One week. [Michael Clifford - One Shot]

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''Hola, he decidido escribirte una carta para explicarte como me sentí cada día junto a ti. 

Lunes.

El primer día en el que te vi, cuando nuestras miradas se cruzaron. Sin duda fue difícil no perderme en tus ojos, aunque supongo que no fui la primera que se enamoró de ellos. Cuando te acercaste a mi el corazón empezó a latir con rapidez. Me fijé en tu pelo y reí, no era algo que podrías ver a diario, eso te hacía distinto.

Simplemente al oirte decir ''hola'' me ruboricé, y no es fácil hacerme sonrojar. Contesté, a pesar de ese rubor contesté. Seguramente debiste pensar que era un bicho raro, yo lo habría pensado. Aún así seguiste hablando conmigo, ignoraste mis frases sin sentido, e incluso reíste con mis tonterías. 

Pero al oír ''¿Nos volveremos a ver?'' mi corazón pegó un brinco. Asentí sonriente, mirando al suelo. Si mi corazón hubiese podido gritar en aquel momento nos habríamos quedado sordos.

Martes.

Ahí estábamos, los dos, en la gran cita. ¿Por qué me sentía así? No era la primera vez que salía con alguien, pero sin duda era la primera vez que mi corazón latía con tanta rapidez, amenazándome de que saldría de mi pecho. 

Traté de seguir la cita con normalidad, no quería parecer rara delante de ti. Reí con cada tontería que hacías, y he de admitir que la mayoría eran chistes muy malos, pero ver tu sonrisa valía la pena. 

Y fue entonces cuando tu mano rozó la mía, y cuando mi cara se volvió más roja aún, si es que eso era posible. No dije nada, seguí caminando, hasta sentir tus dedos entrelazandose con los míos. Menos mal que mirabas adelante, me habría muerto de la vergüenza si me hubieras mirado a mi, en aquel momento me podías confundir perfectamente con un tomate.

Miércoles.

Bajé las escaleras con emoción, mirándome de arriba-abajo. Volvía a verte aquel día, y no dejaba de pensar en como tu mano se entrelazó entre la mía. Removí mi pelo ante el espejo y sonreí de oreja a oreja. 

Salí y te vi, me acerqué a ti con rapidez. No supe como reaccionar, me elevé un poco y te abracé. No sé si para ti fue raro, pero fue un simple impulso. Supongo que no fue tan raro, me devolviste aquel abrazo sin dudarlo ni un segundo. 

Te solté y sonreí. Era el tercer día que pasábamos juntos, y mi corazón seguía igual que en el momento en el que te vi. Era nuestra segunda cita, fuimos al parque de atracciones, sin duda mi día favorito de aquella semana.

Nos montamos en todo, y yo estaba emocionada como una cría. A la salida paramos a comer, no era un restaurante de lujo, pero era perfecto. Y fue en ese momento en el que me despisté cuando decidiste robarme un beso. Y yo no estaba dispuesta a negarme, así que te correspondí a aquel beso. Me ardía el pecho, lo único que deseaba era congelar el tiempo.

Jueves.

Aunque no hablamos de ello, éramos prácticamente una pareja formal. En apenas cuatro días, cualquiera pensaría que era una estupidez, que era imposible querer a alguien en cuatro días. En aquel momento no lo habría reconocido, pero te miré y me di cuenta de que empezaba a enamorarme de ti. 

Ese día iba a tomar yo la iniciativa, y sin pensarlo dos veces junté mi mano con la tuya. Aún sigo sin explicarme como me atreví a hacerlo, pero al igual que el abrazo del día anterior, fue un impulso. 

Aquel día no estaba muy arreglada, y te confieso que eso me avergonzó. No me dijiste nada, simplemente apareciste de la nada. Me llevaste a un parque, no fue nada fuera de lo común, pero estaba contigo, y eso fue suficiente. Me confesaste que empezaba a gustarte, y sonreíste después de hacerlo, tratando de quitarle importancia al asunto. No te contesté, simplemente te besé, con eso supongo que te lo había dicho todo.

Viernes.

Como cualquier cuento, tenía que tener su momento triste. Te acercaste a mi con cara triste, yo cambié la mía por una similar. Tragué saliva y te pregunté que ocurría.

Me asusté, me asusté un montón. Tú me mirabas sin articular palabra, y yo cada vez estaba más nerviosa. Juntaste tus manos con las mías y empezaste a jugar con ellas. Yo empecé a impacientarme, y volví a insistir, de haber sabido lo que ibas a decirme a continuación no habría insistido.

Como un jarrón de agua fría dejaste caer las palabras. ''Me marcho''  fue lo primero que dijiste. Una lágrima recorrió mi mejilla. Sabía que no íbamos a estar así eternamente, pero esperaba poder pasar más tiempo contigo. Nos quedaban dos días juntos antes de tu partida. Limpiaste mis lágrimas y me prometiste que iban a ser dos días maravillosos.

Sábado.

Entré en la habitación junto a ti, con los ojos tapados. Aunque no podía dejar de pensar en que te marcharías, decidí tratar de pensar en otra cosa. ''Confía en mi'' me susurraste. En ese momento confiaba en ti más que en nadie. Seguí caminando hasta que ambos paramos. Me quitaste la venda.

Miré sorprendida aquella habitación. Había velas por todas partes. La cama estaba cubierta de pétalos de rosa. Me giré y te besé, no sabía de que otra manera expresarte lo que sentía. 

Comenzamos a caminar hacía aquella cama, besándonos con pasión, como si nuestras vidas dependieran de ello. Besos con sonrisas de por medio. Te abracé, me aferré a ti, no quería dejarte marchar. 

Nuestro tiempo juntos se estaba agotando poco a poco, y mi felicidad se transformó en tristeza, en rabia. Pero me regalaste aquella noche, aquella maravillosa noche.

Domingo.

Te acompañé al aeropuerto, no sé como lo conseguí. Jugaba nerviosa con los mechones de mi pelo. Caminábamos de la mano sin decir ninguna palabra, aunque en aquel momento las palabras sobraban. 

Finalmente ambos nos paramos. Las lágrimas no tardaron en salir. Miraba al suelo, no me atrevía a mirarte a los ojos. Agarraste mi barbilla y la elevaste, obligándome a mirarte a los ojos. Mi corazón se rompió en mil pedazos. Me abrazaste con fuerza, y yo hice lo mismo, inspirando el olor de tu colonia. Me había acostumbrado a ese olor, tardaría años en olvidarlo.

Me besaste, y supe que aquel iba a ser nuestro último beso. Lo disfruté más que todos los anteriores. El peor día de la semana con diferencia. Nuestras manos seguían juntas.

''Volveré'' me susurraste al oído. Yo asentí, aunque una parte de mi me decía que eso no iba a pasar. Agarraste tu maleta y te giraste, ¿eso que vi en tu cara era una lágrima? fue la primera vez que te vi llorar. Yo llevaba un buen rato con la cara empapada. 

Comenzaste a caminar en la dirección contraria, soltando tu mano de la mía. Me quedé un rato mirando mi mano, aún sentía tus dedos entrelazados con los míos. Te miré, y no te giraste, supongo que no querías verme así. 

Me giré y me marché. Fue el peor día de mi vida. Cada vez te alejabas más, volví a girarme y ya no estabas, te perdí entre la gente. 

Sigo esperando volver a ver tus ojos. Sigo extrañando tu pelo y tu sonrisa. Pero hoy finalmente me prometí a mi misma que iba a superarlo. No sé como, pero supongo que me cansé de esperar. Cada día estoy más cansada, y trato de decirme a mi misma que algún día me levantaré y volveré a sonreír de la manera que lo hacía antes. Aunque sé que jamás volveré a sonreír de la misma manera que lo hacía cuando estaba contigo. 

Gracias por haberme ofrecido la mejor semana de mi vida. Te quiero.''

Él leyó la carta docenas de veces, y sintió como su corazón se rompía una y otra vez. La guardó en una caja, era su objeto más preciado. Él quería decirle que sentía lo mismo, que la echaba de menos, pero no podía hacerle eso. Decidió dejarla seguir con su vida, pensó que era mejor para ambos. Cada uno por su camino.

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