hecho, se colocó entre el verdugo y la víctima, no pensó en nada cuando aquel instrumento de piedra la golpeó y tampoco pensó en nada cuando la vida la abandonaba.
Escuchó un fuerte rugido mientras sentía su sangre mezclarse con el agua de la lluvia que caía con furia sobre ella, su amado, su bestia. Unas chispas se iluminaron ante sus ojos para formar las imágenes de los momentos vividos con él, no podía sentirse más en paz sabiendo que se iba para salvar a la persona que amaba, la muerte para ella no estaba siendo temible, la estaba recibiendo con gratitud... "Gracias por dejarme ser yo y no él".
La inconsciencia la estaba arrastrando hacía la más absoluta oscuridad. Gastón profirió un último gemido antes de caer a poca distancia de ella, no podía verlo pero si podía sentirlo, él se había salvado y su sacrificio no fue en vano. Trató de resistirse unos minutos más, quería decirle tantas cosas a la Bestia... pero sentía como se le acababa el tiempo. Algo pesado cayó junto a ella y luego su cabeza se vio acunada en el regazo de la Bestia, él estaba ahí, él sería lo último que viese antes de irse.
Quiso hablarle, gritarle que lo amaba pero la voz no le salía, las palabras se le quedaron atoradas en el pecho. Con las pocas fuerzas que le quedaban levantó la cabeza y clavó la mirada en sus enormes ojos, le dijo con ellos todo lo que su boca no le permitía. Unas grandes lágrimas se derramaron por el rostro de la Bestia y aquello le partió el corazón, no quería verlo así, quería que fuese igual de feliz que aquel día que jugaron en la nieve, esa ere el verdadero él.
Sus ojos no se separaron de los de él hasta el momento de su muerte, el dolor se acabó, la tristeza también... Su alma ya no estaba en el castillo y lo único que se llevó consigo lejos de allí fue el rugido desgarrador de la Bestia.
Bestia había perdido a su Bella.
Pasaron los años en el castillo y el único recuerdo que quedó entre sus muros fue el silencio que se instaló en cada sala desde aquel trágico día y el rosal que crecía donde Bella había sido enterrada. La maldición no solo acabó con el hombre, ahora Bestia, la maldición acabó con su corazón ahora duro como la piedra y frío como el hielo.
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