Frío mármol se derrite bajo mi espalda,
cuando cansado tumbo mis libros abiertos.
Permanezco inmóvil en ese espacio finito,
de proporciones griegas desvirtuadas.
Miro impasible las nubes que me circundan,
mientras mi yo se escapa por el vidrio sucio.
Y palpo la dura suavidad de mi soporte,
sin siquiera tomar de éste su cualidad más pura.
Clara sonoridad que irrumpe silenciosa,
atando el espacio con haces de luz.
Sonata de cúmulos y cirros de acero,
hilados de luz cenital confusa.
Vuelve mi yo al cuerpo que yace frío,
ciérrense mis libros abiertos,
vuelva mi espalda al plano etéreo,
donde el mármol no se derrite.
Cúbranse de negras nubes el techo velado,
quede por ahora en mi, el tiempo pasado.