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Hubo una vez un alguien. Ese alguien esperaba.
Las personas no sabían quien era o de donde venía pero; se lo preguntaban a sí mismas a menudo. Al mirarlo en cualquier lugar se le reconocía como extranjero y aunque había vivido ahí la mayor parte de su vida, nadie nunca se atrevió a hablarle, aunque todos le procuraban en silencio.

Y bueno, él no era muy distinto a los demás; su hogar era una estructura solida de madera, como las otras del pueblo. Sus vestidos opacos y naturalmente elegantes eran también; como todos los demás.

Alrededor del siglo XVI Andalucía brillaba por sus estructuras, su gastronomía y porque era uno de los pocos pueblos que evitaba relaciones con el ocultismo.
Las visitas  extranjeras eran frecuentes, y por las mañanas las personas salían a sus jardines a tomar té, mientras charlaban sobre la probable taza de interés que tendrían los alrededores del palacio real.

Aquel alguien del que hablamos al principio era un joven europeo llamado Robkowitz Anderson; hijo único y huérfano cumplidos los diecinueve años. Su familia fue adinerada, sus padres tan superficiales como ricos y eso a Robkowitz le disgustaba en gran manera. Él creía que sus padres no eran más que personas con más papel y moneda en el pueblo, que las personas no eran más que desgraciadas sin amor, y si no fuera por el amor tan envuelto y re envuelto en avaricia que mantuvieron sus padrea por su relación; ambos de reducirían a una pizca de polvo a la que Robkowitz era en suma alérgico.

Al volverse huérfano el joven sentía alivio y pesar, no se daba cuenta de que seguía una ley universal: <<Somos y no somos siempre y nunca, y seremos sin serlo realmente; hasta que nuestro cuerpo físico perezca>>.
Al menos tres días a la semana, salía por la mañana al jardín de la azotea. Se sentaba a tomar una taza de té y observaba profundamente el cielo;

Por razones instintivas Robkowitz creía que el cielo era más que un cielo, que las aves al pasar eran más que aves viviendo por su instinto de sobrevivencia.
Le parecía que el cosmos era como las hojas entintadas con complicadas partituras: sólo si conocías como funcionaba cada símbolo ; podrías ver la armonía de la pagina, así que el cosmos era como música para Robkowitz.

El entendía que no existía algo mas puro h asombroso como el sol y la luna, pero se decía a si mismo que si algo se les asemejaba era el oro y la plata. Miraba ña vida abajo; por encima de su azotea, le parecía que siempre lucia diferente y que siempre era la misma; al mismo tiempo.

<< El oro y la plata son como derecha eh izquierda, es decir, en suma diferentes y vuelven autentico todo lo que tocan>>, decía Robkowitz después de terminar su taza de té.

El alma del joven era volátil, parecía estar a punto de estallar con cada descubrimiento que hacia, albergaba ocultas teorías y todas permanecían frescas en su consciencia esperando la situación oportuna para ponerlas en practica, porque según sus análisis, << la experimentación es fundamental para el crecimiento espiritual>>

En sus meditaciones de decía a si mismo,<< la voluntad del hombre no es digna para transformar a este en un ser  con mística>>. Sus ojos asombrabanse de todo lo que veían, sus oídos de todo lo que escuchaban, su corazón de todo lo que sentía y , tantas magnificas observaciones, conclusiones e hipótesis emergían de su ser a su consciencia mientras estaba en su azotea; el lugar de sus meditaciones, el jardín que ocultaba todo sus secretos.

Una noche a mitad de primavera, Robkowitz se recostó en su lecho somnoliento, y mientras sus ojos se cerraban lentamente, imaginaba como sería ver el crecimiento acelerado de una flor. Comenzó a visualizar una semilla desde debajo de la tierra, si, el joven era la tierra; le proporciono nutrientes y humedad a la semilla. Entonces esta se partió por la mitad y Robkowitz sintió un estremecimiento. Después le bendijo y dio gracias porque las raíces se arraigaban firmemente en su cuerpo. Entonces su tallo se alzo gozoso, salió de la tierra y busco el mensaje del sol. Robkowitz había terminado su parte así que decidió transformarse en el sol, le aporto calor y luz a la flor y esta comenzó a abrir sus pétalos. Al llegar la noche la flor y Robkowitz sumergieronse en profundos sueños.

Por la mañana de aquel día, salió presuroso a la azotea, no entendía porque , un deseo de escondía en su consciencia. Con una emoción desconocida y abrumadora se sentó a tomar una taza de té estaba nervioso, como si esperara por algo importante, algo meramente desconocido.

Miraba el tazón de azúcar escuchando los acelerados latidos de su corazón y , de pronto; el sonido del viento desvió su atención del tazón guiando su mirada a una de las esquinas del jardín, la única esquina antes poco interesante, era cerca de medio día y el estaba seguro de que jamás había sentido tantas intensas emociones acumularse, y despejarse de la misma manera en que llegaron.

Robkowitz Anderson, el joven extraño en un lugar aun mas extraño para el, pusose de rodillas y dio gracias al cielo pues, aquel acto divino le había dado una vuelta a su vida, era la prueba de que algo mas grande influía en su vida: un gigantesco y resplandeciente girasol yacía en la esquina... una gigantesco y resplandeciente girasol; le saludaba.

<< El universo conspira para que nuestros deseos mas profundos se vuelvan realidad>>_ El alquimista.

El alquimista perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora