Sueño el mañana

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Otro día normal, Bea se había ido ya a la escuela, Josefina hacia el aseo de la casa y la calle estaba silenciosa como siempre. Cuando el reloj marcó la una ese silencio desapareció cual palabra en el viento, ahora se escuchaban risas, gritos y voces de niños y jóvenes, ya que, los viernes todas las escuelas terminaban la jornada temprano.

            Bea llegó a casa unos tantos minutos después, cuando el silencio ya volvía a las calles. La pequeña cerró la puerta lentamente pero subió muy a prisa; no quería que Josefina supiera que había llegado.

            Arriba la esperaba una de sus amigas, Cuatrocientos, que aunque ella sabía que solo era producto de su enfermedad, la consideraba real, BEa tenía esquizofrenia.

Esa noche, Josefina, al llevarle la cena a Bea, se llevó una gran sorpresa al ver que no estaba en su habitación y estaba la ventana abierta, vió una nota sobre la desordenada cama y leyó:

            Josefina o mamá…Tal vez sea raro que no esté ¿verdad? Aunque no debería.

            Gracias por insultarme y decir que no servía para nada, no sabes el daño que me causaste esta vez, y ahora, ya no puedes ni podrás repararlo ni contiuar, decidí ir a un lugar en el que nunca nos encontrarás ni a mi, ni a Cuatrocientos.

P.D.: Perdona el desastre.

                                                                                   ~Buenas noches.

Ya más tarde, Bea se encontraba recostada sobre el césped del bosque, pensando en si comer las bayas azules o las rojas o ninguna mientras Cuatrocientos le decía que sería mejor buscar algunas hiervas de menta o vainilla.

Así pasaron el resto de la noche, buscando algo para comer.

A la mañana, Bea despertó pensando que estaba en su cama, sin embargo, no era así. Cuando abrió los ojos, se topó con otros que la miraban curiosos con un hermoso color avellana y una profundidad increíble, ella sabía que conocía esos ojos, le eran familiares, pero no recordaba de donde.

El chico de ojos avellana la miró unos segundos y su expresión pasó de curiosa a asombrada "- ¡Bea! -" gritó, al parecer se conocían, pero ella no lograba recordarlo "- ¡Es Javier, Bea! ¡Javier! -" chilló Cuatrocientos.

-          Bea…No recordaste – Dijo Javier con pena – Prometiste que no olvidarías nuestras risas, nuestras bromas, nuestras conversaciones, nuestros planes, nuestras lágrimas, nuestros recuerdos, nuestras experiencias…Que no me olvidarías… -

-          ¡Dile que sí! ¡Grítalo, grita su nombre! ¡No dejes que piense que lo olvidamos! – Chilló aun más fuerte Cuatrocientos.

Antes de que el chico se fuera, Beatriz, muy fuerte, gritó su nombre y corrió a abrazarlo, ella se había llenado de recuerdos por lo cual estaba llorando.

Más tarde, pasada la hora de almuerzo, Javier decidió que llevaría a Bea a vivir con el en casa de su tía, para asegurarse de que tuviera un lugar seguro donde dormir y suficiente comida.

En casa de su tía, Javier le ofreció comida y agua a Bea, pero esta solo aceptó el agua. Apareció la tía Mercedes, quien estaba contenta de volver a verla, al igual que la pequeña, esta abrazó a la mayor y hablaron cerca de media hora junto al chico.

Cuando la hora de cenar ya había llegado, sobre la mesa se veían variados platillos y ricos postres. Al servirse, se dio cuanta de que Javier tenía un medallón similar al de ella, al abrirlo, la habitación se llenó de luz.

Bea, en su cama del orfanato, fue despertando de a poco, la luz se filtraba por la persiana. Se sobresaltó al ver el techo gris sobre ella, recordó el medallón que traía, lo abrió, y ahí estaban, fotos de ella y Javier juntos, cerró el medallón y abrió la puerta de su recamara, fue a la cocina y tomó algo de agua mientras pensaba:

-          Todo fue solo un sueño…-

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