En la penumbra

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Las memorias me atormentan.

Todo el tiempo desde que pasó y... cada vez que me levanto, jadeando en plena noche con el rostro desfigurado en terror, es a causa de ellas.

Esta vez sucede así; sollozo en silencio mientras trato de apartar los terribles recuerdos de mi mente, me abrazo a mí mismo y me aferro a la delgada manta que cubre mi cuerpo impidiendo que el frío cale aún más profundo en mis huesos.

Desde que nací mi madre me dijo que era especial, alguien excepcional, único.

Siempre sentí curiosidad sobre lo que había pasado, sobre por qué no me dejaban salir al exterior. Lo que no sabía era que yo había nacido en un mundo corroido por las ambiciones humanas.

Recuerdo claramente lo que me contó mi madre sobre la catástrofe: Los incendios se propagaron por todas partes; empezó a caer lluvia ácida, afectando tanto a animales y a plantas; los huracanes no tardaron en llegar; inundaciones dejaron devastadas a las pequeña aldeas y, pronto, las hambrunas y sequías acecharon cada rincón del planeta.

Las terribles olas de calor afectaron a todo el mundo, haciendo que se propaguen infinidad de enfermedades que reducirían la población considerablemente.

El exterior se había vuelto peligroso, pero sólo supe cuán peligros era, el día que me atreví a salir.

Mientras yo me encontraba maravillado por el nuevo mundo frente a mí, mi familia moría poco a poco con el tóxico aire al que, al parecer, yo era inmune. Tenían razón, yo era especial... tal vez merecía vivir sólo por siempre en este mundo.

Mis pensamientos se ven interrumpidos por unos pasos aún lejanos, levanto la vista aún con los ojos llorosos tratando de adaptarme a la oscuridad. Pronto una pequeña luz se ve a lo lejos, se acerca poco a poco: una luz de vela.

—¿Yuuri? —escucho y sólo entonces me permito soltar el aliento.

La luz se acerca y lo percibo. Me mira como la primera vez que me encontró sollozando en el páramo. Sus manos me toman y es cuando distingo su apolíneo rostro.

—¿Otra vez? —me pregunta y asiento levemente.

Su cálida mirada me inunda y siento sus labios presionarse contra los míos suavemente.

—Vamos a dormir, yo estaré contigo —susurra en mi oído, asiento y me vuelvo a acomodar.

Todo está oscuro, pero siento su cálido aliento en mi cuello. Sus grandes brazos me rodean y su corto cabello me hace cosquillas en la nuca, un leve susurro suspende por unos segundos el silencio que nos inunda.

—Yuuri, te amo.

Y es entonces, solo entonces, que puedo cerrar los ojos y acompasar mi respiración con la de Viktor, porque es cuando lo comprendo verdaderamente.

Aun cuando el mundo sea un caos allá afuera y ambos hayamos perdido todo, incluso cuando toda esperanza parezca perdida y no haya un futuro real esperándonos, él seguirá conmigo siempre y nos seguiremos amando, porque es lo más valioso que tenemos

Este poderoso sentir, que nos mantiene vivos.

Vivos. Aún en la penumbra.

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