Primera Parte: Purgatorio

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Capítulo uno: Eva

Mi nombre es Taylor Trussoni, tengo 17 años, mis colores favoritos son el blanco y el rojo sangre; me gusta mucho la música en inglés, leer y sobre todo cantar. Mi papá se llama Marco, aunque él realmente no es mi verdadero padre sino que me encontró un día cuando yo aún era un bebé en la puerta de su casa… aunque realmente esa tampoco era su casa… Al tomarme en brazos en vez de llorar reí y reí y según Marco escuchó sonar trompetas al compás de mi risa. Supo que era voluntad de Dios que yo estuviese junto a él y me adoptó. El caso es que papá es cura y el principal encargado de la iglesia de nuestra ciudad y natural que yo comparta sus creencias. Y para el que piense que mi vida ha sido como estar en un convento está muy equivocado: Marco siempre quiso que yo decidiera si quería formar parte de ello cuando tuviera más edad pero un día me escabullí en una misa que dirigía. Al verlo en alabanza claramente vi tras él las alas de un ángel y caí de rodillas rompiendo a llorar. Así fue como supe que Dios, sus ángeles y el infierno eran reales y es la única verdad de la que yo estoy segura.
Mi cabello es rubio, tengo los ojos grises y mi piel según he oído decir  tiene el tono perfecto entre el blanco y el rubor, aunque nunca me he dejado llevar por la belleza  ni nada por el estilo. Me gustaría decir que llevo una vida normal pero no encajo con el  estereotipo de chica común por varias razones: mi padre es un sacerdote por lo que yo vivo en una iglesia y digamos que de vez en cuando noto la presencia de algún que otro mensajero, ya sea de “arriba o de abajo” sin contar todo lo demás de las costumbres cristianas
Son alrededor de las de las diez de la noche y hoy ha sido un día agotador pues hemos acabado las reparaciones anuales y la iglesia está más hermosa que siempre. Desde la planta de arriba me gusta observar los vitrales y cómo la luz de la luna hace que cada color se refleje en el piso. Mi favorito es el de la anunciación y me encanta como los haces multicolores le dan esa sensación de alegría y paz al conjunto. Desde aquí también me gusta mirar a Marco y estar pendiente de que hace, es una costumbre que he tenido desde que tengo uso de razón. Nos parecemos bastante y en vez de decir que somos padre e hija, si nos ven juntos con ropa casual fijo que dicen que somos hermanos. Él también es rubio aunque sus ojos son de un verde tan profundo como el océano, una ligera barba amarilla le brota del mentón y la mandíbula y le da un aspecto aún más joven del que tiene. Cuando me encontró apenas tenía diecinueve años y ahora que recién tiene treinta y cinco parece un adolescente que se deja la barba para verse mayor. Él es de Italia, por eso es que mi apellido es tan poco común en mi ciudad. De seguro que de no ser por Leonore y Michaela jamás hubiese podido con mi crianza. Tan absorta estoy en mis pensamientos que no noto cuando  Marco se sitúa a mi lado hasta que el destello verde de sus ojos me hace reaccionar.

-Esta noche he soñado con el día en que te encontré-dice

-¿Volviste a escuchar trompetas angelicales?-digo en un tono algo burlón

-No, pero escuche una voz que me decía que tenías un propósito en el plan del Señor

-¿Cuál?-pregunto, Marco lanza un suspiro y continúa

-No me lo dijeron, o no escuché.-sonríe

-Supongo que yo misma tendré que descubrirlo

-Sé que lo harás. Buenas noches

Se acerca más a mí, me abraza, me da un beso en la frente y se marcha. Yo lo detengo tomándole la mano, lo abrazo y le doy un beso en la mandíbula porque hasta ahí es donde alcanzo. Da cosquillas su barba pero ahogo la risa mientras digo

-Hasta mañana papá- sonríe, sus ojos se tornan vidriosos y me dedica la mirada más dulce del mundo

Ya estoy en mi habitación, que no es la gran cosa. Está decorada un poco distinto a las demás y fue un regalo, el regalo más bonito que me hayan hecho. Fue cuando cumplí siete (mi cumpleaños es el día en que papá me encontró, el 14 de abril). Ese día llegué y me encontré la habitación distinta. Las paredes, antes de gris, ahora estaban de un blanco inmaculado, mi cama, mi mesita de noche y mi escritorio habían adquirido un color marfilado y encima de cada uno de ellos, sábanas y manteles color carmín cubrían los pocos muebles. Me limité a tocar cada una de las cosas nuevas, aspiré el olor a pintura hasta que casi me desmayo y me senté en un rincón. En ese momento no pude más, rompí a llorar a gritos. Casi al instante llegaron corriendo papá, Leonore y Michaela. Al llegar me vieron ahí, sentadita hecha un mar de lágrimas. Verlos me hizo llorar aún más. A duras penas puede decir que me había encantado la sorpresa y para cuando acabé de hablar me vi envuelta en un triple abrazo, tras mí rompieron en llanto Leonore y Michaela y mi padre claramente luchó por no llorar…
Poco ha cambiado mi habitación desde entonces: el mismo color, los mismos muebles… salvo que ahora hay un poco más de cosas como un par de cortinas a juego en la ventana, un estante para los libros, un tomacorriente para cargar mi móvil y unas cuantas fotos y dibujos de los mejores momentos que he vivido. Del estante tomo el libro que me queda pendiente y me leo tres capítulos del tirón. Voy a leerme uno más cuando veo la hora en el teléfono y me obligo a dormir. Esta noche tengo el mismo sueño que papá. Casi tengo el cien por ciento de certeza que la vos es la misma. Por la mañana solo pienso que algo gordo va a pasar porque esos sueños entre papá y yo siempre tienen un importante significado. M acuerdo la vez que nos preparó para despedirnos de los últimos días con Michaela y Leonore. Ellas dos son monjas de ya avanzada edad que ayudaron a mi padre cuando él no era más de un advenedizo con mi crianza. Me encariñe tanto con ellas que de vez en cuando se me escapaba un abuela cuando las llamaba. Espero que les vaya bien por Paquistán y que vuelvan pronto, el día que partieron quedó claro que su misión en mi ciudad había acabado. Pero yo tengo la certeza de que volverán, la fe mueve montañas y en este caso espero que las mueva a ellas dos más cerca de mí y de mi padre.
Tengo que apurarme o llegaré tarde al instituto, y tengo examen, y no he estudiado nada… estaba tan ocupada con la restauración de casa que no tuve ni tiempo de acordarme. La cabeza me da vueltas, mientras consigo coger el autobús solo puedo pensar en el enorme suspenso que me espera. Me retraigo del mundo hasta que llega mi parada. Mientras bajo veo caras conocidas pero como siempre nadie me saluda, como siempre soy dejada al margen; pero ¿qué más da? Hace años que dejó de preocuparme ser amiga de todos, y cuando tu padre es cura digamos que la gente te evita. De mi instituto son muy pocos por no decir ninguno los que van a la iglesia, pero los rockeros, góticos, punks, y esotéricos están que si tiras una piedra le das a tres o cuatro friquis, aunque gracias al Creador que conmigo nunca se han metido. Aunque aún no sé por qué
Cuando llego al pasillo principal me encuentro con mi mejor por no decir mi única amiga: Meissa. Está claramente esperándome con impaciencia. Lleva el pelo teñido de rojo y una de sus minifaldas tuerce-cuellos además de su natural maquillaje al estilo Hollywood. Sinceramente es una de las chicas más guapas y sexis del colegio, de las más populares y aún no sé cómo es que somos tan amigas siendo muy diferentes.
Recuerdo que era un día en que llovía a cántaros, yo me encontraba en la biblioteca leyendo hasta tarde uno de los libros de la selección juvenil que estaban arrasando ese año y decidí acabarlo en casa. Al salir la vi en la entrada del instituto maldiciendo a una serie de nombre que me sonaban conocidos. Sus amigos la habían dejado plantada. Estaba espalda a mi así que no notó mi presencia hasta que abrí mi sombrilla sobre su cabeza

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