Y cada día era más difícil que el anterior. Perderme en el yo, en tu opinar y en el de los demás . En las sonrisas que una tarde compartimos, en el vello, que de punta, parecía sentir por el mismo la íntima conexión entre tus orbes cafés y las mías cristalinas. Pues aquello, era, con toda seguridad, el sentimiento más intenso que había recorrido sin esfuerzo cada uno de mis nervios.
Y una noche desperté, percatándome de que el sol no era el mismo que nos bañaba en agosto, que nuestras risas ya no eran acompañadas. Que me había perdido. Y no quería, no podía encontrarme. No podía encontrarte.
Así que vete. Vete con tu estúpida mariconera y guarda allí todo los recuerdos de un amor imaginario. Guárdame ahí, procura que no escape. Guarda ese pedazo de mi corazón que nunca podrá escapar a aquel, dueño de mi primer amor. Promete que lo cuidarás, que, como un niño indefenso, seas capaz de sostenerlo y guardarlo con recelo. Prométeme el atisbo de un recuerdo cuando sea a ella a quien le dediques tu eterna bondad.
Pues no puedo odiarla, si al final es ella la que sostiene tu felicidad.
Yo, mientras tanto, seguiré buscando lo que tanto anhelo. La parte de mi que quedó en aquel agosto.