Eve y Noah

Eve

Ahora.

-Creo en ti Evelyn. Creo en nosotros.

Las palabras que salen de su boca solo logran que mi corazón se detenga. Mi mente aun no alcanza a procesar lo que ha oído. Mi cuerpo se mantiene inmóvil, como si estuviese congelado en el tiempo sin saber cómo reaccionar. Aquello era lo último que esperaba escuchar esta noche.

Cierro los ojos con fuerza intentando evitar que las lágrimas que estoy conteniendo resbalen por mis mejillas, no quiero que me vea llorar. Dejo pasar varios segundos hasta que me atrevo a volver a abrirlos para encontrarme con la viva imagen de Noah aún más cerca que antes. La distancia que nos separa se ha reducido a centímetros, es el tipo de distancia que utilizarías con alguien con quien ya posees demasiada confianza.

Intento ignorar el hecho de que me tiembla casi todo el cuerpo y de que mi pulso se ha acelerado cuando su mano se posa gentilmente en mi mejilla para limpiar los restos de aquel sollozo que se me ha escapado. Su roce es suave y delicado, y hace que quiera inclinar mi cabeza para reposarla en su extremidad, pero sé que no puedo. No debo. Hago mi mayor esfuerzo por seguir permaneciendo inmóvil.

-Por favor, di algo Eve -El tono de su voz es tenue y se nota que está a punto de resquebrajársele ante mi falta de respuesta.

-Yo...no puedo, lo siento -Y de veras lo hago, quisiera poder decirle lo mucho que también creo en él y en lo que tenemos, quisiera poder decirle lo mucho que lo quiero pero eso estaría mal. Sería romper con una promesa que he pactado conmigo misma hace mucho tiempo, una que me juré jamás quebrantar.

Al oír mis palabras y el tono tan frío con que me he determinado en pronunciarlas, los ojos de Noah se acristalan, señal de que se encuentra por llorar. Pero no lo hace. En su lugar aparta la mano mi de rostro y se la frota por el suyo. No logro descifrar cómo se siente ahora mismo. ¿Está enojado? ¿Dolido? ¿Decepcionado?

-Llegue a creer que yo  te importaba, que podíamos estar juntos luego de todo lo que tuvimos que atravesar -Hay una pausa en lo que está diciendo, como si estuviera pensando muy bien que palabras utilizar a continuación. -Pero me he equivocado, tu nunca te interesaste verdaderamente por mí, solo fui tu distracción, cuando tú para mi eras mi mundo.

El dolor que me produce escucharlo decir esas cosas es tan profundo y tan desgarrador que no me atrevo a mirarlo a los ojos. Soy una cobarde. Me encantaría gritarle que eso no es verdad, que a pesar de que quizá en un principio lo busque para utilizarlo como una distracción para mis problemas, eso cambió con el paso de tiempo. Me encantaría decirle las cosas que siento por él ahora mismo y que podamos consolarnos mutuamente, pero en su lugar me mantengo callada y con la mirada en el suelo.

Al ver que no digo o hago nada suelta un suspiro de derrota, él estaba esperando que cambiase de opinión a último momento y no lo hago. Oigo cuando comienza a caminar y como el sonido de sus pasos disminuye a medida que se aleja en la distancia. A continuación levanto la cabeza y lo veo subirse a su coche. Enciende el motor y se dispone a partir pero antes de hacerlo me lanza una última mirada. Nuestros ojos conectan por una última vez. Los suyos expresan cuan dolido está, los míos también, aunque a eso hay que sumarle las infinitas disculpas que quiero pedirle.

Y así, como en un parpadeo, el auto desaparece de mi vista unas cuantas calles más adelante. La nieve cae furiosa sobre mí y sobre la acera en la que me encuentro, cubriéndolo todo con una fina manta blanca. Sin importar la temperatura gélida, la tormenta creciente, y el agua que empapará mis pantalones me dejo caer de rodillas al suelo y por una vez me permito dejarme llevar plenamente por el dolor que siento. Entonces grito, grito a todo pulmón a pesar de que la gente en la acera y en las tiendas próximas pueda oírme. Grito por el enojo creciente conmigo misma, grito por todo lo que pudo ser y no será, y sobre todo grito porque la vida me vuelve a quitar a alguien a quien amo.