Cada mañana me levanto media hora antes de que suene el despertador y así poder ser la primera en llegar al instituto. Me siento en las escaleras que quedan entre la entrada y la puerta de nuestra clase, mientras releo mi novela favorita una y otra vez. Cuando la gente empieza a llegar me esquivan sin siquiera mirarme, ni mucho menos saludarme. Mientras intento leer en medio del bullicio, escucho una voz. Tu voz. Como todas las mañanas, saludas a tus amigos, habláis sobre el día anterior y a los diez minutos suena el timbre. Empiezas a buscar tus libros pero, como cada mañana te has olvidado de uno de ellos. Justo cuando ves al profesor al otro lado del pasillo entras en clase, no sin antes mirar hacia las escaleras y saludarme con un movimiento de cabeza y una sonrisa que te devuelvo tímidamente, mientras evito que se me caiga el libro de las manos. En clase te miro desde mi sitio en la esquina del fondo, donde nadie puede verme, aunque daría igual donde me sentara, nadie me mira nunca.
Este es un buen resumen de lo que he hecho este año. Pero hoy pasó algo distinto. Como cada mañana me levanto media hora antes de que suene el despertador y así poder ser la primera en llegar al instituto, pero no soy la primera. En las escaleras, mis escaleras, hay alguien sentado.Tú. Estas leyendo mi novela favorita, y cuando me oyes llegar, levantas la cabeza del libro, esbozas una de tus más bonitas y sinceras sonrisas, y con una sola palabra logras hacer que este año haya valido la pena: Hola.